CRÍTICO DE ARTE JESÚS MAZARIEGOS

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Sel Jiménez. AMOR Y GRATITUD

CRÍTICA DE ARTE Amor y gratitud Sel Jiménez. Trigo limpio, trigo sucio. La Alhóndiga, Segovia. Hasta el 19 de abril. JESÚS MAZARIEGOS Muchas veces, cuando escucho el discurso rancio y romo de los nacionalistas o com-pruebo la aversión al extranjero pobre, tan generalizada, me dan ganas de preguntar hasta qué siglo de la Historia hay que remontarse para justificar los llamados derechos históricos y hasta dónde hay que reducir y compartimentar el territorio del planeta para evidenciar las diferencias entre los seres humanos. Si de remontarse al pasado se trata, remontémonos hasta al Paleolítico, que allí no hay clases ni fronteras. Desde el individuo, desde el propio yo hasta el género humano, hasta la Humanidad completa, sólo hay un paso que es la pertenencia a la especie. ¿Por qué hay quien se empeña en crear niveles intermedios -la familia, la ciudad, la provincia, la comunidad autónoma, la nación, la alianza de naciones-, si todos somos humanos? Si todos nos considerásemos ciu-dadanos del mundo ¿Dónde estaría nuestro enemigo? Estas reflexiones elementales me surgen de la consideración de la personalidad de la artista segoviana nacida en Costa Rica, Sel Jiménez. Su actual exposición en las salas de la Alhóndiga, es una auténtica proclamación de amor a esta tierra áspera que la ha acogido, no sé si con suficiente calor. Sel Jiménez homenajea a la campiña cerealista que, al ritmo de las estaciones, se torna en mies, en rastrojo y en barbecho, muestra su admiración por el gran-dioso decorado estival de los campos, adornados por la geometría de los prismas y los cilin-dros que labran las empacadoras. Mari Sel es frágil y se conmueve ante la fragilidad de los pájaros, de sus nidos, de los cardos que sueltan su pelusa, y se maravilla viendo cómo la condición endeble y amorfa de la paja se torna en potentes geometrías, en grandes sillares con los que construir efímeras murallas y en tambores con los que hacer altas columnas de templos sin dioses. Pero bajo la claridad de los campos laten los miedos ancestrales, las amenazas incier-tas, los momentos oscuros de la vida, los días de sufrimiento y los recuerdos amargos. Yo veo esos miedos a las fuerzas oscuras en esos nidos abandonados que por un momento pueden verse como repulsivos arácnidos o como gigantescos ácaros. Pero es muy posible que tales fantasmas no habiten en los nidos que pinta Sel, sino en la mente de quien los mira. Esta exposición es como un pacto de hospitalidad, una expresión de gratitud, un reco-nocimiento y una promesa, una declaración de amor. Quisiera que el retrato escultórico de Antonio Ruiz representara la actitud de muchos ciudadanos. Quiero también que Sel siga entre nosotros porque nos enseña a comprender muchas cosas, y quiero que estas palabras reflejen la voluntad de muchas personas.

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