CRÍTICO DE ARTE JESÚS MAZARIEGOS

martes, 8 de noviembre de 2011

Leopoldo Ferrán y Agustina Otero. DEL TEMBLOR HEROICO

CRÍTICA DE ARTE Del temblor heroico Leopoldo Ferrán y Agustina Otero. Instalación. Museo Zuloaga, San Juan de los Caballeros. Del 24 de Octubre al 22 de noviembre. JESÚS MAZARIEGOS El título de esta exposición, 'Del temblor heroico', trata de condensar la tensión existente en-tre los dos conceptos que daban nombre a una primera versión más compleja: 'De peregrinos y náufragos'. Cuando estas dos palabras entran en relación, adquieren un sentido a un tiempo opuesto y complementario. El peregrino camina, decidido, hacia un destino concreto, mientras que el náufrago carece de rumbo, no sabe si avanza o retrocede, e ignora la duración y el destino de su viaje y de su vida. Este caminar, avanzar, progresar, conlleva a veces tales dificultades, que el peregrino deviene en náufrago, de modo que su camino, que no es otro que el de la vida, no deja vislumbrar el lugar de destino hasta el punto de que no se sabe muy bien a dónde se va. La tradición cristiana utilizó los mitos paganos para ilustrar un camino cuyo destino es la salvación. Para alcanzarla es preciso vencer al mal, triunfando sobre el vicio, del mismo modo que Hércules venció al León de Nemea, y superó las dificultades de cada uno de los Siete Trabajos. Simultáneamente, el arte paleocristiano fue creando modelos iconográficos cuya evolución culminará en el Barroco. Las imágenes y los símbolos barrocos están acuñados aún en la memoria visual del presente, por lo que son pertinentes para expresar la tensión entre el peregrinaje y el naufragio, que es la del vivir y el no vivir, con la 'vanitas' como guía de peregrinos o de pecadores, o de peregrinos pecadores. La instalación de Leopoldo Ferrán y Agustina Otero, procedente del Monasterio de Nuestra Señora de Prado de Valladolid, se acomoda de manera óptima a un espacio religioso como es la Iglesia de San Juan de los Caballeros, habiéndose adaptado, de la complejidad barroca a la sobriedad románica. La eterna dualidad que gobierna el mundo, el bien y el mal, la virtud y el vicio, el amor y el odio, el movimiento y el reposo, la vida y la muerte, se repite en el juego de contrarios perceptible en la instalación, tanto en lo plástico como en el juego de símbolos que insinúan el contenido. Así, la quietud horizontal de la tarima y la ascensional verticalidad de la puerta; la metálica y espinosa dureza de la nube, frente a lo propio de su condición aérea y vaporosa; el placer, el poder, la gloria terrena y la fama expresados en la corona de laurel, contra el sacrificio, la humillación y la salvación obtenida por la vía ascética, que se desprenden de la corona de espinas. Los distintos conjuntos de objetos alineados en la nave central del templo de San Juan de los Caballeros apuntan hacia el ábside y reposan en el epicentro de la instalación marcado por la brillante y contradictoria nube, portadora de encontradas referencias al agua salvadora y al rayo destructor, al lugar de la fantasía y a la alambrada que impide escapar del acecho de la muerte. Desde los pies del templo, tres mujeres parecen huir de las Parcas o tal vez tienen trato con ellas. Caminan pesadamente por el fonda de una ciénaga y agitan los brazos para ayudarse en su penosa marcha. En medio de la nave, una puerta y un espejo tienden trampas al necio, excitan el pensamiento del prudente y hacen meditar al sabio. Unos y otros se sorprenden cuando creen reconocer al personaje que tienen delante. Junto a uno de los pilares, el mal se arrastra por el suelo, midiendo con su vientre el frío de la piedra, y ocultándose bajo la apariencia de chorro de plata, en la mañana, de rama seca al atardecer. Bajo las bóvedas de las naves laterales, se perciben los límites de la soledad del hombre, marcados por mundos metálicos suspendidos en el cosmos. En el sagrado ámbito del ábside, todas las contradicciones y tensiones se concentran en una cabeza de bronce cuyos posibles sentidos podrán imaginar quienes la vieren. Quede aquí el pequeño guiño al lector y asuma cada cual el gran reto de ver una inusual for-ma de exposición, una magnífica instalación, idónea pera hacer y hacerse mil preguntas sobre la naturaleza del arte. Una buena ocasión para renovar el aire del Museo Zuloaga y conocer su espacio, en el caso de quienes no sientan una desatada pasión por el jarrón y el azulejo. Nadie espere respuestas subrayadas ni demostraciones esclarecedoras. Ni las busque. Busque el visitante la mano de su amiga y en ella encontrará todas las respuestas. Recomendable exposición para escépticos apasionados, ateos poco convencidos y clérigos ex-claustrados. También podrán visitarla con notable provecho, solitarios a punto de dejar de serlo, así como las mujeres de natural libertario y generoso corazón; incluso aquellas que posean la condición contraria, nada tienen que perder y sí mucho que ganar.

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