CRÍTICO DE ARTE JESÚS MAZARIEGOS

martes, 1 de noviembre de 2011

Luis Moro. VÍAS LÁCTEAS DE POLEN

CRÍTICA DE ARTE 'Vías lácteas de polen' Luis Moro. Pintura. Sala de exposiciones del Teatro Juan Bravo. Hasta el 25 de noviembre. JESÚS MAZARIEGOS Mi libro de cabecera lo escribió un viajero antipático que a mí, sin embargo, me pa-rece tocado por la gracia; la gracia a la que se refería Vasari: la grandeza de lo sencillo que, para poder ser grande, parece ocultar la gran complejidad que ciertamente posee. Este viajero melancólico segrega versos de amor que proceden de la cara oculta de la luna de su corazón y deja caer cada letra como ambarina gota de sudor, cada palabra como amapola pálida de semen y de sangre. Como secreciones acuosas caen los versos sobre las páginas del catálogo de Luis Moro y hacen temblar sus hojas, como si la pintura hubiese oído pronunciar su nombre. Y la pintura segrega, destila, fluye al ritmo de los latidos y jadeos del pintor, que lee atónito la historia de su vida y de su creación escrita en una fe de erratas, mucho antes de que hiciera respirar a los pesados e indolentes cuerpos de los ríos de la Piazza Navonna. Y como, ni las verdades son del todo ciertas ni los yerros inútiles, aún duda si donde dice 'moro' debe decir 'vivo', 'miro' o 'muero'. Al hombre que, siendo pródigo en secretos, cuando escribe se desnuda hasta mostrar las vísceras de su pasado, le pertenece el título de este escrito. Una vez que hubo tomado el pulso a los viejos colosos romanos, y observado desde todos los ángulos a los más lustrosos caballos y a las más vulnerables terneras que, de pronto, dejaron de ser azules, Luis Moro decidió explorar los fondos marinos y las oquedades de la tierra en busca de animales cubiertos de espinas calcáreas y de escamas en vez de pelo, pedunculados o ápodos, con duros y metálicos élitros o con la piel cubierta de viscoso mucílago; y descubrió sus virtudes y secretos en el libro de Dioscórides. Así fue conquistando universos cada vez más pequeños, poblados de hipocampos, erizos marinos, mitulos y telinas, caracolas y siluros, alacranes y cantári-das, y hasta la rana de los arroyos y el humilde ratón. Dioscórides le acercó a las plantas y Moro prefirió los bulbos a los tallos, los cálices a las hojas, la gota de savia brotando de una herida, la abeja libando, la crisálida abriéndose, la mariposa hecha hoja y la rama convertida en despiadada mantis. La naturaleza líquida de los humores ha congeniado con la condición cremosa de la pintura y así, se han fundido los óleos con la saliva de los insectos y los acrílicos con la estela de los caracoles, alumbrando una pintura no menos orgánica pero, en ocasiones, sí más abstracta. Surgen así nuevos universos -'vías lácteas de polen', 'racimos de galaxias amari-llas', 'supernovas de liquen'-, en los que no sabemos si lo pequeño se ha hecho grande o viceversa y, sobre todo, no sabemos nuestro tamaño ni nuestra posición con respecto a ellos; ni nuestra importancia.

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