CRÍTICO DE ARTE JESÚS MAZARIEGOS

lunes, 7 de noviembre de 2011

Carlos León. EL ARS TOPIARIA DE CARLOS LEÓN

CRÍTICA DE ARTE El Ars Topiaria de Carlos León Carlos León. El Topiario de Perséfone. Pintura. Museo Zuloaga. Segovia. Hasta el 15 de noviembre. JESÚS MAZARIEGOS El mundo clásico sigue vivo en su historia y en sus mitos, sobrevive en el espacio mental en el que se refugian muchas personas a las que el mundo actual les produce tedio. Los griegos fueron los inventores del racionalismo pero, antes que nada, inventaron los mitos para encarnar las pasiones del hombre mediterráneo. Winckelmann definía el clasicismo con dos pares de palabras: “noble sencillez y serena grandeza”. Frente a esta concepción apolínea está la desmesura barroca de Scopas, donde todo es movimiento, violencia, angustia y dolor. Esta otra visión dinámica, proteica, dionisíaca, en fin, inagotable, es la que late en el barroco y en el romanticismo, y la misma que hace respirar a los cuadros de la exposición de Carlos León que puede verse, hasta el día 15, en el Museo Zuloaga. En el catálogo, unas cuantas fotografías realizadas por el artista, fotografías domésti-cas de zarzas y arroyos cercanos a su casa, adquieren una dimensión de naturaleza inabarcable y trascendente, y se convierten en imagen de selva impenetrable, de lugar desconocido y tenebroso. Se convierten en una imagen romántica. De un modo semejante, la inmediatez de la tela pintada, en virtud del predominio del negro y de los grises, de su condición líquida y caprichosa, de sus formas sugerentes y de los títulos alusivos a los mitos griegos, se convierte en escenario nocturno, en poussiniano bosque atardecido, en muro del Laberinto y en sombra del Minotauro; se convierte, en fin, en la imagen del incierto camino de Teseo y del dudoso destino de la Humanidad. Carlos León pinta cuadros de una abstracción lírica, cuya originalidad y coherencia plástica hacen que se sostengan por sí mismos, apoyados únicamente en la visible grandiosidad de sus formas. Pero a Carlos León, como a Rothko, no le gusta pintar acerca de nada y, cuando pinta, tiene en la cabeza mil hazañas de héroes míticos, tormentosas pasiones, violentos raptos, tenaces luchas y sangrientas venganzas. Carlos León no pinta las escenas de la Mitología sino los estados de ánimo que le produce su recreación mental. Así evoca los mitos cretenses y la historia de Icario, o crea espacios panteístas impregnados de una sexualidad con vocación de trascendencia, como ocurre en la serie ‘Arva’, en ‘Monte’ (que adivino de Venus), o en Mar sembrado’ (fecundado). Otros paisajes y otras batallas menos cruentas y más reales se alojan en las nubes de su pensamiento, nubes de sueño entre vigilias soñadas, noches de Nueva York, oscuras en medio de las luces, negras como la nieve negra, solitarias en medio de la multitud. En la embriaguez de la noche, el pintor de los jardines interiores ha interiorizado el jardín de Perséfone, ha aprendido el ‘ars topiaria’ y se ha hecho su jardinero. Carlos León pinta con los dedos, como si los modelara, tupidos setos y gráciles esferas que crecen en el jardín situado en el centro del universo. Ha soñado que descendía a sus simas, desde donde sólo alcanzaba a ver, o soñaba que veía pasar los pies blancos de las ninfas y las infamantes pezuñas de los faunos. El amor y la muerte son inseparables. El las penumbras de los cuadros de Carlos León, en medio de mil amores tórridos y violentos, se mueve la segura sombra de la Parca. Su triunfo es el único seguro. Entre tanto, los jardines pasan del amarillo al cobrizo y se forman alfombras de hojas por las que caminan, disfrazados a lo siglo XXI, Aquiles y Pentesilea.

No hay comentarios:

Publicar un comentario