CRÍTICO DE ARTE JESÚS MAZARIEGOS

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Pintores oensionados. UN PAISAJE PARA EL PRESENTE

Crítica de arte Un paisaje para el presente Pintores pensionados del Palacio de Quintanar. La Alhóndiga. Hasta el 31 de agosto. Jesús Mazariegos Hay pocos acontecimientos en Segovia tan bien traídos, tan humanos, tan artísticos, tan refrescantes, tan auténticos y tan bien llevados, como la exposición que corona el curso de paisaje de los pintores pensionados del Palacio de Quintanar. En este barco del mar de la pintura que con tanto acierto gobierna su director, el pintor Ángel Cristóbal, y con tan buen entender cuidan las instituciones, han viajado 22 estudiantes de Bellas Artes que saben muy bien que lo importante no es el puerto de llegada, la exposición, sino el viaje en sí mismo, el fecundo fragmento de su vida que han pintado en nuestra ciudad. Al ver la diversidad de sus propuestas uno se pregunta cómo debería ser el paisaje de hoy, el paisaje de la pintura moderna. Si, ‘paisaje’ y ‘pintura moderna’ pueden llegar a ser conceptos enfrentados, no cabe duda de que el rey de los géneros debe tener un sitio en la pintura actual. Ese paisaje de hoy, ni es un modelo único ni se puede formular a base de palabras. Sólo la pintura puede definirlo. Está claro -y puede verse en esta exposición- que la herencia más común y de más peso en el paisaje actual es la del informalismo. El caso extremo de dominio de la abstracción lo interpreta magistralmente Leyre Solaberría. Silvia Martín pinta esculturas y David Murcia arquitecturas, pero los dos hacen un verdadero canto al ‘dripping’, de forma moderada la primera y más explícito el segundo. En el extremo opuesto, el de la figuración académica y realista, estarían las perspectivas urbanas de Araceli Martínez o el realismo cotidiano de Ismael Fuentes. Entre ambos extremos está el numeroso grupo intermedio en el que la figuración mantiene viva la herencia de la abstracción y su valoración de la fisicidad de la pintura. Aquí entrarían los paisajes suburbanos de Ismael Pinteño y los juegos de luz y perspectiva de Gorka García Herrera. Alexandra Sans y Mª Ángeles Gomis (Medalla de Bronce), coinciden en expresar, a través de sus pequeños formatos, un discurso variado, coherente y honesto. Tania Castellano y José Luis Ceña son un buen ejemplo de equilibrio en este paisaje en el que los árboles no impiden ver la pintura. Betsabé Blanco y Paula Castelruiz hacen interesantes propuestas, la primera con arquitecturas algodonosas y vibrantes, y la segunda sometiendo las luces del paisaje nocturno al rigor ortogonal de sus pinceladas. Por último, Andrés Alonso Moutas (Medalla de Oro) modela y deforma la realidad con un fuerte expresionismo, al modo de los alemanes Werner Büttner o de Helmut Middendorf.. Al margen del esquema anterior, hecho en función del dominio de la herencia informalista sobre lo que entendemos por paisaje, está el aparente simbolismo de las obras de Jonathan Pizarro y el homenaje que Idaira Frugoni hace a dos tocayos tan distantes y distintos como Hopper y Úrculo. Aziza Alaoui se mueve entre la convención y el expresionismo a lo Kirchner, mientras que Silvia Viana se sitúa al borde del decorativismo. Gloria Domínguez hace una abstracción ni geométrica ni informal, con demasiados elementos. Joaquín Ruipérez y Alfredo Albero desconciertan, el primero por su convencionalismo y el segundo por poner el oficio al servicio de la afectación. Fuera también del esquema general pero con un planteamiento original y un resultado brillante, está la obra de Ariadna Contreras (Medalla de Plata), una reflexión silenciosa sobre la ventana como frontera y como interlocutora con la luz y la naturaleza. Su pintura, la de Araceli Martínez y la de Idaira Frugoni, son las únicas completamente libres de las huellas informalistas y de empastes.

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