CRÍTICO DE ARTE JESÚS MAZARIEGOS

martes, 1 de noviembre de 2011

Pablo Caballero. SIN PAPELES

CRÍTICA DE ARTE Sin papeles Pablo Caballero. Pintura. Sala de exposiciones del Teatro Juan Bravo. JESÚS MAZARIEGOS Ayer concluyó la muestra de paisajes de Pablo Caballero en una buena sala con mal acceso y peor horario, no tan inaccesible como la de la SEK. En estos tiempos que corren, huérfanos de los padres-hermanos Serrano, que de las dos maneras se les puede distinguir de los legos, si bien éstos han sido ya cocineros y son más bien sumos sacerdotes del arte..., huérfanos digo, de espacios de reconocida solvencia donde puedan hacerse pequeñas exposiciones individuales, uno puede encontrarse cosas más o menos dignas donde ayer colgaba una esforzada muestra de mal gusto, o rudimentarios plagios del Jaspers Jonhs de los años cincuenta, donde suele haber cosas menos pretenciosas compitiendo vanamente con la música. Bueno es que se habiliten bares y salas de emergencia para exponer, siempre que exista un cierto criterio y un mínimo rigor. Y no me estoy refiriendo a exigir el carné de pintor, me refiero a que colgar cuadros no es lo mismo que tender ropa. Si la SEK ha venido manteniendo una línea desigual pero con un cierto nivel, en el Juan Bravo hemos visto de todo. Es precisamente en estos dos lugares en los que ha colgado sus obras, simultáneamente, Pablo Caballero. Pablo, además de ser un caballero que por las mañanas complace fríamente a su clientela, por la tarde es pintor. Un pintor sin papeles. Como casi todos los que llenan la Historia del Arte, como todos los poetas, visionarios, amantes y, por supuesto, como todos los críticos. Nunca he comprendido por qué parece evidente que no exista la carrera de poeta y, sin embargo, se dé por supuesto que se puede enseñar a ser artista. Sin duda alguna, aunque ningún poeta tiene título de tal, los hay buenos y malos; del mismo modo, hay buenos y malos artistas, independientemente de que posean título o no. Pablo Caballero es uno de esos artistas sin otras credenciales que las de sus obras. Él ha ido trazando su camino en una excesiva soledad, en la falsa confianza que proporciona el desconocimiento del entorno, cosa extensible a no pocos de los dedicados al pincel. Camino tortuoso el suyo, con algunos yerros que no son más que el fruto de la franqueza y del ímpetu, y cada vez con más aciertos en una pintura que cada vez sabe mejor qué es lo que quiere. A Caballero le va el paisaje. Un paisaje próximo y casi real, donde las hojas del Otoño poseen la aspereza de los colores aplicados con espátula, donde no hay nada que sublimar porque el motivo, Segovia, con sus piedras y sus árboles, con sus sombras y sus luces, es ya suficientemente pictórico, pintoresco, como hecho para ser pintado. A Pablo Caballero no le entienden algunos pintores y no falta crítico chinche que le tenga que poner siempre algún pero (para que se rebele y revele lo que lleva dentro, y para que se crezca en la adversidad). Pero le entienden todos los que no comprenden a Tàpies, que son la inmensa mayoría, lo cual tampoco está del todo mal. Estoy seguro de que Pablo Caballero prefiere ser un Manolo Escobar que un Alfredo Kraus de la pintura, y hace bien, porque canta mejor el Porompompero que la Traviata.

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