CRÍTICO DE ARTE JESÚS MAZARIEGOS

jueves, 3 de noviembre de 2011

La Uña Rota. ESTO ES LO QUE HAY QUE LEER PARA PRESENTAR LA CAJA NEGRA

ESTO ES LO QUE HAY QUE LEER PARA PRESENTAR LA CAJA NEGRA MARTES 21 de septiembre Tengo que presentar una obra colectiva de unos jóvenes a los que desconozco en su mayoría. Espero que después de esto me presenten por lo menos a las chicas. A algunos de ellos los conozco de su época de instituto. A Arcadio le envidiaré siempre porque tuvo el valor de pedirle un autógrafo a Tàpies. Y Tàpies se lo firmó sin pestañear. No sé muy bien si son los editores, los autores o ambas cosas. Nuestra relación se basa en el desconocimiento mutuo, como la que tengo con el pirata que me copia los cedés. No lo conozco, de verdad (por si acaso). La verdad es que no saben el riesgo que corren ni a lo que se exponen. Me decía Ramón Mayrata que, cuando a alguien se le coloca una cara, debe resultar más difícil ponerle verde. La verdad, será mejor que no me presenten a nadie antes de la presentación. Tengo vagas informaciones sobre alguno de ellos pero, o bien utilizan nombres falsos, o tienen unos nombres verdaderos que no lo parecen, como el tal Garguiulo, que se hace pasar por argentino; la verdad es que imita muy bien el acento. Hace días que Carlos, ese chico tan amable de los de La Uña Negra, digo de La Uña Rota, me dijo lo de la Caja Negra (como para no confundirse). He (h)ojeado con hache y sin hache la supuesta caja pero no he leído más de dos párrafos. Estos chicos son los mismos de hace dos años, más o menos, pero sigo sin conocerlos. Han vuelto a pedirme, encargarme, mandarme u ordenarme, que vuelva a presentar, ya no la Caja Azul, que al fin y al cabo era caja y era azul, sino La Caja Negra, que ni es caja ni es demasiado negra. En realidad es una libreta de espiral con muchas más hojas blancas que negras. La cosa puede disculparse porque los negros tampoco son suficientemente negros como para merecer tal nombre. Los blancos ni siquiera son escasamente blancos. Son rosas, como yo. Lo que pasa es que el etnocentrismo y el machismo no han sido capaces de encajar que tengamos un color tan cursi y que además rime con mariposa. A lo que iba. Resulta que la caja en cuestión carece de la condición de tal. No posee cajura ni cajismo alguno. Su negrura, por otra parte, no deja de ser incompleta y relativa. En consecuencia, el nombre más adecuado que podría asignársele sería El Cuaderno Gris, pero como los catalanes siempre van por delante, parece que no había más remedio que acabar llamándola como se llama. Su punto más común con el aparato que tienen los aviones para recoger las conversaciones que luego sirven para ser manipuladas por la CIA y ocultar las verdaderas causas de los accidentes, es una libretilla roja en cuya contraportada reza: "GRABACIÓN DE VUELO. NO ABRIR", que es lo que pone en la portada pero en inglés. Esto de la libretilla, de la bolsista de plástico concebida para dedos ágiles y lo de poner encima "ÍNDICE SÓLO PARA DESORIENTADOS", no me produce un gran entusiasmo porque me obliga a reconocer que soy un desorientado total, de modo que no sé qué hago yo explicando lo que no entiendo, comentando lo que no he leído y presentando a quien no conozco. Además estas cosas son más propias de José Antonio Abella y de Ignacio Sanz, que escriben como es debido, poseen un timbre de voz eufónico y entonan de modo cadencioso y musical. El viernes pasado, en Santiago, cené al lado de Municio e intenté sondearle, pero, como es natural, no se dejaba. En realidad a mí tampoco me gustan esas cosas, por lo que decidí preguntarle directamente. Confirmando mi sospecha, me dio a entender, que el tal Moncada no está loco de encerrar, lo cual, no por esperado fue menos decepcionante. A mí me hacía ilusión que fuese un loco auténtico, matriculado y con carné, y que enviara sus escritos por el fax de una enfermera libertina. Lo que no recuerdo bien es cuál fue exactamente la causa del repentino acceso de risa de Municio, una risa explosiva a consecuencia de la cual se produjo el disparo de un berberecho que fue a parar al canalillo de la exuberante dama que acompañaba a un conocido galerista segoviano, cuyo nombre no revelaré para no levantar sospechas y para no perjudicar a un hermano suyo que es el que proporciona los teléfonos, por lo que no quisiera incomodarles, que nunca se sabe. Canalillos aparte, no voy a tener más remedio que leerme todas las calenturiencias que la caja-libreta contiene. (Creo que acabo de inventar una palabra y de emitir una opinión temeraria y posiblemente