CRÍTICO DE ARTE JESÚS MAZARIEGOS

viernes, 4 de noviembre de 2011

Mónica Carretero. VENTANAS A LA FANTASÍA

CRÍTICA DE ARTE Ventanas a la fantasía Mónica Carretero. Originales de ilustraciones. Librería Diagonal. Segovia. Hasta el 31 de enero. JESÚS MAZARIEGOS Del mismo modo que las imágenes visibles son una fuente fundamental de la literatura, la lectura hace surgir, de forma natural, los escenarios de las historias de ficción y, así, cada uno tiene su Madame Bovary (la mía sin el bigote de vello al que se refiere Flaubert). Suele ocurrir que, al ver una película basada en el libro que leímos, hay una sensación de rechazo a unos ambientes y a unas imágenes diferentes a los que habíamos imaginado, pero esos nuevos personajes acabarán suplantando y casi borrando a los que habíamos construido en nuestra imaginación. No ocurre lo mismo con los libros ilustrados en los que la previa visión de las imágenes pone campo, cielo, casa y cara al cuento o al relato e, incluso, ayuda a intuir el contenido de la historia. Muchas veces las ilustraciones se fijan con tanta fuerza en nuestra memoria que sirven de soporte para el recuerdo del argumento, desempeñando un papel preponderante. Cuando tenía diez años, mi libro de lectura era un Quijote ilustrado con los famosos grabados de Gustave Doré. Bueno, pues ya no admito otro Sancho que no sea el de Doré y cualquier Quijote ilustrado con otros tipos humanos me parece falso. Las ilustraciones que Mónica Carretero expone en la Librería Diagonal, poblarán los sueños felices de los niños que se asomen a esas ventanas que miran a la fantasía. Mónica crea pequeños oasis de felicidad que se van convirtiendo en refugio necesario donde protegerse de la crueldad y la injusticia del mundo que nos ha tocado vivir. Las obras de Mónica Carretero poseen tal originalidad, en el sentido prístino de la palabra, tal dependencia genética de la mano que las ha trazado, que no parece posible que esos dibujos hayan podido salir de alguien que no posea las gracias que la Naturaleza ha reunido en la persona de su autora. No se puede negar la existencia de un parentesco sanguíneo entre la madre y sus criaturas, y puede afirmarse que la muchacha Pataslargas que cruza una plazuela llevando una tarta y la que tiende ropa, son ella misma y no dejan de ser también ella todas las niñas ‘espingarcitas’ (ésta es una palabra nueva) y listas, incluidas Caperucita Roja y todas las princesas e hijas de leñador que pueblan el bosque. Para ver la sensibilidad que Mónica tiene a la hora de representar el mundo infantil y el interior de ese mundo, visible a través de los rostros infantiles, no hay más que ver el grupo de niños con su profesora, posando como para una foto. En cada rostro y en cada postura están todas las ilusiones, fantasías, pequeños y grandes miedos y, por supuesto, toda la inseguridad que, consciente o inconscientemente, un niño soporta. Los espacios por los que se mueven los personajes de Mónica, a veces poseen una soledad casi surrealista, al modo de Magritte (‘Mesa con gato y ventana’, ‘Paisaje con dos pinos y armadillo’). Esa soledad, en la escena en la que la niña sube una cuesta, se convierte en una soledad cósmica que habla al mismo tiempo de la autonomía y resolución del personaje. Otras veces el escenario se convierte en expresionista y algo agobiante, como ocurre en el collage en el que Pataslargas va a la compra. En la escena callejera domina una visión pintoresca pero, en ‘Pataslargas bajo un árbol’ el ambiente es romántico, llegando a ser algo inquietante el del encuentro de la princesa y el príncipe, en medio del laberinto del bosque convertido en mezquita natural. Los mundos de Mónica convierten a un adulto en niño, y a los niños y las niñas les ayuda a no dejar de serlo antes de tiempo.

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