CRÍTICO DE ARTE JESÚS MAZARIEGOS

miércoles, 2 de noviembre de 2011

José Bellosillo. LA NOCHE AMERICANA

CRÍTICA DE ARTE La noche americana Pintura. José Bellosillo. La Alhóndiga, Segovia. Hasta el el 3 de octubre. JESÚS MAZARIEGOS Si el título de la famosa cinta de François Truffaut tiene que ver con el recurso cinemato-gráfico de simular la nocturnidad, al tiempo que simboliza la doble realidad (ficción) de la pelí-cula y de la vida tras las cámaras, la pintura de Bellosillo posee también una dualidad aplicable a múltiples ámbitos, como lo material y lo inmaterial, lo poético-musical y lo plástico-visual, el día-luz y la noche-penumbra, lo europeo y lo americano. Entre la abstracción actual, en la que se integra la obra de Bellosillo, y los mitos americanos de los cincuenta, está el filtro del tiempo y de la experiencia, el filtro que mitiga la luz amarilla y cegadora de Arizona y la convierte en cárdeno crepúsculo soriano. Más de una vez me he contenido para evitar lo que pudiera parecer una concesión al pro-pio gusto, ante la abundancia de ocasiones en las que la alusión a la pintura americana está indiscutiblemente justificada. Su importancia como madre y origen de todas las abstracciones actuales es algo que no hay más remedio que repetir con frecuencia, sea aludiendo a su núcleo puro (action o field), a la llamada segunda generación, al postpictoricismo o a sus prolongacio-nes minimalistas. Desde los densos contenidos de los orígenes, con sus referencias a lo subli-me explicadas por Adolph Gottlieb, Mark Rothko y Barnett Newman, hasta el mutismo expresi-vo de las últimas manifestaciones, anunciado por Ad Reinhardt, hay un camino lleno de parado-jas, violencias y sutilezas, contradicciones que conviven en ese complejo y sorprendente crisol que es la cultura norteamericana, donde el surrealismo europeo adquiere su más brillante desa-rrollo y se fusiona sin dificultad con aportaciones indígenas y orientales. La observación de la pintura de José Bellosillo (Madrid, 1945), pintor que tiene algo de monje anacoreta, impone esta reflexión de un modo tanto más evidente cuanto que los tres textos incluidos en el catálogo no apartan su pensamiento del horizonte norteamericano. Esta referencia a una abstracción henchida de contenidos trascendentes, o a aquel hombre herméti-co que fue Clyfford Still, el cual jamás desveló clave alguna sobre el significado de su pintura, armoniza con el carácter sutil, silencioso, espiritual y místico de la obra de Bellosillo. La exposición abarca la producción de la última década, de cuyos primeros años son los cuadros de sutiles atmósferas nocturnas, cuya máxima tangibilidad reside en las calidades de la trama del lienzo, recordando ciertas obras de Soledad Sevilla. En 1993 se aprecia un cambio hacia una concepción no menos espiritual pero sí más diurna y optimista, con evocaciones pai-sajísticas a través de la percepción poética y subjetiva de la naturaleza, percepción no ajena a la estética oriental ni a la conversión formal de agentes y sensaciones procedentes del ámbito musical. Si las referencias a Machado acercan al sentimiento melancólico del paisaje y las citas de Blas de Otero afirman la pervivencia del desgarro, ciertos títulos como Brandenburgo o Sosteni-do, hablan de la complacencia en la música, que en el último cuadro citado, no deja de ser una de esas visiones de los sonidos musicales, más o menos alucinadas, que muchas personas ex-perimentan por efecto del sueño u otros estados y que, no sólo en esta obra, guarda un parale-lismo más o menos consciente con la expresión gráfica de la música en las pantallas electróni-cas. La exposición de José Bellosillo desde su informalismo radical, pero también desde su be-lleza formal y cromática, desde su armonía y delicadeza, es un buen motivo para iniciarse o para crecer en caminos pictóricos que exigen entrega pero que prometen recompensa, esta vez con el buen asidero de una explicación in situ para abrir caminos y posibilidades al espectador predispuesto.

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