CRÍTICO DE ARTE JESÚS MAZARIEGOS

martes, 1 de noviembre de 2011

Gianni Ferraro. DESPUÉS DEL NAUFRAGIO

CRÍTICA DE ARTE Después del naufragio Gianni Ferraro. Diversas técnicas. Sala de exposiciones del Teatro Juan Bravo. Hasta el 24 de marzo. JESÚS MAZARIEGOS Ha debido haber en la vida de Gianni Ferraro (Praia a Mare, Calabria), alguna crisis más o menos traumática, ignoro si existencial, profesional o artística, de esas de las que se sale fortalecido, dejando algo atrás pero enfocando la realidad y la vida de otra manera. Sin duda ha sufrido un naufragio, tal vez provocado, tal vez excavando el propio canal al que arrojarse sin guardar la ropa. Parece que acaba de alcanzar la otra orilla y que se encuentra feliz en medio de una experimen-tación a un tiempo formal y material. Calculo que Ferraro pueda guardar recuerdos infantiles de la década de los cincuenta, de ese momento en el que el triunfo del informalismo había abierto las puertas a lo tangible, y preparaba el ambiente para la recepción directa de los objetos. Ferraro no recrea el mundo neodadaísta y visionario de César, de Arman o de Klein, pero admira las sublimes actitudes de del último y se queda en un territorio a caballo entre la realidad y el cuadro. El Nuevo Realismo francés fue ese movimiento impregnado del ambiente expresionista en el que surge, pero con mejor humor, al menos aparente, y que acaba preparando los caminos del Pop. Los citados, francés el primero, italiano el segundo (César Balduccini) y de apellido español el tercero (Armand Fernández) son nombres tradicionalmente adscritos al movimiento. Otros artistas que se asocian con la valoración de la realidad que el Nuevo Realismo propone, son Cornell, Christo o el italoargentino Lucio Fontana, con quien Ferraro no oculta sus afinidades ni su admiración. Si en la exposición tampoco faltan afanes de envolver y, sobre todo, de atar, esta inclinación nos lleva, por aquello de la arbitrariedad de las clasificaciones, hacia dos artistas manipuladores de materiales, más vinculados tradicionalmente con la náusea expresionista que con la delirante actitud heredada de Dadá: Alberto Burri y a Manolo Millares. Hay aún una referencia más que está presente en la obra de Ferraro y que integra y, en cierto modo, enfría a las consecuencias de las anteriores. Ese elemento integrador no es otro que el espíritu de especulación geométrica cuyos orígenes están en Malevich, al que Ferraro no tiene inconveniente en rendir homenaje con las repetidas alusiones al cuadrado. No se pueden entender de otra forma las más que claras referencias a la obra de Fontana y a la de Burri, artista del que Ferraro es un gran conocedor. No parece entender esto la persona que en el libro de firmas de la exposición acusa al artista de no saber que otros ya lo habían hecho primero. Esa persona debería entender que la propuesta de Ferraro se hace precisamente sobre el conocimiento de los antecedentes, a los que aún se me ocurre añadir un aspa y una cruz muy tapianas. Me imagino que este ocasional y anónimo escritor será sin duda más generoso ante Las Señoritas de Aviñón y no dejará una nota al fantasma de Picasso diciéndole que se mire un manual de arte negro o que hemos visto, colgadas en la pared de su estudio, las máscaras africanas que le han servido de modelo. La cuestión no está en la originalidad, mito romántico, por cierto, en cuyo nombre se han hecho miles de horrores, sino en la manera de resolver cada obra. Ferraro no es Fontana y él sabe que no es Fontana porque conoce muy bien a Fontana. Del conjunto de la exposición, prefiero las obras del efecto sutil y de dominio geométrico a las desbordadas de materia o de zurcidos, las de pocos medios a las de muchos, las sencillas a las complicadas; no en vano su dedicación al diseño le ha llevado a ganar el concurso del logotipo para el Museo Patio Herreriano de Valladolid.

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