errónea). Inconscientemente asocio la última adolescencia y la juventud con la cabeza entendida como un hervidero. Ah, la palabra, calenturiencia: dícese de aquella idea o conjunto de ellas, generalmente expresadas mediante la escritura, surgidas de la actividad de una mente calenturienta o de una imaginación febril y desmedida hasta el punto de rozar lo enfermizo, y que, por lo general, suelen derivar en afirmaciones o propuestas disparatadas. Así, antes de leerlo, veo una cierta contradicción entre lo que presumo un contenido críptico y algo visionario, y un título de connotaciones tecnológicas y, si me apuras, hasta americanas. Porque la caja negra, que no sé de qué color será en la realidad, no se llama negra como reivindicación africanista, o por contener una lista negra, o por ser una prolongación de La Mano Negra; ni siquiera se llama negra en alusión a las circunstancias catastróficas relacionadas con la muerte, en medio de las cuales tal artefacto se pone de actualidad. Quizás la coherencia de esta libreta que se hace pasar por caja (no para pagar), resida en una circunstancia que es común con la de los aviones siniestrados: por fuera pueden ser del color que se quiera, porque su verdadera negrura está dentro, en forma de últimas palabras angustiosas o desesperadas. Al menos el interior de la libretilla roja posee ingentes cantidades de negrura vital y de esa clase de desmesura que invariablemente desemboca en la angustia de no poder alcanzar la frontera ni rodear la ciudad por estar inexorablemente condenados a perderse. La naturaleza de la experiencia kafkiana puede experimentarse también regodeándose en la demolición, que es otra manera de mirarse al espejo. Menos mal que en la última página Walter Benjamin parece prometer orientación para quien lee los rótulos y escucha los murmullos del aire. Leeré los artículos, miraré con atención los dibujos y las fotos, y trataré de orientarme por las calles que van entre las líneas. No puedo más. Estoy dormido. Miércoles 22 Voy por la página 53. Escribiré lo que me sugiere antes de que me vuelva a vencer el sueño. Carabias es un monstruo poético capaz de hacer accesible lo complejo. Su caja es un pentágono irregular susceptible de ser tejado de mezquita, contradicción de la perspectiva o geometría escolar en medio de una ciudad en la que habita el alma de Paul Klee. Los espacios de Carabias poseen una ambigüedad sólida porque se asienta sobre la llamada Ley de Basardilla, basada a su vez en la neta y contundente afirmación de una única norma consistente en la negación de todas las demás. La imagen de la Caja de Carabias no sólo no se ajusta a criterios básicos referidos a las convenciones que rigen la representación del espacio, sino que, en el contorno del dibujo, en las supuestas aristas, y en los arquillos de sus ángulos, es completamente blanca, hasta el punto que todo parece indicar que sólo se trata de un polígono transparente o, si se prefiere, hueco, por el que puede verse el fondo a través del vacío encerrado entre sus lados. Pero si la imagen de la caja, en su planitud y ausencia de corporeidad, es imposible que contenga nada corpóreo, verdadero ni ficticio, la libreta real contiene no pocas irrealidades totalmente tangibles. Nada más empezar el relato de Municio me doy cuenta de que la tarde nublada que me acompaña es la que el relato necesita y, a medida que leo, voy cayendo, con cierta complacencia, en brazos de la melancolía. No tardo en creer a pie juntillas que la historia es real y que le ocurrió al autor en la ciudad que no diré. Es más, pronto suplanto al autor y asumo como propias sus tesis sobre lo mala compañera que es la felicidad. No lo hay como la decepción y la derrota. La ciudad, la ciudad,... habla de la ciudad. Pero la ciudad es sólo el telón de fondo de una historia de amor y desamor libre de los elementos prosaicos de la convivencia y de la cotidianeidad. Me reafirmo en la autoaplicación del relato a mi sustrato adolescente cuando percibo la absoluta realidad del olor de una tarde de tormenta en El Havre, que ni es la ciudad a la que José Antonio se refiere ni he estado en ella jamás, pero he respirado los anocheceres estivales de sus calles detrás de Lucette y de Marie. El paraíso perdido sólo es bueno para pensar en volver. Volver como un loco, dice el autor del relato. Volver también es huir. Sospecho que no es éste el único caso que propone la huida de la ciudad, la huida de la realidad. El recuerdo de un paraíso real o ficticio no es más que una afanosa reconstrucción a partir de la propia ruina; una reconstrucción que no