CRÍTICO DE ARTE JESÚS MAZARIEGOS

martes, 1 de noviembre de 2011

Postal con la imagen de Federico García Lorca, manipulada. UN INTENTO IMPOSIBLE

CRÍTICA DE ARTE Un intento imposible Casi 300 pintores. Tarjeta postal con fotografía de Federico García Lorca, manipu-lada. Sala de exposiciones del Teatro Juan Bravo, Segovia. Hasta el 16 de junio. JESÚS MAZARIEGOS Siempre he creído que, para que un proyecto merezca la pena, debe ser, al menos de entrada, poco menos (muy poco menos) que imposible. La exposición que, hasta el día 16 puede verse en la Sala de exposiciones del Teatro Juan Bravo, tiene el encanto de lo inconcebible, el poder de lo inabarcable y la grandeza de lo imposible. Una intervención de casi trescientos artistas que manipulan una misma foto, requiere no poca sabiduría para convertir el resultado en exposición. Una vez concebida la idea, la desmesurada empresa que va desde que, por primera vez, se marca el teléfono de un pintor, hasta el feliz, fecundo e inagotable resultado que se nos ofrece, no puede ser obra mas que de un artista global, un poeta vital que, además, sea un organizador capaz, el comisario de la exposición, Agustín Julián. Algo más que un hombre cabal. Tanto me ha impresionado esta muestra en la que miro y te miro, toco y te rozo (li-geramente), hablo sólo pero por poco tiempo, adelanto al señor de traje oscuro y me aprendo una tarjeta de memoria por ambos lados para no perderte..., tanto me ha impresionado la exposición en sí misma, decía, que no puedo por menos que acometer la crítica como un proyecto casi imposible de llevar a cabo, cosa que, me temo, quedará demostrada en breve y sin el 'casi'. Trataré de hacer una taxonomía de las distintas intervenciones y, aunque no lleve a ninguna conclusión, incluso aunque no sea posible consumar el intento razonablemente, habrá servido para ver las distintas opciones por las que han optado los pintores. Puesto que de intervención se trata, partiré de los criterios básicos de grado y tipo de interven-ción. Hay tres tarjetas con un grado de intervención mínimo. Una de ellas, la de Alberto Corazón, ha dejado la foto intacta, lo cual no significa que su trabajo no haya carecido de tensión, especialmente en un manipulador de imágenes nato, como él. Enrique Vara se limita a cambiar el gesto de los ojos y la boca, trocando la expresión de Federico, de una cierta pesadumbre en un inocente optimismo. Óscar Alonso Molina recorta la imagen separándola del fondo, o sea, del mundo. De aquellas postales en las que sólo se manipula la figura, citaré la pajarita-mariposa de Chema Madoz, el lazo no antisida, sino de solidaridad con los que lo tienen, de César Delgado, y el número '36525', el centenario en días, obra de Ana de Alvear (Paulisky). De aquellas tarjetas en las que sólo se manipula el fondo, me quedaría con el cielo de Luis Mayo y el oro viejo de Tony Catany. En el resto, se actúa sobre figura y fondo. Las hay que introducen un segundo perso-naje, entre los que sobresale la ternura protectora de Mónica Rhüle. Otras juegan con la propia foto como imagen, destacando la romántica y vespertina decadencia de Humberto Rivas. De las que inciden en la idea de la mordedura del tiempo y la progresiva disipación del recuerdo, elegiría la explícita claridad de proceso de la obra de Jordi Teixidor. Una posible manera de intentar hacer comprensibles los elementos añadidos, es bus-car su correspondencia con los diversos lenguajes artísticos. Así, por ejemplo, el cubista de David Pérez o el meramente geométrico de Alejandro Corujeira. De las diversas alternati-vas planteadas por quienes aportan un tratamiento informalista, me impresionan la fuerza plástica de Gloria García Lorca, la calidad orgánica de Carlos Franco y la huella pictórico-digital de Alfonso Albacete. Entre los que añaden signos del lenguaje surrealista, Juan Carlos Mestre lo hace a través de recortes de un beato mozárabe. Un collage más matérico es el de Amadeo Gabino. Otro grupo de artistas opta por cubrir pictóricamente toda la superficie con otro asun-to o recreando la imagen original al lenguaje de mitos modernos (Miguel Rodríguez Acosta) o al propio (Carlos Costa). No faltan los ejemplos en los que los signos añadidos no son claramente ubicables en los lenguajes plásticos codificados. De ellos, me conmueve el icono de mártir de Guillermo Pérez Villalta, me admira la 'orofonía' de Perejaume, me intriga el concepto de Jordi Benito y me relajan los sencillos trazos de María Girona. De aquellas tarjetas que introducen textos, me quedo con la prismática estructura de Sofía Madrigal. Es evidente que los grupos se solapan y que todo intento de ordenar aquello que, como el mundo, como Lorca y como la pintura, es infinito, sólo servirá un para hacer un poco más comprensible lo que nuestras mentes no pueden asumir de golpe. Pero, como todo orden supone una simplificación y una pérdida de los matices que constituyen la riqueza de lo complejo, declárese vano el intento de este escrito, arránquese la hoja del diario, destrúyase y véase repetidas veces la exposición.

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