CRÍTICO DE ARTE JESÚS MAZARIEGOS

martes, 8 de noviembre de 2011

Feliciano. MATERIA, FORMA Y TENSIÓN

CRÍTICA DE ARTE Materia, forma y tensión Feliciano. Escultura. Museo Zuloaga. Hasta el 1 de Septiembre. JESÚS MAZARIEGOS Feliciano Hernández (Gallegos de Altamiro, Ávila, 1936) no es, que yo sepa, un profesor de Física, pero sus obras ilustran con rara claridad la descomposición vectorial de las fuerzas, la estática, la dinámica y la ley de la palanca, todo ello, resistiendo y aguantando el constante y sordo ataque de la fuerza de la gravedad. Feliciano no es geólogo pero valora el mineral, lo ordena, lo gobierna, lo somete a la disciplina de las formas y lo sujeta con el acero de los cables. No es biólogo pero sabe leer en las vetas de la madera y en los anillos de los árboles, y conoce la dureza y el peso de cada especie y sabe su temperatura. Feliciano sí es carpintero, como todo artista de la madera, y es cantero aunque no deje marcas misteriosas en el granito de Porriño. Por supuesto, Feliciano es herrero y en su vida hay una fragua con yunque cantarín y fuelle que aviva el fuego. Feliciano es un artista de los que tienen que sudar en su lucha con los materiales, en su batalla por someter a la amorfa naturaleza, en su empeño por ordenar el mundo. En la década de los sesenta Feliciano trabajaba el hierro haciendo, en escultura, algo así como lo que Wols y Hartung habían hecho en pintura. Pero en escultura no vale lo gestual como sistema directo de crear formas, lo cual no le impedirá obtener resulta-dos de fuerte apariencia dinámica y expansiva. A finales de la década se aprecia una tendencia a lo geométrico y modular, apre-ciable en sus hierros cromados y pintados, siendo a principios de los setenta cuando comienza a utilizar cuerdas y cables, dando lugar a sus características formas en suspensión, generalmente con un módulo geométrico que se repite y con un desarrollo que cada vez tiende más a la horizontalidad. Hay en muchas de estas obras, quizás por los vivos colores que a veces las cubren, por su semejanza con las piezas de madera de las construcciones de juguete, o por ese aire de columpio que les confieren los cables, hay, digo, un cierto aire de patio de colegio, de artefacto al que poder encaramarse y convertirlo en todos los posibles tiovivos, escalarlo como a cualquiera de las extrañas máquinas de los parques, pilotarlo como cualquier nave espacial interplanetaria. A lo largo de los últimos setenta y primeros ochenta, la obra de Feliciano experi-menta una serie de transformaciones que anuncian con claridad la depuración de sus últimas obras. Por un lado, reduce el número de módulos; por otro, tal vez como consecuencia lógica de tal reducción, abandona la repetición. Además se depuran las formas y se presta más interés al material, el cual cobra un protagonismo y una presencia inusitada. Este interés por el material está, sin duda, relacionado con un aumento de los tamaños, salvando la distinción entre maqueta, escultura a escala más o menos humana y monumento público. En las obras de los noventa y del dos mil, Feliciano ha aumentado aun más el ta-maño de los elementos, cada vez menos numerosos, y ha prescindido casi por completo de los cables. La escultura de Feliciano no recuerda próceres, no cuenta hazañas, no 'representa' sino que 'se presenta' a sí misma y transmite ideas de orden, de equilibrio, de admiración por la ciencia y la técnica, y cuantas referencias bien fundadas acudan a la mente de quien las ve y quien las toca.

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