consigue llegar a ser decorosa chabola sino virtualidad pura sin soporte alguno. Municio propone la salvación. Basta con huir de la "vida vulgarmente real" y refugiarse en el paraíso perdido o creado o, como él dice, en la mentira, en la ficción o en la locura. Pero yo creo que ésa es la verdadera realidad que nos permite seguir viviendo. No veo las noticias, no soporto las catástrofes, hace siglos que no como bocadillos de sardinas en aceite y por lo tanto no existen. El artificio también es real. El pensamiento es la única ciudad habitable. ¿A dónde estoy llegando? Estos deben ser los jirones de un epigonismo platónico para quienes no nos conformamos con ver las sombras de la caverna. La propuesta de Carlos Garguiulo, a diferencia de las dos anteriores, la de Municio y la que acabo de añadir, sobre las que flota la sospecha de ser meros divertimentos sin carácter autobiográfico alguno, Garguiulo, digo, para crear la doble ficción de su doble página, no ha tenido más remedio que ver y vivir la realidad que representa, verla a través de su objetivo, convirtiéndola así en ficción, y vivirla desde el barco que se aleja. El lector-espectador que salta de un cuarteto fotográfico a otro y enseguida encuentra la salida, no se ha dado cuenta de que su yo virtual con ojos está realmente en el barco, alejándose de la ciudad, ya que el soporte de las imágenes es otra imagen que ejerce funciones de realidad, es el barco mismo desde el que apenas vislumbramos la cuidad sumergida en la niebla de la sobreexposición al revelado. Mario Pedrazuela evoca los tranvías de la infancia y, aunque no lo dice, en el fondo desprecia a quienes optan por tumbarse en la playa de Gandía cuando el calendario lo reclama. Mario supone que el mal nace de la ignorancia y de la envidia (y aquí aprovecho para decir lo que sigue). Quizás Mario ya sepa que cuando ambas se alojan en los intestinos de la cabeza de quien tiene cierto poder, se pueden cometer crímenes contra la cultura como el sucedido este verano en Madrid contra la obra de uno de los más geniales arquitectos de los últimos tiempos. Lo peor no es llevar a cabo semejante barbarie, sea por ignorancia o por venganza, sino justificarla cínicamente y simular un cierto arrepentimiento. Aquel edificio que quedaba a la derecha según se va a Barajas era un símbolo de modernidad y es posible que su demolición se haya hecho pensando, muy fundadamente, en dar gusto a una gran parte de la población. Estamos a finales del siglo XX pero cada vez hay más cavernícolas. Hoy he visto en la prensa magníficos edificios derribados por un terremoto. Han caído con estrépito y han matado a sus moradores. No me he enfurecido; he pensado en entristecerme cuando tenga un rato. Contra el destino no vale la furia. El edificio de Fisac se ha derribado limpiamente, sin daños personales, pero cuando lo supe estuve a punto de llorar. Pero yo sé que no soy peor que ellos. La tarde también es propicia para poner en práctica la quinta propuesta de Juanjo el Rápido. Prescindo de aplastar la nariz contra el cristal, por el qué dirán los vecinos, pero avanzo un poco más hacia la melancolía. Bien pensado, el mapa del tiempo de Juanjo no es más inverosímil que los que hacen los meteorólogos, y sus propuestas son mucho más provechosas y fiables. Otra vez ese neodadaísmo constante que consiste en huir. Si Dadá fue una huida hacia el absurdo desde el infinito absurdo de la Gran Guerra, los jóvenes de La Caja Negra huyen en desbandada hacia sí mismos, hacia la ciudad interior. Un fetichismo del que pocos estarán libres de haber estado tentados a practicarlo, es el que muestran los estratos fotográficos de Manuel Sesma. Él se da cuenta de que la gente se ve impelida a viajar a Gandía en el mes de agosto, pero tampoco sé si su inocencia juvenil ignora la verdadera intención del viaje. El objetivo no es descansar ni conocer personas, ni reconocer lo que ya se conoce por foto, comprobando que el accidente natural o el monumento es como debe ser, es decir, que no se desvía un ápice de la postal. El verdadero objetivo del viaje es contárselo a los amigos para que los corroa la envidia. Sesma esparce por la Caja los fetiches del viaje, grandes o pequeños, y las imágenes... Ya no puedo seguir. 