CRÍTICO DE ARTE JESÚS MAZARIEGOS

lunes, 31 de octubre de 2011

Cristóbal Guerra. LA PÉRGOLA DE LA NOCHE

CRÍTICA DE ARTE La pérgola de la noche In vino veritas. Cristóbal Guerra. Pintura. Galería Claustro. Segovia. Hasta el 27 de febrero. JESÚS MAZARIEGOS Como, lúcidamente, escribía, hace ya tiempo, Bruno Zevi, lo importante de la arquitectura es crear espacios, huecos en los que refugiarse de las inclemencias del tiempo y de las miradas ajenas, aunque, cuando pretendemos estudiar arquitectura, nos quedemos sólo con el cascarón. Esos huecos, unas veces inhóspitos y otras acogedores, se nos muestran mediante la pintura y nos dejan ver la forma de vivir y de pensar de quien lo habita. Una de las parcelas de la Historia del Arte en la que estos huecos son representados con mayor maestría, es la de los interiores holandeses, donde cautiva el ilusionismo de la perspectiva y el dominio de la luz, y se aprecia tanto la ética protestante y burguesa como el capitalismo comercial con el que se complementa, según la famosa tesis de Max Weber. Nada que ver, en principio, con las Islas Canarias, de donde ha venido, para hacer su primera exposición en la Península, Cristóbal Guerra (Gáldar, 1960). Pero se da la circunstancia de que este pintor, en el año 1989 realizó un viaje a Holanda, de cuya pintura siempre había admirado la de Vermeer, y donde permaneció un verano asimilando a los grandes maestros. Pero ha sido a partir de 1994, cuando Cristóbal Guerra se ha construido una casa-taller en medio de un campo de vid y se ha hecho viticultor, cuando ha desarrollado una pintura que, sobre la base de la concepción espacial del barroco holandés, incorpora y asimila no pocas aportaciones posteriores, entre las que está el cubismo, no tanto por el descoyuntamiento del espacio sino por la transparencia que aplica a la arquitectura. Otra aportación fundamental, derivada del cubismo, es la de Piet Mondrian, de quien no debemos olvidar que también era holandés. Siendo esta síntesis entre lo antiguo y lo moderno de un indudable interés, hay en la exposición una serie de tras cuadros, sin duda los últimos, con un concepto más vuelto a la realidad y, a un tiempo, más visionarios. Frente al racionalismo especulativo de los primeros está la concepción naturalista, nocturna y dionisíaca de unas pérgolas que se interponen entre el cielo nocturno y la mirada del artista, en una audaz visión ‘sotto in su’, en la que se enfrentan la terca ortogonalidad de los travesaños con la orgánica e inquietante presencia de los retorcidos troncos de la parra, elemento turbador que representa la ebriedad de la visión nocturna, tal como Antonio González señala en el texto del catálogo. Encima de la pérgola, la luna preside la noche. Todo lo llena la noche. Desde su noche interior, el artista se mira en el firmamento.

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