Crítica de arte
“Cerrado y sacristía”
Las Edades del Hombre. El Árbol de la Vida. Principalmente, escultura,
pintura y orfebrería. Catedral de Segovia. Hasta noviembre.
Jesús Mazariegos
La décimo-primera
exposición de arte religioso con el título genérico ‘Las Edades del Hombre’,
cuyos sucesivos argumentos temáticos acostumbran a ser verdaderos arcanos, se
presenta en la Catedral de Segovia, bajo un título realmente bello y prometedor:
‘El Árbol de la Vida’.
En una exposición de
este tipo no es cuestión de entrar a valorar las obras en sí mismas sino la
pertinencia de su presencia y la forma de ser presentadas, es decir, la propia
exposición. Tras un título como ‘El árbol de la vida’, era lógico esperar una
exposición en torno al motivo de la Cruz, símbolo central del cristianismo, además
de la recreación de la bella y legendaria historia del madero en el que murió
Cristo. Sin embargo, el tema de la exposición no es otro que la Pasión y
Resurrección de Cristo, con los episodios agrupados en torno a tres apartados
con denominaciones vegetales y metafóricas: la Raíz, el Tronco y el Fruto.
El criterio orientador
de la muestra es el temático, con personajes y asuntos fáciles de identificar, algunos
de ellos no tan fáciles para los jóvenes de hoy. Si ahondamos hasta el nivel
iconológico, es decir, en busca del significado profundo del conjunto, tal y
como está desarrollado, e intentamos responder al ¿por qué? y al ¿para qué?, lo
que se aprecia es una total desconexión con el presente y con la sociedad
civil. Todo apunta hacia el pasado, hacia un territorio muy concreto del
pasado. A este respecto es bien significativo que, existiendo obras de arte
religioso del siglo XX, con lenguaje contemporáneo, se ha prescindido de ellas,
quedando, como representación de lo más actual, que no de lo más moderno, el
aparatoso grupo escultórico la ‘La Sagrada Cena’ de Juan Guraya, obra retórica
y grandilocuente hasta el extremo, perfecta muestra del arte del nacional-catolicismo,
cuando el hombre aún era “un ser portador de valores eternos”.
El montaje potencia
enormemente el peso de la escultura barroca, al colocar las imágenes en medio
del pasillo del recorrido, de modo que el espectador se ve envuelto entre las
piezas, recibiendo el impacto de los excesos naturalistas de Gregorio Fernández,
con sus cristos azotados de ensangrentada espalda, con sus rodillas
descarnadas, con sus llagas y con su exceso de sangre. No cabe duda de que se
ha optado por cargar las tintas del dolor y del horror, en la línea de conmover
a los fieles por la vía dura del patetismo, tan distinta de la amabilidad de
Montañés o de Murillo como el carácter castellano del andaluz. Se ha apostado
por el exceso.
Si, como dice el Catálogo,
el mensaje es la Resurrección, parece evidente, sin embargo, que la representación
de la muerte se impone desproporcionadamente sobre todo lo demás. Si estas
imágenes han venido mostrando su eficacia hasta nuestros días, desde los
altares y los pasos procesionales, me temo que la sociedad del siglo XXI no es
la de los últimos cuatrocientos años y aquí lo de las “edades” cobra pleno
sentido. La religiosidad apoyada en la relación con las imágenes religiosas,
hoy sólo es propia de personas con edades avanzadas. Aunque ignoro cuál será el
marketing doctrinal de la Iglesia, me temo que no es fácil hacer algo más
eficaz para ahuyentar a los jóvenes.
Todo esto está muy
relacionado con el tipo de público de ‘Las Edades’ y la consideración de la
muestra como un verdadero fenómeno sociológico. Ninguna exposición de arte
antiguo o moderno puede tener tanto éxito de visitantes porque ninguna posee
una infraestructura, ajena al tejido artístico y a sus circuitos, que llegue a
cada rincón del país. También es la única exposición que recibe un público
mayoritario que jamás ha estado en otra exposición, con lo cual, el grado de
satisfacción debe ser total.
No se puede negar
que ‘Las Edades del Hombre’ tienen algo de obligada peregrinación y mucho de
jubileo de jubilados, confundiéndose el contenido histórico-artístico y el
doctrinal, hasta el punto de que me pregunto hasta dónde llega el arte y hasta
dónde apunta la doctrina, en una muestra en la que el pasado se convierte en
presente porque el presente se parece cada vez más al pasado. Viendo esta
exposición, mi memoria da un salto sobre la época de Juan XXIII y se sitúa en
la iglesia preconciliar y tridentina de hace medio siglo. No veo el árbol ni la
vida, sino la España evocada por Machado en ‘El mañana efímero’.
Y como en una
sociedad todo está relacionado, observo el elogiable entendimiento entre la lo
laico y lo clerical, en la eficacia del poder civil en la colocación de la
señalización de la muestra por la ciudad y alrededores, sólo comparable con la
de los hoteles, la universidad privada y los establecimientos militares, pero
que se viene negando sistemáticamente a los museos. Y para que no quede ningún
hilo suelto, y la coherencia del entramado socio-político-religioso sea
completa, para que no quede ni una fisura en la maquinaria del sistema, ahí
están las nuevas normas sobre la asignatura de Religión en la Enseñanza
Secundaria. Voy comprendiendo. Todo cuadra.
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