23 de septiembre No hay duda, lo han dicho por la radio. Es mañana. He leído y visto el resto. El escrito de Rafael Cea es kafkiano, en cuanto que recuerda intensamente El Castillo. Hay que ver el éxito que tienen Kafka y Van Gogh entre los jóvenes. "El viaje imposible a la ciudad portátil", cuyo título me parece discutible en tanto que "portátil" significa fácil de llevar o transportar; debería llamarse la ciudad nómada, que además es una esdrújula más suave y no recuerda a algo tan poco kafkiano como el ordenador con el que escribo, al cual, por cierto, voy a preguntarle sinónimos de nómada. También sirven estos tres: errabunda, errátil, errante. Errabunda no suena bien. Errátil, demasiado metálico, aunque evoca el movimiento de los dibujos que ilustran en relato, en los que hay algo de retráctil, y también el arrastrase del reptil. Errante, perfecto. "La ciudad errante", parece un título que ya existiera. Lo que sí viene a ser una ciudad portátil es la propia Caja Negra, porque contiene varias ciudades que, en realidad, son todas la misma; y cabe en un bolsillo. Los anuncios de Pepe Murciego, me recuerdan ciertas manifestaciones del arte conceptual, aunque supongo que están sacados de la realidad. La realidad, no sólo supera a la ficción sino que es mucho más absurda: acabo de oír lo de Mario Conde. Conde y Gil son el rostro visible del fascismo que viene. Hablando de ficciones que superan la realidad, hace años, al salir de la Casa de las Alhajas de ver una exposición de objetos imposibles, entré en la cercana iglesia de San Ginés (A propósito, que todo el mundo se entere de que Ginés es un santo, no un instituto) bueno, y me topé con un artefacto de lamparillas de última generación que funcionaba introduciendo una moneda que encendía una vela eléctrica de lo más aparente, con su llama parpadeante y trémula. A lo que iba. Tanto el mádelman de Murciego como sus anuncios, vienen a ser una edulcorada descontextualización de la realidad a la que hay que suponer una inquietud social. Lo digo por lo de "VIVIENDAS PARA LOS SIN TECHO". Espero que este chico compre La Farola, aunque hay que reconocer que sería mucho más emocionante que la vendiera. Los criterios ortotipográficos de Moncada no me hacen ninguna gracia. O se respeta la norma o se pasa de ella por completo. Lo que no comprendo es que se utilice minúscula al comenzar un párrafo y después de punto, y luego se cierren los párrafos con un puntito redondo y pequeño como todos. Que yo para esto soy muy mirado. Además tendrá que justificarme el uso de párrafos alemanes sin sangría en la primera línea, que no está el patio para bromas. Una cosa es estar loco y otra molestar a los demás mientras disfruta en su retrete. El retrete le salva, no el llamado "inodoro" (que nunca he comprendido por qué se llama así), sino la propia palabra "retrete", enemiga de eufemismos foráneos o locales: Water, toilettes, lavabos, aseos... La próxima vez que vaya a un sitio fino preguntaré por el retrete (Sé que no lo haré. Ni siquiera preguntaré). La propuesta de Moncada es no moverse del retrete. Es otra manera de huir, de hacer el consabido viaje interior. Siempre es una ventaja para cuando le aten a la cama o le pongan la camisa de fuerza. Miguel Ángel de Frutos tiene colocada una cara debajo de la cabeza, como decía Ramón, lo cual me impide destrozarlo, cosa que, afortunadamente para él, no tenía ninguna intención de hacer. Además este chico me cae bien porque es artista, blanquito y no excesivamente atlético, como José María Parreño y como los Serranos, cosa que siempre reconforta y es de agradecer. Lo malo es que ellos seguro que saben nadar. ¿Y qué pasa con las fotos? pues que contrastan, sólo aparentemente, con lo dicho. Se llaman Ciudad deportiva I y II, pero ambas están bajo un cielo encapotado y amenazante, ambas estás vacías, desoladas, decadentes; la foto de la izquierda con una colchoneta-catafalco; la de la derecha parece un abandonado juego de pelota mesoamericano o el patio del penal de Santoña. Frutos ve los campos de deporte como campos de concentración y se acerca a ellos en el momento más triste del día. Lo suyo es como una venganza. Todo lo que llevo leído y dicho se presta a no ser entendido en su totalidad y a ser malinterpretado, oportunidades ambas que no deben desperdiciarse, ya que la tergiversación, la manipulación interesada o el simple falseamiento de su contenido, pueden contribuir a oscurecer más aún las claves de este discurso, si las tuviere, y a oscurecer asimismo la ya de por sí tenebrosa negrura de La Caja Negra. Esta es mi aportación al conocimiento de unos chicos y unas chicas que afortunadamente no son simples ni claros. Esta Caja es necesaria para una sociedad donde muchas personas públicas se empeñan, a golpe de repetición, en explicar lo elemental y lo evidente, porque eso es lo único que ellos entienden.

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