CRÍTICO DE ARTE JESÚS MAZARIEGOS

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Jan Manuel Díaz-Caneja. PLAYA DE MI MEMORIA

Crítica de Arte Playa de mi memoria Pintura. Caneja. La Alhóndiga. Segovia. Hasta el 2 de agosto. Jesús Mazariegos Juan Manuel Díaz-Caneja (1905-1988), palentino y comunista, que residió en Carabanchel y en Ocaña contra su voluntad, es uno de esos pintores sobrios y silenciosos, no preocupados por el efectismo fácil sino por profundizar en la esencia de una pintura hecha de sencillez. Sus paisajes son de pequeño formato y escueta gama cromática que va de los amarillos pálidos a los ocres y sienas claros, con brevísimos toques azules o malvas en sus reducidos cielos. Caneja es considerado por muchos como el mejor paisa-jista español contempo-rá-neo. En los años 40 y 50 formó parte de la llamada "Escuela de Madrid" cuya estética general derivaba de las enseñanzas de Daniel Vázquez Díaz y de Benjamín Palencia, y cuyo paisajismo compartía expresio-ni-smo y rigor constructivo. En los años 60 y 70, con el auge del informalis-mo y de la nueva figuración, el pintor permaneció en una cierta marginali-dad hasta que, en 1985, el Ministerio de Cultura le dedica una exposición antológica. Caneja es tan opuesto al concepto conserva-dor del paisaje pintoresco y costum-brista, como expresa-mente hostil a la visión pesimista y desgarrada de los hombres del 98. Y aquí topamos con Castilla. Huida de la realidad Frente a la concepción tétrica noventayo-chista, Caneja ve el paisaje castellano como algo delicado, suave y femenino, "como piel de mujer". El paisaje real del que parte, según él mismo declara, es el de "toda la extensión de la Castilla palentina, del Cerrato, de la Tierra de Cam-pos". Pero es un paisaje interiorizado: "Yo no me moví de Madrid. El paisaje surgía de dentro, con toda la fuerza del recuerdo (del tiempo perdido)". Cuando, en el desconcier-to de la posguerra, Caneja se decanta por este género, la elección equivale a una huida de la realidad, "una especie de coartada ante lo que sucedía o lo trágicamente sucedido. Era preciso callar, concentrarse, alejarse". Este paisaje mesetario, parco en contrastes, ayuno de agua y de vegetación, cuenta con un reducido repertorio de accidentes: los páramos calizos, la alternan-cia de barbechos y rastrojeras, las lomas y las eras, con una ausencia casi absoluta de casas y de árboles. Su tratamiento formal deriva en una fragmentación cubista de aspecto reticular a la que ya se refería Ramón Faraldo en 1957 como cubismo "con aire, humano y respirable", libre de la asepsia propia de los lenguajes geométri-cos. En los años 70 los planos se simplifican hasta acercarse a la abstrac-ción, con amplias formas que recuerdan a las de Pablo Palazuelo, pero sin perder su condición mineral u orgánica. La culminación evolutiva de la obra de Caneja se hace visible en las pinturas de sus últimos años, en las que trabaja con la libertad del viejo y en las que todo se disuelve en puras vibraciones de luz. El espectador atento podrá contagiarse de la calma y de la armonía porque en estos paisajes no hay lugar para la estridencia ni para el exceso; comprenderá que Caneja, en el fondo, siempre pintó lo mismo sin repetirse, que toda su obra consiste en variaciones sobre un mismo tema. Quienes busquen complacerse con anécdotas curiosas u obtener testimonios de la cultura agraria, quedarán defrauda-dos. El premio es para quienes quieran percibir la infinitud de un paisaje único, para quienes se dejen cegar por un sol que todo lo unifica, para quienes aspiren a escuchar la armonía del cosmos a través de un cuadro, para todos los que busquen el orden secreto de la naturale-za. Hace sólo treinta años que su amigo y compañero político Blas de Otero escribía para Caneja: "ESPAÑA, / palabra bárbara, raída / como roca por el agua, / sílabas / con sonido de tabla / seca, / playa / de mi memoria, mina / roja del alma, cuándo / abrirás la ventana / a la brisa / del alba".

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