Luz apasionada
Rogelio Castellón
18 de julio de 2003
Aula de Cultura de Unicaja
Almería
Si Andalucía fuera como el resto del Universo, si Granada no guardase en sus patios la magia de sus luces y sus sombras, el arabesco de los atauriques y la música líquida de los surtidores, si el Mediterráneo no escondiera bajo sus aguas las estatuas y las sedas de mil naufragios, si el marinero murciano no supiera que los dorados celajes del atardecer no son sino reflejos de las pedrerías bizantinas engarzadas en áureas coronas, si todas estas verdades no fueran tan claras y transparentes como la luz de Almería, se diría que la pintura de Rogelio Castellón no se corresponde con la realidad.
No me refiero a la simple realidad visible que captan los ojos de los notarios y los corredores de bolsa, me refiero a la que sólo puede captar el artista en ese acto supremo que es la creación-ejecución de la obra de arte. Aunque la realidad cotidiana suele adolecer de prosaica, algunas personas como Rogelio Castellón son capaces de materializar en sus obras lo que no todo el mundo es capaz de ver y de sentir, gracias a que posee esa magia que sólo el artista tiene y que sólo el sur proporciona.
Por eso Rogelio sabe que, en las transparentes ondas de Aguadulce, vibran los colores de mil pasiones orientales y el filo de las resolutas dagas y los colores de los velos de la odalisca más deseada.
Así, la pintura no nos muestra la cara sórdida de la realidad sino vestida de una epidermis rosada y suave como la piel de un melocotón, una realidad iluminada por el calidoscopio de un gran rosetón catedralicio, cuyo mágico filtro ilumina los gozos y deja discretamente a las sombras en lo que son.
Sensualidad mediterránea, brisa y salitre, olor a flores y tersas frutas que prometen el regalo de sus jugos. Yo diría que tras los mástiles de los barcos, bajo las aguas transparentes, junto al frutero y el abanico, se esconde una mujer morena que nadie ve; pero, muy cerca del lienzo, yo he sentido su respiración y los latidos de su pecho.
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