CRÍTICO DE ARTE JESÚS MAZARIEGOS

sábado, 5 de noviembre de 2011

Diego Etcheverry. ARTE DE ALTO VOLTAJE

CRÍTICA DE ARTE Arte de alto voltaje Diego Etcheverry. Set de belleza. Pintura y estampación en diversas técnicas. Galería Montón de trigo, montón de paja, Segovia. Hasta el 4 de noviembre. JESÚS MAZARIEGOS Hace exactamente medio lustro, comentando la exposición de Diego Etcheverry en esta misma galería, ya me referí al lenguaje pop, a la estética espacial -galáctica para ser exacto- y a la crítica sociopolítica irónica que respiraba toda la exposición. Diego Etcheverry ha ido ganando en calidad formal y, muy especialmente, en contenido conceptual, destilando una crítica social dicha con palabras suaves, expresada con figuras inocentes, aparentemente apta para niños, agudamente sutil, pero certera, cáustica y devastadora. Creo que con la obra de Etcheverry ocurre lo mismo que pasaba con el Pop en general y con Andi Warhol en particular, que se puede hacer una lectura superficial en la que parece que estamos ante una glorificación risueña del sistema, adoptando gustosamente los iconos que orientan guían y deslumbran a la sociedad, con alguna que otra pequeña broma. Pero si la parte crítica de Warhol, se hace evidente en las series de los accidentes de tráfico y de la silla eléctrica, también se puede dar la vuelta a sus obras más amables y entenderlas como crítica del capitalismo y de la sociedad de consumo. Lo mismo ocurre con obras de Claes Oldenburg, James Rosenquist, Tom Wesselmann, Roy Lichtenstein y casi todos los artistas pop. La obra de Diego Etcheverry tiene siempre esa voluntad crítica y corrosiva, aunque no lo suficientemente corrosiva como para debilitar los soportes del sistema, protegidos por mil blindajes y sólo vulnerable a sus propios gestores. Diego se coloca frente a principios y personas que, si no fueran tan poderosos, nos darían risa; personas e instituciones que si no nos dieran tanto miedo, nos darían pena. 'Set de Belleza' ironiza hasta no saber muy bien si está ironizando sobre el funcionamiento del sistema socioeconómico o si el sistema es ya una ironía en sí mismo y no hay otra manera de verlo. Pasa algo parecido a lo que ocurre con las vidas de santos de la Leyenda Dorada, que Luis Carandel las publicaba en versión original literal -no recuerdo si en La Codorniz o en El Jueves- y la gente se tronchaba. La actitud de Etcheverry, que es más coherente cuando más disparatada parece, me recuerda también a la postura de los dadaístas, jugando al absurdo, para poder huir del mayúsculo absurdo de la Primera Guerra Mundial. Repetir literalmente los comportamientos más significativos del comercio, del marketing o de la publicidad, pero desde la visión crítica e irónica del artista, es algo que consigue desenmascarar a los poderes que nos dominan al tiempo que generamos una agudeza que nos permite ver los pies de barro de nuestros dioses. En medio de un arte esteticista y complaciente, desideologizado hasta hacerse cómplice de la reacción, se agradece este arte con misión que devuelve al artista su perdida función de señuelo moral para la sociedad.

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