CRÍTICO DE ARTE JESÚS MAZARIEGOS

jueves, 3 de noviembre de 2011

Carlos de Paz. GUARDIANES DEL SECRETO

Carlos de Paz Guardianes del secreto 14/06/99 Norte Sg p4
El pintor vallisoletano Carlos de Paz (1964), que desde hace pocos años incrementa la lista de los buenos pintores de Segovia, posee una brillante trayectoria levantada sobre una pintura que ha venido conjugando lo coherente de su evolución con lo hermético de su contenido. Su obra anterior se caracteriza por la existencia tensiones entre la cualidad líquida de los fondos y la nítida definición de sus mínimas y contadas formas opacas. El soporte es la cama donde se mezclan los contrarios, donde se combinan pigmentos y barnices, creando desiertos deshabitados, cielos vistos desde el otro lado, planos exhaustivos de galaxias en proceso de licuación o, contrariamente, visiones microscópicas de una secreción corrupta. Carlos de Paz ha pretendido pintarlo todo, apresar el todo en sus líquidos viscosos, ora azules como cielos, ora amarillen¬tos como bilis. Una vez más ha pintado el eterno paisaje interior, la radiografía de su propia memoria. Carlos de Paz ha practicado de forma atrevida y brillante la trasgresión de los límites entre la llanura del soporte y la experimentación de su tridimensiona¬lidad. Ese magma homogéneo está ahora habitado por imágenes que aportan su propia escala a un espacio antes indeterminado. El artista depreda¬dor acecha a sus presas favoritas los domingos por la mañana, las separa de su hábitat natural (Desnuda) y las retiene largo tiempo y contra su voluntad en un garaje subterráneo. A las que tienen el privilegio de ser elegidas les practica alguna mutilación, generalmente la extracción del cerebro, o les pone unas ridículas orejas de Mickey Mouse que son como agujeros negros por donde se escapa su dignidad. Y así las va torturando lenta y amorosa¬mente, con enfermizo deleite sin remordimien¬to alguno, liberado ya del complejo de culpa adquirido cuando lo hacía con las mariposas o pequeños ángeles que, al verse apresados bajo la capa de barniz, se quedaban para siempre con la mirada sorprendida y suplicante. El acto de pintar puede convertirse en un ritual donde el placer y el dolor se confunden. Las obras de Carlos de Paz tienen huellas que acciones probable¬mente perversas: huellas de pies que dibujan círculos mágicos evocando a algún espíritu cautivo, manchas de humores orgánicos derramados con violencia sobre un pavimento sagrado o sobre una tumba de mármol, libación orgiástica ofrecida a alguna diosa infernal. Son imágenes de seres humanos vagamente emparentados entre sí pero muy distintos unos de otros. Muchos de ellos muestran ciertas deformida¬des, mutilaciones o apéndices, son generalmente frágiles y poseen una natural inclinación a la crueldad. Estas imágenes amarillentas se comportan como la materialización de los agridulces recuerdos de la niñez y de la familia, o como la visión nítida de pasiones inventadas. Los personajes dominan el cuadro desde su centro y apenas consiguen ocultar sus miserias, como el supremo fetiche que asoma tras Vetado de culpa. Carlos de Paz describe con amargura e ironía el camino que va desde la inocencia hasta la nada. No soporta la credulidad confiada del niño (Crédulo hasta la náusea) porque piensa en su desengaño o en lo que se puede convertir de adulto. El camino del Personaje paseando hacia el no es inexorable, tanto para la reprimida colegiala de uniforme como para la que sonríe desde el reclamo de sus medias negras caladas. El adusto camisón victoriano, sudario para un cuerpo desnudo, marca en su anillo Bordado en oro el lugar preciso del camino para emprender la huida, la vía de la trasgresión del falso puritanismo (el puritanismo sólo puede ser falso). Tras una vida caminando en círculos, los viejos (Bañista , Bañista II) orientales saben que es hora de volver al olvido y sumergirse en la silenciosa oscuridad del amnios. Pero hay secretos que ni siquiera dan la posibilidad de equivocarse. El Mudo no necesita ser amordazado; no hablará nunca. Los siete bastidores encolados, de canto sobre la pared, guardan celosamente su cara y nunca podrá saberse qué secreta historia, para no ser contada, ocultan a las miradas y a las sospechas. Luminosa propuesta la de Carlos de Paz, propuesta límite que disloca las tradicionales fronteras entre la pintura y la escultura y crea un bucle conceptual sobre la propia naturaleza de la pintura.

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