CRÍTICO DE ARTE JESÚS MAZARIEGOS

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Carlos Costa. LA FASCINACIÓN POR EL BARROCO

Carlos Costa La fascinación por el Barroco 10/05/98. Norte Sg. p. 12 Hace exac¬tamente un año que Carlos Costa (Segovia, 1966) mostraba su admiración por Velázquez a través de una óptica cercana a la utilizada en sus últimos años por Manolo Valdés, antiguo compo¬nente del Equipo Crónica. Aquellas obras evocaban recuerdos del revisio¬nis¬mo críti¬co de Eduardo Arroyo y del legendario Equipo, pero ya pres¬cindían de su plani¬tud pop y de su ácida ironía. Ahora expresa su fascina¬ción por Rembrandt y lo hace despojándose de los vesti¬gios cubistas que hace un año aún arrastraba como estigma de su antigua militancia geométrica. El resul¬tado es una pintura cada vez más franca y perso¬nal, más auténtica. La recreación que hace
del pintor holandés es un gozoso y sereno recreo para la vista y al mirar los cuadros se adivina que son el bello fruto del propio recreo del artista, de un doble acto amoroso primero contem¬plativo y luego activo. Del mismo modo que Manet miraba hacia Goya para encontrar su camino, Costa mira mucho más lejos pero sabiendo que los caminos son múlti¬ples y aleatorios y que están llenos de pisadas. No se plantea su proceder como una necesidad sino como una opción posibilista y pasajera, con una grata y distendida complacen¬cia muy de pintor de los noventa. Porque este joven artista no pinta para cambiar el mundo (ya nadie lo hace) sino para experimentar el placer de mover los pinceles con una cierta indolencia posmoderna que contrasta con la visceralidad de su modelo. Lo que a Edouard Manet le exigió actitudes heroicas, para Carlos Costa es todo un deleite en el que el pintor se refresca con las salpicaduras informalistas y se aplica las untuosas texturas de lo maté¬rico. El resultado es una inédita reencarnación de ese nebuloso mundo de tonos pardos y luces doradas que bañan espacios indecisos. Si Rembrandt buscaba en los mercadillos ropas viejas y objetos pintorescos, Carlos Costa también ha buscado entre la realidad que le rodea y ha topado no con Rembrandt ni con sus obras sino con el holandés mediático de las reproduccio¬nes. En ese partir de la "imagen de la imagen" (por¬que no pretende haber ido de museo en museo) es donde su pintura hunde los últimos hilos de sus raíces en el pop. Rembrandt pertenece ya a la cultura de la imagen y Carlos Costa lo ha sacado de los libros y de los CD ROMs para inyectar pintura nueva en sus esclerotizadas venas, liberándolo de la mirada de sus personajes, de la engañosa ficción espacial y de su inconfundible veladura bituminosa. Así nos reconcilia con el pintor que le sirve de motivo y nos lo explica como para que comprenda¬mos la perennidad de su vigencia. La pintura de Carlos Costa se encuadra en una genérica neofi¬guración que no intenta especular críticamente sobre la herencia barroca sino que penetra bajo su pátina en busca de su naturale¬za desnuda y ajena a aquellas convencio¬nes de las que Rembrandt no podía desasirse aún. Interesante experimento éste de inventar un Rembrandt felizmente libre de espacios y volúmenes y con toda la herencia de la modernidad adherida a su añeja experiencia y a la rejuvene¬cida superficie de sus lienzos.

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