CRÍTICO DE ARTE JESÚS MAZARIEGOS

jueves, 3 de noviembre de 2011

Visita al Museo del Prado. PRADOXISMO

P R A D O X I S M O Una visita real al Museo del Prado (Basado en una idea del pintor Miquel Barceló) Pedanía de Segovia (Madrid), 5 de junio de 2068 Nunca he podido olvidar aquel día de finales del siglo pasado en el que un grupo de alumnos de COU acudimos al entonces Mu¬seo del Pra¬do. De los profeso¬res y de su precla¬ra sabiduría ya he hablado suficien¬te¬mente en el pri¬mer volumen de mis memorias publicado hace cuatro años. Mi tormentosa aventura ferroviaria con aquella chica de la otra clase y sus terribles conse¬cuencias para mi futuro psíquico, dado que ella acabó ca¬sán¬dose con uno de Abades, es sobrada¬mente conoci¬da pues ocupa un capítu¬lo completo de la citada obra. Aún me parece mentira que nadie hubiera oído, en los días ante¬riores a la visita, lo de la invasión de aquella nueva especie de hormigas blancas, desconoci¬da hasta enton¬ces y que luego se supo que fue una mu¬tación consecuencia de las explo¬sio¬nes atómi¬cas que Pakistán había llevado a cabo en los días anterio¬res. Aquella plaga se estaba co¬miendo los lienzos del Prado con inaudita vo¬racidad. El mismo día de nuestra visita, a partir de las doce y media, el museo se desa¬lojaba y se cerraba herméti¬camente para proceder a una urgente y gene¬ral gasi¬ficación con un nuevo y potente insec¬ticida. Lo que parece más in¬creíble es que por una fatal coinci¬dencia el grupo no se enterara del desalojo ni nadie recibiera aviso alguno. Lo cierto es que es profesor de His¬toria del Arte se empeñó, no sé muy bien por qué, en que el grupo viera la colección de retratos de Mengs que están en la antesala del despa¬cho del director del museo, lugar que no está abierto al público. A eso de las doce y veinti¬cinco subieron por el ascensor que está tras la escalera de la iz¬quierda de la puerta de Murillo, con tal suerte que encon¬traron el lugar ya vacío de personas, pues los directi¬vos habían abando¬nado el lugar antes de que se produjera la orden de desalojo para el público. Allí pudie¬ron ver los magníficos retratos y la maqueta del museo y en ello se entretuvieron unos veinte minutos, de modo que cuando regre¬saron a las salas del mu¬seo las en¬contra¬ron completamente desier¬tas. Antes de repo¬nerse de la sorpresa empezaron a notar un olor acre y pronto vieron que el aire se iba volviendo azul. Co¬rrieron hacia las puer¬tas y las encontraron completamente cerradas y selladas todas las rendijas. Pronto el efecto del gas comen¬zó a trastor¬nar sus men¬tes y sus mecanis¬mos de percep¬ción de la realidad, experimentando todos una agrada¬ble relaja¬ción que les hacía vivir la situación como normal, por lo que decidie¬ron visitar las salas tran¬quila¬mente. Los alumnos y alum¬nas, por una ex¬traña mutación neuronal, daban cla¬ras mues¬tras de sentirse arrebatada¬mente atraídos por las pinturas a pesar de que, a cada momento, caían hormigas blancas mori¬bundas por detrás de los cuadros. Por una extraña intuición de los alumnos, que no por su saber, iban llevan¬do un orden crono¬lógico al tiempo que respe¬taban las escuelas nacionales y los estilos. Así, con un cierto aspecto de proce¬sión de almas en pena, se diri¬gieron a ver la ermita de la Vera Cruz de Maderuelo  que está en la plan¬ta baja del ala izquierda, ante la cual David López adoptó una acti¬tud de respeto y de cierta nostalgia; al entrar en la pequeña iglesia casi no miró al cordero que está en¬frente sino que se puso justo debajo del Pantocrátor y se quedó un buen rato mirando al grupo de Adán y Eva, como si ya los cono¬ciera y fuesen viejos ami¬gos. Volvieron sobre sus pasos y vieron la pintura gótica, tras la que pasaron a Pedro Berruguete. Ante el Auto de fe , todos recordaron la Inquisición y obser¬varon al per¬sonaje que está sentado en la esca¬lera. Les recordó a los pensado¬res que conocían. Rubén se sorprendió muchísimo cuan¬do vio que la Santa Catalina  de Yá¬ñez de la Almedina tenía la misma cara que la mujer de su vida, y se puso a canturrear en voz baja aque¬llo de " es la mujer de tu vida ". El efecto del gas iba afectando pro¬gresi¬vamente a las condiciones psíquicas de todos, aunque actuaba de forma selectiva causando muy diversos efectos sobre cada persona. La primera que sintió una alucina¬ción fue Veróni¬ca, pues, ante la Última Cena  de Juan de Juanes, observó tranqui¬la¬mente cómo los personajes comían y habla¬ban, aunque no los entendía. Judas, con