CRÍTICO DE ARTE JESÚS MAZARIEGOS

martes, 8 de noviembre de 2011

Javier García Prieto. ORDEN NATURAL

CRÍTICA DE ARTE Orden natural Javier García Prieto. Pintura. Museo Zuloaga. Segovia. Hasta el 26 de febrero JESÚS MAZARIEGOS No sabría decir si la expresión ‘Orden natural’, el título de la exposición de Javier García Prieto (Valladolid) en la iglesia de San Juan de los Caballeros, expresa una verdad posible o encierra una contradicción básica. En el primer caso se referiría a ese orden que no se procura con reglas ni se acota con barreras, sino que surge sin que nadie imponga ni prohíba, fruto del equilibrio ecológico, del amor, de la tolerancia o del deseo de felicidad. No parece, pues, que el actual orden social se base en esos principios o tienda hacia ellos, al menos no más que en el resto de la Historia. ‘Orden natural’ podría entenderse, por el contrario, como la contradicción simple y llana que enfrenta a las dos palabras. Si eres natural no puedes ser ordenado y viceversa. Lo natural es el desorden; el orden es algo que se impone, muchas veces por la necesidad de comprender, como hacen las ciencias físico-naturales y la Historia, unas con la caótica naturaleza y otra con el errático devenir del día a día. Si lo natural a secas parece que conduce al asilvestramiento, a la promiscuidad y a la barbarie, el orden por el orden alcanza su punto ideal y su objetivo con la muerte, pon lo que ésta y aquél suelen tener amigos comunes. Más creo yo que el orden natural que expresa la pintura de Javier García Prieto (Valladolid), se acerca más a lo que Vasari llamaba ‘gracia’ que es la propiedad de lo que es perfecto sin alardearlo, de lo que parece hecho sin esfuerzo, de lo bello sin afectación, de lo correcto sin envaramiento, de lo equilibrado sin rigidez. Es como tener gracia sin hacerse el gracioso. Ciertamente, la obra de García Prieto alcanza un raro equilibrio entre lo figurativo y lo abstracto, entre lo fresco y lo insistido, entre lo gestual y lo rothkiano. Si no faltan las referencias a la naturaleza, en ligeros vegetales, sean ingrávidas ramas o transparentes hojas, visto todo bajo un prisma oriental, el cuerpo de cada cuadro, el fundamento de cada obra, no deja de ser una reflexión sobre la propia pintura, hecha desde la línea divisoria entre la vertiente matérica y la vertiente lírica, algo más cerca de ésta que de aquélla. Para Javier García Prieto, pintar un cuadro con una planta no consiste en representar su figura sobre un fondo sino sugerir su velada silueta emergiendo, apenas, de la ficticia profundidad que se esconde bajo la extensa epidermis del cuadro, perspectiva sin líneas de fondo, distancia en la niebla, profundidad abisal, noche de luna y nubes. Así pues, la planta, la hoja, el tallo, son contingentes; los fondos de varias capas transparentes, las marcas de la emulsión, la estela del pincel y las huellas humanas, pertenecen a lo necesario. Obra laboriosa y contenida que atesoran una gran energía que sólo se manifiesta en ínfimas dosis, en imperceptibles fumarolas que escapan por los poros del lienzo o las estrías de los ‘frotages’. Obra intensa y silenciosa que prefiere lo sugerido a lo evidente, lo soñado a lo vivido, el pétalo a la flor; pintura de susurros, a veces graves, que dejan imaginar las fuerzas telúricas que los causa. Pintura sin habla pero con respiración y con latidos.

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