CRÍTICO DE ARTE JESÚS MAZARIEGOS

jueves, 3 de noviembre de 2011

Sel Jiménez. VERGÜENZA

Sel Jiménez Vergüenza 28/02/99 Norte Sg p16 7 En la Casa del Siglo XV, a quien aún no haya logrado reunir el valor necesario para acercarse al sufrimiento convertido en obra de arte, le espera, estéticamente revelador y psicológicamente amenazan¬te, el montaje de la artista costarricense Sel Jiménez (San José de Costa Rica, 1947). La propiedad en el lenguaje me exige no prometer recreo para la vista ni goce de sentido alguno. Escandalizaría con razón si aludiera a la belleza sin agregar mil matices y prevenciones. Sería poco generoso si no advirtiera que las imágenes presentes en la citada galería pueden herir gravemente la sensibilidad del espectador. Quienes se acerquen a la jaula de espino y a los seres dolientes que la pueblan y rodean, sin haber endurecido convenientemente su conciencia, pueden experimentar súbitos accesos de melancolía, sentir dolor de contrición, adquirir complejo de culpabilidad o padecer una notable disminución de su autoestima; y, sobre todo, una infinita vergüenza. Los efectos del acercamiento o de la penetración física en la propia obra, pueden causar daños irreversibles en el alma, en caso de que se tenga conciencia de poseerla. Quienes se expongan a tales riesgos pueden derivar en actitudes estrafalarias, hacerse de una ONG, irse a vivir a una comuna o tomar los hábitos, quemarse a lo bonzo o probar con la autofagia. Se han visto señores bien-pensantes en los que se ha despertado un inexplicable y feroz anticlericalis¬mo, no faltando quienes han acudido a las oficinas de la J. de C. y L. pidiendo información sobre afiliación guerrillera. En el mejor de los casos, se acaba amando intensamente o aborreciendo a las aves de por vida. Terracotas ásperas, cortantes, a base de precisas cuchilladas por las que corre una policromía de sangre y bilis. Las actas del terror no se escriben con pastel ni en tonos rosas. La obra de Sel Jiménez puede considerarse bella, bellísima (añada aquí el lector los matices y prevenciones según gusto). No obstante, Burke consideró una categoría distinta de la belleza, que es la que hace que el volcán supere a la montaña, el terremoto a la calma, el entierro al bautizo, la tormenta a la serenidad, el naufragio al feliz crucero y el suicidio a la muerte natural: "lo sublime" expresa aquí la intensidad y la desmesura, la tragedia y el caos. El hambre, el desamparo, la desespera¬ción, la muerte, la desolación toda, metáfora e imagen de los pobres del mundo sobre los que Occidente levanta su prosperidad, están representados por hombres, mujeres y niños disfrazados de pájaro, tal vez para disimular las heridas debajo de las plumas. La escultora, además, ha privado a jaulas y alambradas de la digna agonía de lo inorgánico y los ha sometido a los suplicios reservados a los seres vivos; las peanas tienen las huellas de otras lágrimas y de otras heridas, guardan signos del último gesto de los que ya no necesitan ayuda, mientras las sombras se proyectan o se pintan sobre la tosca superficie de la tarima. En algún lugar del madero han de estar clavadas las uñas de una venganza imposible. Hasta ahora he vivido creyendo que sólo hay un cuadro más desolador que El grito de Munch. Ese cuadro El vendedor de cerillas de Otto Dix. Ahora veo incrementada esta nómina del dolor, "ahora sufro lo pobre, lo mezquino, lo triste, lo desgraciado y muerto" (R. Alberti) encarnado en esos pichones de Sel que miran como aquel niño de ojos sangrantes. Se constata que el dolor y la muerte existen incluso cuando no son televisados. Al asesino hay que condenarlo a mirar el vídeo de su propio crimen; hay que hacerle oír el llanto de los hijos de sus víctimas. Ver a la muerte como en un espejo, caminar entre despojos recién agonizados, penetrar en la jaula oxidada, rozar el espino y contraer el miasma que te convierte en grajo o en vencejo. Metamorfo¬sis por metamorfo¬sis. Un vivo muerto por cada muerto vivo.

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