CRÍTICO DE ARTE JESÚS MAZARIEGOS

lunes, 7 de noviembre de 2011

Carlos Costa. UN BOSQUE DE PINTURA

CRÍTICA DE ARTE Un bosque de pintura Carlos Costa. Pintura. Exposición itinerante Constelación Arte. Museo Zuloaga. Segovia. Hasta el 25 de marzo. JESÚS MAZARIEGOS Carlos Costa siempre me ha parecido el prototipo de pintor y, en cierto modo, de persona, que hace lo que le parece. Y hace bien. Y lo hace bien. Ha emprendido caminos, ha cubierto etapas, ha tomado desvíos y ha cambiado de carril y hasta de ruta, en un viaje caprichoso, que es como deberían ser todos los viajes, cuyo destino se ignora por completo y además no hay ninguna necesidad de conocerlo. En los últimos años, tras una profunda y fértil especulación sobre el retrato manierista y barroco, muy en la línea de revisar la Historia del arte, ha dejado a un lado la imagen de la propia pintura como fuente de inspiración y de fascinación, y ha salido al campo sin prejuicio alguno, buscando el bosque residual, el camino pecuario, el jardín decadente, el rincón soleado. La naturaleza a la que Carlos Costa se acerca no es especial ni grandiosa ni exótica ni virgen ni representativa. Sus cuadros son inubicables porque no hay referencias topográficas, porque casi nunca hay horizonte. El pintor sólo necesita una distancia media para poder ver los árboles y el bosque. Se fija en un grupo de árboles del margen de un pinar superviviente, de un reducto de acebos, de un robledal casi dehesa, porque es lo que tiene más a mano, porque la cuestión no está en la masa forestal sino en la pintura. Carlos Costa convierte en pintura lo que ve, sea frondoso bosque, sea raquítico arbusto, sea árbol solitario, sea huerta abandonada. Veo en esta muestra como dos formas de ver: una más naturalista y colorista, que es la que se percibe en los dos únicos cuadros de formato horizontal y en dos de los de formato cuadrado: el del jardín de Leandro Silva y el que muestra un camino cruzado por las sombras de los árboles. La otra manera es la de los cuadros casi monócromos, más alejados de la captación del instante y más cercanos a la creación de otra realidad. Aparte queda el soberbio cuadro colgado en el brazo izquierdo del transepto, con su dominio de magenta y su sensualidad de magnolio, independientemente de la especie a la que pertenezca. En unos y en otros lienzos, lo mismo que en los diez papeles con cristal, la primera palabra que se me ocurre es ‘frescura’. Frescura y brillantez. También misterio. Y si intento resumirlo: pintura.

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