CRÍTICO DE ARTE JESÚS MAZARIEGOS

jueves, 3 de noviembre de 2011

Clausura de la Casa del Siglo XV. LA CASA

La Casa 22/06/00 Norte Sg p4 Aquella casa no era como las demás. La puerta exterior era discreta y la estrecha escalera actuaba como un filtro que disuadía a los no iniciados de entrar a husmear sin tener la clara intención de abandonarse a los variados placeres que allí se ofrecían. Se sabía que guardaba bellezas traídas desde muy lejos y se sospechaba que algunas permanecían durante años en las habitaciones interiores, esperando a algún caballero pudiente, apasionado o caprichoso, que quisiera liberarlas de su encierro para hacerlas exclusivamente suyas. Para el vulgo y para no pocos próceres bienpensantes, lo que ocurría en su interior era siempre sospechoso de trasgresión y les molestaba en grado sumo, no se sabe si por incompatibilidad con los rectos principios de los que presumían o, simplemente, porque despreciaban todo aquello que ignoraban. Cuanto más desviados andaban sus pensamientos en relación con la verdadera realidad que La Casa encerraba, más excitado estaba su pensamiento, imaginando la naturaleza de los juegos o ritos que allí se desarrollaban, entre personas del mismo o de distinto sexo. Unos y otros clientes iban en busca de muy distintos placeres, tales eran los servicios que La Casa ofrecía. Los clientes eran servidos por mujeres, jóvenes o maduras, que les preguntaban con discreción cuáles eran sus gustos y preferencias, prestándose con total entrega a descubrir cómo satisfacerles en todos sus deseos, objetivo que, a menudo, conseguían mediante muy diversos y extraños objetos cuya función y modo de aplicación solían ser ignorados por los propios demandantes. Otras veces eran hombres los que recibían, no excesivamente robustos pero que usaban brillantemente su intuición y siempre estaban al tanto de esta o aquella novedad, prestos a complacer a los más exigentes, fueran estos hombres o mujeres, pues a todos sabían dejar igualmente satisfechos. Había un tipo de cliente, el más numeroso, cuyas costumbres periódicas venían impuestas por determinados ciclos. Estos clientes acudían en masa cada vez que cambiaban el material, y casi todos iban sólo a mirar, agradable tarea que alternaban con la conversación, discutiendo con toda naturalidad sobre las cualidades de esta o aquella novedad, matizando sobre sus líneas, contornos y proporciones, su tersura y su color, al tiempo que lo sopesaban con el precio, independientemente de que no se decidieran a dar el paso de pagar y acceder al goce privado de aquella promesa de placeres cuya visión excitaba los sentidos e inducía apasionadamente a querer conseguir su posesión. En los días en los que acudían en masa esta especie de voyeurs, a su no pequeño disfrute visual se añadía el agasajo y la propicia ocasión para establecer contactos y concertar citas. Aquella Casa estaba impregnada de magia y el tiempo en ella era voluble y ajeno a la disciplina de relojes y calendarios, pues, aunque continuamente exhibía los signos de otra época, lo cierto es que ninguna otra de su clase estuvo nunca más en el presente. Desde que recibí la noticia de su cierre, me entristezco al pensar que no podré deleitar mi vista con las novedades de las inauguraciones, ni saludar y hacer amigos bajo su techo. Perderé el lugar donde disfruté de tantas silenciosas emociones, donde conocí a Javier Riera y a muchos artistas más; a Ricardo Borregón y a tantos otros amigos del arte y ahora míos. A partir de ahora seré un poco menos feliz y viviré un poco más perdido. Es como quedarse sin Ángel de la Guarda. Será cuestión de rezar por las noches el Ángel de la Vanguardia, dulce compañía, no me dejes solo... y el Jesusito (Serrano) de mi vida...

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