CRÍTICO DE ARTE JESÚS MAZARIEGOS

jueves, 27 de octubre de 2011

Eloisa Sanz. LA CONQUISTA DEL ESPACIO

ESQUINAS (La conquista del espacio)

ELOÍSA SANZ


22 de octubre de 2005
Galería AELE- Evelyn Botella
Madrid

Hace tiempo que la pintura de Eloísa Sanz (Soria, 1952) burló la ortogonal disciplina del rectángulo y rebasó sus límites permitiendo que los conos asomaran su agudo vértice y que los cubos con vocación de caja pudieran abrir su tapa superior sin problemas de espacio. Años después, algunos fragmentos del plano lograron desprenderse de la superficie y se quedaron como flotando sobre su lugar de origen.
            Cuando los planos del soporte fragmentado comenzaron a experimentar giros y abatimientos, la pintora ocupó el espacio con pequeñas esculturas de madera pintada, semejantes a ciertas maclas de la naturaleza.
            La obra de Eloísa Sanz que actualmente puede verse en la galería Aele-Evelin Botella, surge de un proceso que tiene ciertas conexiones con la especulación cubista pero, en realidad, representa una nueva vuelta de tuerca al sistema de representación de la propia máquina cubista, pues lo que ahora se fragmenta y abate ya no son planos dibujados o pintados sino el propio soporte que, al plegarse, invade parte del espacio que le separa del espectador. Estamos, sin duda, ante un verdadero bucle conceptual en torno a las convenciones sobre la representación del espacio y al propio concepto del espacio pictórico.
            La artista parte de una representación convencional y perspectívica de la realidad -imágenes ploteadas de edificios- y fragmenta esas imágenes para, seguidamente,  hacer con el soporte, de manera real, lo que los cubistas dibujaban sobre el plano, es decir, lo que ellos hacían de forma, digamos, simulada. Eloísa Sanz no pinta aparentes pliegues ni cortes ni hendiduras ni planos abatidos. Tampoco se limita a plegar, cortar y abatir el rígido soporte de aluminio, sino que, en un ejercicio de equilibrio entre plano y espacio, entre pintura y tridimensionalidad, trata el espacio con una ambigüedad que permite que las caras de un cubo se conviertan en romboides. Estamos, pues, ante un caso de pictoescultura o, dicho de otro modo, ante un conjunto de pinturas cuyos soportes no sólo no son vistos de frente sino que presentan una deformación que acentúa su ilusionismo perspectívico. En el caso de la obra más espectacular, todo ello viene potenciado, por una asociación de los planos que sugiere la forma de una caja que se abre y se despliega.
            Por último, para cerrar el círculo de la coherencia, evidenciando el carácter poliédrico de la realidad y el descoyuntamiento vital que provoca la vida urbana, hay que constatar que los elementos infografiados y ploteados –edificios de varias ciudades- son los más inorgánicos y tecnológicos, mientras que los pintados –las plantas y las figuras- pertenecen al reino de la naturaleza y de lo orgánico. Las siluetas humanas parecen tejer historias y recuerdos que vagan en la memoria de la pintora como evocaciones de las ciudades en las que ha vivido o por las que ha pasado.

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