CRÍTICO DE ARTE JESÚS MAZARIEGOS

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Javier Riera. TEORÍA DE LA NUBE

Javier Riera Teoría de la nube 22/03/98. Norte Sg, p.8
Javier Riera (Avilés, 1964), en los años azules de su infancia asturiana, miraba el paisaje levantando la cabeza y veía más cielo que tierra, más nubes que montañas. Le atraía la volubilidad de los gases imperfectos y desdeñaba la tozuda definición de los cuerpos sólidos. Así fue interiorizando un universo de cielos impuros y dramáticos, cargados de nubes sulfurosas y de falsas estrellas fugaces escapadas de los crisoles de las fábricas. Hoy, desde su estudio de Barajas, sigue mirando al firmamento bajo el retumbo de los aviones, persiguiendo sus estelas ígneas y sus luces nocturnas, buscando a los fantasmas a la hora precisa y mirando el mundo a través de una inmensa y vibrante lente de aire caliente con olor a queroseno. Riera lleva también en su interior el bagaje de dos siglos de nubes pictóricas que van desde los agitados celajes de Constable y de Turner hasta los dudosamente serenos de Friedrich. Sobre esta herencia romántica y secreta, articula brillantemente un vocabulario enraizado en el Expresionismo Abstracto Americano. De aquellos míticos irascibles conserva, sobre todo, la violencia azarosa de los action painters, pero también la carga de intensa meditación de los color field painters. No es ésta una pintura que se logre a base de machacona dedicación sino afrontando el vértigo de asomarse al abismo, una pintura de alto riesgo en la que el pintor tiene un notable pero relativo control sobre sus propios gestos y sobre el discurrir de los líquidos por el lienzo. A veces la sensación de furia e ímpetu es tal, que el arrebato gestualista se hace equiparable al del francés Georges Mathieu. Y es que en las obras de Riera "ocurren cosas" entre los elementos plásticos, sostienen enfrenta¬mientos tensos y silenciosos o libran violentas batallas en las que hay amenazantes manchas que provocan e intimidan, y trazos agresivos como navajas que atacan salvajemente y abren heridas en el costado del cosmos. Además del referente violento y expresionista, materializado en los grafismos, los empastes y los dripping, existe otro más sereno que se muestra a través de los grandes velos traslúcidos. Son precisa¬mente estas manchas amplias y líquidas las culpables de la ocasional adscripción del artista, por parte de algunos críticos, a una corriente que se ha dado en llamar lirismo. Este concepto, aplicado a la pintura, puede referirse a la noción literaria del sentimiento o, como es el caso, convertirse en una etiqueta aplicable a ciertos pintores abstractos que manejan con sutileza una materia predominan¬temente ligera. Estos pigmentos fluidos Riera los administra con una soltura que incluye los efectos de aguas y de emulsión, astucias surgidas de la chistera del gran prestidigitador que es Julian Schnabel. La pintura que hasta el 15 de abril puede verse en La Casa del Siglo XV es una excelente ocasión para conocer un sólido valor emergente y para emprender caminos de iniciación.

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