CRÍTICO DE ARTE JESÚS MAZARIEGOS

martes, 8 de noviembre de 2011

Eloísa Sanz. LA FUERZA FECUNDADORA DE TELLUS

CRÍTICA DE ARTE La fuerza fecundadora de Tellus Eloísa Sanz. Pintura. Centro de exposiciones CAC. Burgos. Hasta el 1 de abril. JESÚS MAZARIEGOS Está a punto de concluir la itinerancia de la exposición de Eloísa Sanz por Castilla y León, una itinerancia que ha durado un año y que, desde El Burgo de Osma, ha recorrido todas las capitales de nuestra comunidad, excepto Segovia. De las obras que forman esta exposición, verdadero placer para el ojo y para el espíritu, merece la pena hablar; de la extraña itinerancia, por muy distintos motivos, también. Pensará el lector que Segovia ha de ser el lógico colofón del recorrido. Pues no, no es el caso. Segovia, además de carecer de bibliotecas, de circunvalación, de palacio de congresos, de museo de Bellas Artes, de pinta de patinaje y de playa, tampoco tiene una sala institucional para exposiciones, ni municipal ni autonómica. Segovia tiene la fortuna de gozar de un inyenso ambiente artístico, gracias a la tradición crea-da por La Casa del Siglo XV, a la vertiginosa actividad del Museo Esteban Vicente y a la presencia y el trabajo de numerosos artistas. Esta situación, en la que nuestros pintores pueden mostrar sus obras en todas partes menos aquí, es inaudita e inaceptable. La exposición de Eloísa Sanz, que ha alcanzado su momento álgido en el Monasterio de Prado de Valladolid, aún puede verse en Burgos. Eloísa Sanz hace ya tiempo que hizo saltar los límites de la pintura destruyendo la cartesiana tradición del marco rectangular. Las cuerpos, geométricos u orgánicos, rebasan las fronteras de lo pintado e invaden el terreno de lo real. Surgen así fingidos espacios que evidencian la preocupación de la artista por la especulación espacial y por el trompe-l'oeil. Así, al tiempo que el soporte queda convertido en ficción sí mismo, gracias a una personal manera de hacer compatibles la perspectiva renacentista y la fragmentación cubista, la pintora crea formas que sugieren energías desconocidas, extrañas criaturas leves y traslúcidas que contienen la semilla de su obra posterior. Desde aquel universo personal, Eloísa Sanz ha ido sedimentando sus hallazgos e incorpo-rando nuevas visiones. Sobre la solidez de una trama pictórica, a modo de virtual iconostasio laico, ha ido colocando, como exvotos paganos, nuevas imágenes de su experiencia viajera y cotidiana, de un contacto con la naturaleza que va de lo soñado a lo real. En un proceso de lenta y segura madura-ción, las obras de Eloísa Sanz muestran, como en un espejo, la plenitud de la madurez, desde los osuros recuerdos del principio de la vida, desde las primeras amebas y medus hasta un mundo a un tiempo vegetal y pictórico, mucho más próximo y tangible, que afirma su carácter vital mediante una referencialidad creciente. Todo lo soporta el presente, pero el presente se nutre de pasado. La madurez está poblada de recuerdos. Presente y pasado se funden en obras que parecen abrir ventanas, en cuadros que contienen otros cuadros como ventanas abiertas a jasdines solitarios, a huertos abamdonados, a selvas húmedas donde crecen nuvas plantas y nuevos cuadros, al calor maternal y femenino de la tierra fecundada por la pintura. La pintura de Eloísa Sanz es viva y cordial, cercana y terapéutica, como ese fascinante y viejo añil que la pintora siempre tiene cerca. Es una pintura que posee, al mismo tiempo, la frescura de lo inmediato y el secreto de lo complejo. Una pintura para la inmensa mayoría, una vía a la iniciación.

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