CRÍTICO DE ARTE JESÚS MAZARIEGOS

jueves, 3 de noviembre de 2011

Carlos Sanz Aldea. CAMINO INICIÁTICO A NINGUNA PARTE

Carlos Sanz Aldea Camino iniciático a ninguna parte 20/02/00 Norte Sg p8 Aunque suelen ser una ayuda no deseada los textos que algunos artistas facilitan a modo de programas de mano, no es éste el caso de Carlos Sanz (Soria, 1960) ni de su teórico colaborador NEKA. De los dos textos de apoyo, el más explicativo habla de “no decir nada”, mientras que los trece puntos del segundo son más abiertos y sugerentes cuanto más paradójicos, limitándose a (des)glosar al personaje que da título a la exposición: “El viajero ateo”. Respetables dosis de ambigüedad y un toque de extravagancia sirven para sugerir vías, abrir caminos y excitar la imaginación dejando la puerta abierta a cualquier análisis. Un buen ejemplo de cómo un escrito aparentemente incomprensible, lo dice todo pero admite mucho más. La exposición de Carlos Sanz en La Casa del Siglo XV no tolera lecturas simples ni superficiales. La complejidad de los medios expresivos, que van desde la pintura y la escultura hasta la fotografía y el vídeo, es superada, en el plano estrictamente pictórico, por la de su contenido icónico, literario y simbólico. La huella surrealista, ahora que, por fin, hemos recuperado a Roberto Matta, está más cerca de la complejidad de planteamientos del éste que de la simplicidad resultona de Magritte. En cuestión de onirismo, los espacios solapados y superpuestos en los que Carlos Sanz coloca los símbolos de su propia historia, expresan mejor lo difuso del sueño, la visión y el recuerdo, que ese mundo de cosas claras y distintas que pueblan el conocido universo del belga. El viaje es una sucesión de imágenes y de impresiones que dejan su poso en la memoria, poso impuro y selectivo que, vertido en forma de pintura, no puede convertirse en un documental ni en un diaporama. Ni la heterogeneidad material y formal que la obra presenta, ni la superposición de espacios y tiempos, permiten reconstruir itinerario alguno. El viajero ateo quiere saciarse con los objetos sublunares y no precisa mapa porque sabe de siempre que los mapas están trucados por los gobiernos y porque es consciente de que se encuentra en medio del laberinto. El laberinto es el escenario de la iniciación del sabio. El centro del laberinto es la meta del viajero ateo, aunque ignoro si la sabiduría que persigue es solamente la de la materia y el presente. La naturaleza es caótica. El orden consciente es una categoría exclusivamente racionalista. El estado natural de las cosas y del pensamiento es el caos. La limitada inteligencia de los seres humanos precisa de un cierto orden para poder comprender el mundo, la historia y la propia existencia. Para eso se han inventado las especies, las partes, las eras, la letras y las palabras. Carlos Sanz, sin embargo, superpone los recuerdos como en un palimpsesto icónico cuya página en blanco tiene trato y parentesco con el paisajismo fantástico de Dis Berlin. Esta neofiguración fin de siglo, que arrastra la herencia informalista con toda naturalidad e incorpora referencias surreales, viene a ser como la imagen interior del záping de la memoria visual, en un desarrollo de la versión moderna del cuadro dentro del cuadro que iniciara el pintor americano David Salle a comienzos de los ochenta. A este respecto existe una notable coincidencia, seguramente casual, entre las soluciones de Carlos Sanz y las de la pintora portuguesa Fátima Pinto. Pero el bagaje vital del soriano es inconfundible. Sobre los distintos niveles de paisaje, ha desplegado su catálogo de arquitecturas visionarias, reales unas, soñadas otras; unas transparentes y otras sólidas y tangibles. Así, la fábrica del Teatro de la Memoria navega por el mar de Castilla, nave sobre la nava, abarcando el horizonte infinito, antes de convertirse en hoguera. La Ville Savoie convive con una estación soñada por Paul Delvaux, mientras la tumba de Cecilia Metela emerge de las aguas de la laguna..., o... tal vez fuera un palomar.

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