CRÍTICO DE ARTE JESÚS MAZARIEGOS

viernes, 4 de noviembre de 2011

Mónica Carretero. PATASLARGAS

CRÍTICA DE ARTE Pataslargas Mónica Carretero. Originales de ilustraciones. Librería Diagonal. Segovia. Hasta el 31 de enero de 2008. JESÚS MAZARIEGOS Hace ahora cinco años que me ocupé por primera vez de la obra de Mónica Carretero. Desde entonces, se ha consolidado su profesionalidad y trabaja para importantes editoriales, instituciones y empresas. Hoy sus ilustraciones conservan la misma frescura y, aunque sus personajes se han multiplicado, me sigo quedando con la niña ‘pataslargas’, que es al mismo tiempo la encarnación de la fragilidad infantil, de la inteligencia femenina, del alma de su creadora y de la niña o el niño interior que todos llevamos dentro. Si por entonces me llamó poderosamente la atención el retrato colectivo de la maestra con sus alumnos, un verdadero ejercicio de penetración psicológica, en esa línea cultiva el retrato de familia, que no sirve para que la familia permanezca unida ni para lo contrario, pero que es muy bonito y divertido y, a la vez, una radiografía psicológica del grupo. Los cuadros de la exposición de la librería Diagonal se refieren a historias de hadas y de piratas, pero también hay escenas cotidianas en las que la poesía visual y la exquisita sensibilidad de Mónica se manifiestan, a mi juicio, en estado puro. Aunque los piratas tienen ya su escenario, su vestuario y un mundo ficticio previo, el pirata e Mónica no es como el de Sabina, “cojo, con pata de palo, con parche en el ojo, con cara de malo”, sino un personaje elegante y con una cierta extravagancia. Ahí está el valor de Mónica, en no caer en el tópico y en evitar lo feo, lo vulgar y lo violento. Sus hadas también llevan su sello personal y lucen unas extrañas alas como de merengue, con formas algodonosas, como las copas de sus árboles, pero de una materia más sutil y ligera. Es en las escenas cotidianas, las que tienen por escenario la casa, la calle, el barrio o el campo, donde a falta de exotismos previos, Mónica despliega su fantasía en un montón de pequeños detalles que convierten la realidad en poesía y en arte. Recuerdo ahora a Pataslargas mirando el mar desde el acantilado, con aire romántico, casi melancólico; o cuando se abraza a un árbol y, a sus pies, su perro se cubre la cabeza con el volante de la falda; o la escena de calle en la que ocurren multitud de cosas y en la que, de pronto, descubrimos que Pataslargas nos saluda desde la otra acera. Ante el mundo de Mónica Carretero, uno quisiera volver a ser niño, pero no es necesario. Cualquiera puede disfrutar de sus historias y de sus dibujos y es casi una necesidad sumergirse en ellos, refugiarse en ellos.

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