CRÍTICO DE ARTE JESÚS MAZARIEGOS

miércoles, 2 de noviembre de 2011

E. Sanz, P. Azcárate, I. Rubio, S. Jiménez y L. Huertas. LAS ARTISTAS

Crítica de arte Las artistas Eloísa Sanz, Patricia Azcárate, Isabel Rubio, Sel Jiménez y Lucía Huertas. Pintura. La Alhóndiga. Segovia. Hasta el 12 de Marzo. El idioma siempre expresa más de lo que dice y está cargado de machismo desde sus orígenes. Hay palabras, sin embargo, para confusión de los estudiantes de español, de aspecto femenino por su terminación en ‘a’, como dentista, taxista o artista, que se toman por masculinas y a las que hay que feminizar con el artículo, como ocurre en el título de este escrito. No obstante, existen multitud de tendencias y actitudes al respecto, no ya entre las propias mujeres sino dentro del movimiento feminista, respecto a la feminidad (ahora mismo no me siento capaz de definirla), a la maternidad o a la equiparación con el hombre (según en qué). Lo mismo cabe decir cuando se habla de la mujer trabajadora entendiendo como tal la que cobra un salario, cuando se habla de la discriminación positiva o de la paridad, no digamos si se trata de la educación sexista, de los concursos de belleza, del ejercicio de la prostitución o de la interrupción del embarazo. Todo este preámbulo viene de que no sabría decir si tiene o no sentido una exposición en la que sólo participan mujeres, del mismo modo que todo el mundo estaría de acuerdo en que no sería admisible una exposición en la que se excluyera a las artistas de sexo femenino. Y dicho esto, podríamos entrar a ver si existe o no un arte o una pintura femenina. La respuesta parece fácil. Si cuando los pintores son hombres nadie se pregunta si existe o no un arte masculino, lo mismo puede hacerse en esta ocasión. Pero la obra de arte deja traslucir la nacionalidad, la época o el carácter de un artista, teniendo en cuenta que hombres y mujeres somos distintos, no debe extrañar que tal diferencia se haga visible. Así, desde el punto de vista formal, me parece que femenina sería la obra de Isabel Rubio, por su delicadeza, su ligereza (en el buen sentido) y su extrema sensibilidad, que siempre me ha llevado a decir que refleja a su autora. No sabría decir si un hombre sería capaz de utilizar las esponjas con la sensibilidad y la maestría con que lo hace Patricia Azcárate, sólo que recuerdo una exposición de Ives Klein en la que había muchas esponjas azules pero sin enhebrar, y este ‘enhebrar’ con esa especie de imperdibles gigantes, sí que tiene resonancias femeninas. Si nos fijamos en el tema, ahí está la silueta de un vestido de muñeca recortable -sobre fondo rosa, por cierto- y en menor medida, los dibujos de muestras para bordados, que se ven en las obras de Lucía Huertas. Las obras de Eloísa Sanz y de Sel Jiménez, la una con su complejidad y por muchas flores que lleve, lo único que proclama es su indiscutible calidad; y la otra, magnífica, es tan dura que no sé si puede parecer propia de un hombre o si es preciso ser mujer para poder producir algo tan intensamente sentido, tan terriblemente expresionista. En fin, dejémoslo así.

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