la bolsa de las treinta monedas en la mano, al sentirse observado, volvió la cabeza y la miró malamente, por lo que salió corriendo des¬pavorida. En las salas de los primitivos flamen¬cos, Rosa se deleitaba observando la belleza de la Santa Bárbara de Roberto de Campín y observó que movía los ojos al leer y que pasaba las hojas de su libro. En las salas de pintura flamen¬ca y holandesa del siglo XVII empezaron a notar¬se extraños efectos que parecía que afectaban a los propios cuadros o tal vez consistía en una alucinación colectiva, coincidente y simul¬tá¬nea que hacía que todos vieran la misma cosa al mismo tiempo. En la sala grande de la escuela de Rubens se oían los ruidos y las voces de lo que ocurría en cada escena. Ya en la sala de los bodego¬nes flamen¬cos , todos podían oler los manjares de los cuadros; Lourdes cogió una raja de melón y se la comió. El profesor Otón, con el pelo notable¬mente más oscuro, obser¬vaba los cuadros para los tapices de las Descal¬zas Reales  y los en¬con¬traba dema¬siado tridenti¬nos y apara¬tosos para su gusto. Preguntó a Lute¬ro que yacía bajo el carro de La Verdad Católi¬ca que si era él y le respon¬dió que sí pero en alemán; el judío le contestó en hebreo y a los dos se les enten¬dió. El profe¬sor Mazarie¬gos pre¬guntó al viejo de la guada¬ña si era un ángel o qué era y por qué llevaba guadaña, si era para liquidar herejes, pero, con el ruido de la carreta y del tumulto, no oyó bien lo que decía. Al pasar a las salas mitológicas David y Rubén se pusieron ante Las Tres Gracias  de Ru¬bens pero su carnal avidez les traicionó y no consiguieron verlas en su esplendorosa desnudez sino vesti¬das con chándal. El resto del grupo pudo ver sus carnes genero¬sas y turgentes causando en algunos un efecto de levitación; hubo quienes no consiguieron elevarse más de treinta centíme¬tros del suelo, pero otros subieron tanto que casi llegaron a dar con la cabeza en el techo. No recuerdo quién se quedó mirando a Los fau¬nos persiguiendo a las ninfas  y pensó que, mejor que hacerse okupa sería irse a vivir con ellos pero no hubo manera de entrar en el cuadro ya que los faunos se lo impidieron. En las pequeñas salas de Teniers y otros pinto¬res de género todos se divirtie¬ron fu¬mando en pipas de barro y bebiendo en los vasos de los taberna¬rios; Rocío sacó el frasco de co¬lonia y roció el ambiente, pues decía que olía fatal. Cuando toparon con las obras de El Bosco Noelia las encontró, junto con El Triunfo de la Muerte  de Brueghel, de lo más aparentes para el estado alucinato¬rio en el que el grupo se en¬contraba. Todos queda¬ron inmó¬viles cuando observaron que El jardín de las Delicias  estaba vacío de seres animados y que éstos andaban por el suelo y las paredes de la sala. Al¬gunos desa¬grada¬bles personaji¬llos procedentes del panel del infier¬no cabal¬gaban sobre las hormigas blan¬cas que aún resistían los efectos letales del gas. A David se le subió un centau¬ro-pájaro por la pernera del pantalón y estuvo a punto de morderle donde más duele. A continuación se dirigieron a ver las Pinturas Negras  de Goya. Nelly pensó que era un am¬biente no menos ade¬cuado para la ocasión que los ante¬riores y, tras detenerse ante Las Parcas , estuvo un buen rato acari¬ciando al Perro se¬mihundido  como para consolarlo de su prolonga¬da soledad. Subieron las escaleras y, Leticia Mari¬nas, tras ver que el Carlos V  de Leoni había terminado de neutralizar al pobre Furor, que estaba hecho una malva, cuando estuvo ante La Anunciación  de Fra Angéli¬co pen¬só que tal vez el gas había consu¬mado su efecto y que ya se encon¬traba en la gloria celestial, por lo que, sintién¬dose con confianza y dere¬cho, se intro¬dujo en el espacio del cuadro. Tras observar que el ángel tenía las alas de car¬tón, se acer¬có a tocarlas para ase¬gurarse y luego se sentó en el banco de la ha¬bitación del fondo. Sara, des¬pués de dudarlo mucho, se atrevió a tocar con mucho respeto el pecho del Cristo Muer¬to consolado por un ángel  de Antonello de Messi¬na; mien¬tras lo tocaba y sentía su frialdad, le cayó sobre la mano una lágrima del ángel plañidero, tras lo cual decidió tomar los há¬bitos y hacer¬se monja ursulina. Luego vio la Sagrada Familia con Santa Ana y San Juanito , La Transfiguración  de Ra¬fael, La Dormi¬ción de la Virgen  de Man¬tegna, que le recordó aque¬llo del cuadro preferi¬do de Eugenio D'Ors. Después vieron los cuadros de los vene¬cianos , de Ticiano, Tintoretto y Vero¬nés, quedándose maravillados