CRÍTICO DE ARTE JESÚS MAZARIEGOS

lunes, 7 de noviembre de 2011

Concha Prada. LO NUNCA VISTO

CRÍTICA DE ARTE Lo nunca visto Concha Prada. Fotografía. Museo Zuloaga. Hasta el 27 de noviembre. JESÚS MAZARIEGOS Aunque el título de la exposición de Concha Prada (Puebla de Sanabria, Zamora, 1963) sea “In-visibles”, no se trata de un juego de arte conceptual en el que uno llega a la sala de exposiciones y la encuentra vacía o a oscuras, que todo podría ser. Lo que Concha Prada hace ya tiempo que tiene como objetivo de su trabajo, es hacer visibles aquellas cosas que por su pequeño tamaño, por la rapidez con la que suceden o porque, en principio, no nos interesan lo más mínimo, pasan ante nosotros sin que percibamos su cercana presencia o sin que tomemos conciencia de su otro especto. Así pues, la misión que esta fotógrafa de lo mínimo y de lo humilde, está en agrandar lo peque-ño, en iluminar lo oscuro, en congelar el movimiento, en parar y mirar, en acercarse más, en hacer visible una parcela de la realidad que hasta ahora permanecía oculta. La exposición que ahora está en el Museo Zuloaga es parca en obras pero fecunda en contenido artístico. Por un sistema, en principio tan mecánico como es el de la fotografía, Concha Prada ha situado sus trípodes, ha graduado sus velocidades y sus diafragmas, ha acoplado sus macros y ha medido las luces y las distancias para que la retina de la cámara recoja aspectos de la realidad que nos están vedados para luego revelarlos a nuestros ojos atónitos. El polvo doméstico suspendido en el aire, el polvo que respiramos y con el que convivimos, y al que sólo conocemos cuando se deposita y se acumula sobre una superficie, ha dejado de ser pelusa gris para convertirse en confeti ingrávido, en plancton aéreo, en noche estrellada igual que las verduras picadas menudas para la sopa Juliana, son un fragmento ‘all over’ de una inmensa sopa dispuesta a reanimar los estómagos y las miradas. Pero lo más espectacular y, al mismo tiempo, lo más aleatorio y lo que más trastorna nuestra li-mitada capacidad de percepción, es eso de detener el tiempo, intento mil veces vano en la vida real pero que Concha Prada consigue a la vez que hace visibles las maravillosas, volubles y nunca asimiladas formas que un líquido como la leche adopta en el aire mientras de derrama. Un gran tríptico, digno de un documental científico, ilustra tres momentos sucesivos de la igni-ción de la cabeza de una cerilla, con sus partículas incandescentes desprendidas, sus turbulencias de humos y su veloz paso de la inflamación inicial a la mansa llama, paso que aquí se torna paulatino, dando al espectador tres momentos que él puede dilatar a voluntad. Concha Prada también sabe replegar el tiempo expresándolo en la distinta posición de una cu-chara sobre el plato, superponiendo las sombras para crear juegos formales y cromáticos que, como en el resto de los casos, nos hacen decir: ‘pasen y vean lo nunca visto’.

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