CRÍTICO DE ARTE JESÚS MAZARIEGOS

martes, 1 de noviembre de 2011

Diego Etcheverry. ORDEN Y PASIÓN

CRÍTICA DE ARTE Orden y pasión Diego Etcheverry Silva. Dibujos e impresiones digitales. Sala de exposiciones de Horizonte Cultural. Segovia. Hasta el 28 de febrero. JESÚS MAZARIEGOS La paradoja que encierra el título de este escrito es la misma que suscita la contemplación de las obras del artista Diego Etcheverry Silva (Salto, Uruguay, 1973). La pasión y el orden parecen irreconciliables y excluyentes pero, en realidad, se necesitan mutuamente. Recordemos que ‘paradoja’ es una contradicción aparente. Por supuesto que existe la pasión desbocada e irrefrenable, pero difícilmente podrá producir obras de arte comprensibles. Existe, desde luego, el orden y la claridad absolutos, pero en el campo de los teoremas y en las hojas de cálculo; y en en camposanto. El arte y la vida misma buscan acomodo en el difícil equilibrio de los contrarios, las pasiones llevan el freno incorporado y la sociedad tiene casilleros para lo normal, lo aceptable, lo tolerable, lo incómodo, lo incorrecto y loabsolutamente intolerable, que suele ser lo que la pasión defiende. La obra de Diego Etcheverry encierra infinitas contradicciones bien fundadas, contradicciones necesarias, donde la pasión contenida se expresa en el trazo justamente primitivo y humano, sin llegar a ser trémulo, y se acaba de atemperar mediante el tratamiento digital. Es ese contraste entre la sencilla y depurada frescura de su trazo y su realización material por medio de procesos infográficos, lo que aporta a sus impresiones digitales una fuerza de futuro que se añade a la natural que poseen sus poderosos dibujos. A pesar de su juventud, su prodigiosa y variada producción en el campo del diseño, de la publicidad, del cómic y de la pintura, hacen de Diego Etcheverry, un artista todoterreno con un gran bagaje a sus espaldas, pero que no se pierde en la rosa de los vientos de sus posibilidades sino que tiene muy claro su norte del presente y del futuro inmediato. La conquista consciente de un lenguaje sumamente personal supone un tanto a su favor, pues no es fácil, a primera vista, buscarle parientes a sus obras. Por otro lado, no parece que hoy día, el lograr un lenguaje propio sea un valor añadido, pudiendo, incluso, crearle una sensación de soledad, de no integración en las corrientes, de relativa marginación. En todo caso, de esta situación cabe esperar mucho más que de la contraria. Pero, como todo arista, Etcheverry es clasificable. Viene de la tradición que tiene su origen en el cubismo, que se desarrolla con el neoplasticismo holandés y el constructivismo ruso, que tiene una de sus ramas más humanizadas, primitivistas y artesanales, dicho en el mejor sentido, en el uruguayo universal Joaquín Torres García (1874-1949), uno de cuyos discípulos directos, Anhelo Fernández, ha sido, junto con el inolvidable Leandro Silva, el maestro de Diego. Con ese lenguaje de trazo limpio y seguro, de contornos netos, de colores planos y de superficies diáfanas, con ese lenguaje constructivista y rotundo pero, al mismo tiempo, delicado y lleno de matices, Diego Etcheverry ha creado una iconografía maquinista pero terriblemente humana. En escenarios que sugieren desguaces de barcos, bajo artefactos con aspecto de armas pertenecientes a una extraña civilización, se mueven, con ruedas en lugar de pies, con apósitos y camisas de fuerza, con prótesis, implantes y explícitas ortopedias, personajes tan extraños y tan normales como los objetos que les rodean, entre los que no faltan las alusiones al horizonte de la muerte. Un mundo tal vez menos absurdo que el que nos ha tocado vivir, unos personajes mucho más retrato de nosotros mismos de lo que quisiéramos creer y de lo que estaríamos dispuestos a admitir, con la única diferencia de que ellos no ocultan sus prótesis ni sus implantes ni sus miserias.

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