CRÍTICO DE ARTE JESÚS MAZARIEGOS

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Pintores pensionados. IGUALES Y DIFERENTES

Crítica de arte Iguales y diferentes Pintores pensionados del Palacio de Quintanar. Pintura de 26 jóvenes artistas. La Alhóndiga. Segovia. Hasta el 31 de agosto. Jesús Mazariegos Querida Estefanía.- Una vez más me acojo a la forma epistolar porque, ante tu juventud casi adolescente, la carta me permite hablar como más de cerca, como con más compromiso de no caer en formulismos fríos y distantes. Te escribo a ti porque me pareces frágil y sensible y creo que tu aparente fragilidad representa el perpetuo estado de las cosas. Tu estancia y la de tus compañeros en Segovia y vuestra pintura son una demostración de convivencia en la diversidad, porque procedéis de todas las comunidades y todos sois iguales y diferentes. Estarás de acuerdo conmigo en que has tenido suerte de venir a Segovia a pintar con un director como Ángel Cristóbal, que no impone sus maneras y no se empeña en enseñar todo lo que sabe; suerte de estar al lado de esa persona tan cercana que es Pompeyo Martín y suerte con el personal del Quintanar. Una cosa que todos los años me llama la atención, es la gran influencia que algunos profesores ejercen sobre sus alumnos pintores. Un caso extremo es el de la Escuela de Salamanca, patente en la gran semejanza que existe entre las obras de Iris Izquierdo y Magdalena Puente, con grandes superficies empastadas y rayando en la abstracción, muy apreciables por otra parte. El paisaje de campo y montaña -aquí las ‘marinas’ son únicamente chicas con ese nombre- está representado por Raúl Domínguez Pazo, cuyos pinos están rodeados por una fuerza twombliana. Bárbara Fernández Abad posee la blanda calma neohoperiana de Gonzalo Sicre y Mateo Charris. José Manuel García Perera posee un verdadero poderío pictórico, bien visible su versión de Juan Bravo. Francisco Girbes juega con los formatos y la altura del horizonte. Ángel Luis González lo hace con los troncos y las sombras, en una potente monocromía. Óscar Hernández (Medalla de Bronce), por sus colores oscuros, recuerda a los paisajistas españoles de principios del siglo XX, aunque es mucho más suelto. Alberto Iglesias evoca al último Monet en sus acuáticas visiones de la alameda. Miguel Pang Ly hace paisajes de empastados cielos, a veces con recuerdos de Derain y de Gauguin. Irene Sánchez Moreno administra muy bien la influencia de Gerhard Richter. Hay también un paisaje suburbano representado por la diáfana visión de Julen Araluce, por los cezanianos cuadros de Leyre Viñuela y por la luminosa profundidad de Victoria Yanes. Paisaje propiamente urbano y con figuras es el de Andrés Gil. Alba López Fernández, tiene unas pequeñas pero intensas vistas de la ciudad. Especial atención a la arquitectura prestan Juan José Martínez Cánovas (Medalla de Plata) con su nítida expresión del románico; Francisco Javier Ortega, libre de cualquier estridencia; Gloria Pandís, aérea y vaporosa; Rosario Fernández López se fija en los detalles del edificio; Carmen Sales utiliza con acierto el colage, y Alba Fandiño sigue la tendencia conocida como “P&D” (‘Pattern & Decoration’), tendencia conscientemente ecléctica y netamente femenina. Por último, la pintura de Eva Zaragoza (Medalla de Oro) es la más valiente y avanzada, la más abstraizante y la más alemana. Y por poco me olvido de ti, Estefanía Martín. Tus paisajes poseen toda la ingrávida belleza del arte oriental; son como fragmentos de un paraíso transparente donde poder refugiarnos de la realidad. Me emociona que Segovia te lo haya inspirado aunque creo que tú ya llevabas ese paraíso en tu corazón.

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