del colori¬do de las obras restauradas. Los cuadros de El Gre¬co  emitían todos diversas músicas celes¬tiales cantadas por su paisana María Ca¬llas. Después, a lo largo de la gale¬ría prin¬ci¬pal superior y sus salas adyacentes, vieron obras de Ribalta, como Cristo abrazando a San Bernar¬do , ante la que, casualmente, nadie decidió hacerse asceta. Al llegar a Las Lanzas , apareció por allí el es¬pectro de Calde¬rón de la Barca y ordenó a los perso¬na¬jes que recitaran su papel, a lo que Justi¬no de Nasau dijo: "No hay temor que me fuerce a en¬tregar¬la, pues tuvie¬ra por menos dolor la muerte. Aquesto no ha sido trato sino fortuna que vuelve en polvo las monar¬quías más altivas y exce¬len¬tes" a lo que el buen Ambro¬sio de Spínola dijo aquello tan ele¬gante de "Justino, yo las recibo (las llaves de Breda) y conozco que va¬liente sois, que el valor del vencido hace famoso al que ven¬ce". En la sala de Velázquez los dos profe¬so¬res observaron el retrato de Felipe IV  ya viejo cuando, por un positivo efecto del gas, Alberto observó con placer su negrísi¬ma barba mientras Jesús saltaba y hacía pirue¬tas y volatines por la sala. De pronto fueron abor¬dados por un america¬no que, al pare¬cer, también se había quedado encerrado y que les pregunta¬ba por The Venus of the Mirror, a lo que el profesor Maza¬riegos, en un perfecto inglés y con cierta pedantería, respondió: "no me extra¬ña que sea usted americano" y le invitó a ver el jeroglífi¬co del corazón . Poco a poco, todos se fueron congre¬gando en torno a Las Meninas , adoptando una actitud de expectación casi religiosa. En un momento dado, todos lo esperaban, los estu¬diantes empezaron a levitar a una altura proporcional a la nota de la parte de la terce¬ra evalua¬ción correspon¬diente al Barroco. Cuan¬do todos compren¬dían que aquel sería un momento inolvidable, no que¬daron de¬frauda¬dos, pues cuan¬do José Nieto movió el pica¬porte de la puerta del fondo, todos mira¬ron hacia atrás y allí estaban los cuerpos mortales de Felipe IV y Mariana de Austria. El rey se abrió paso entre el grupo y, tras pre¬guntar a Tania si la conocía de algo, se introdujo en el espa¬cio del cuadro colo¬cán¬dose tras el lienzo mientras posaba ami¬ga¬blemente su brazo sobre el hombro de Veláz¬quez. Los dos mira¬ron los rostros boquia¬bier¬tos del grupo y sonrieron irónicamente. Todos com¬prendieron que jamás llegarían a saber lo que Velázquez estaba pin¬tando. Nadie dejó de ver el Martínez Mon¬ta¬ñés  ni Las Hilanderas . Henar se quedó a¬cariciando al gato que seguía dormitan¬do sin inmutarse. No se olvidaron de Zurbarán, de sus frailes  y de sus Trabajos de Hércules , los que estuvieron en El Salón de Reinos del Palacio del Buen Retiro entre batalla y bata¬lla. Llegados a las salas de Goya, pasaron de los placeres del rococó a Los Fusilamien¬tos del 3 de Mayo , y todos sufrieron una fuerte impresión ya que, cuando esta¬ban ante el cua¬dro, se produjo la descar¬ga de fusilería sobre los reos, que cayeron al suelo con un gran estruendo seguido del más tenso de los silencios. Otras muchas obras vieron mis com¬pa¬ñeros antes de ser rescatados por una brigada especial de bomberos que los tras¬ladó a un hospital mili¬tar de alta seguridad para poder estudiar los imprevisibles efectos del gas. No se sabe si por esos efectos o por los experi¬mentos a los que fueron sometidos, lo cierto es que los pocos que sobrevivieron acabaron sus días en un sanatorio peniten¬ciario. Yo fui el único que no vivió la historia que acabo de contar porque me perdí por la estación a conse¬cuencia de lo colgado que me quedé con la tórrida relación a la que antes me he referido. Precisamente ella fue la menos afectada por el gas, por razones que no se llegaron a conocer. A lo largo de los cinco años en que yo le hacía frecuentes visitas al hospital, me fue con¬tando la historia de forma fragmen¬taria y poco a poco he conseguido recons¬truirla. Cuando se recu¬peró y salió a la calle, con una frialdad feme¬nina, dijo pública¬mente que no me conocía, que jamás me había visto. Las hormigas se hi¬cieron resistentes al insecticida y pronto devoraron la totali¬dad de las pinturas de la primera pinaco¬teca del mundo. Ahora el edificio es un com¬plejo de ocio en el que abundan las atraccio¬nes de realidad virtual. Hay una en la que se pueden ver los cuadros como cuando estaban en sus paredes. Nunca he tenido el suficiente valor para mirar por esa máquina.

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