CRÍTICO DE ARTE JESÚS MAZARIEGOS

miércoles, 26 de octubre de 2011

Francisco Lorenzo Tardón. NOSOTROS MAQUINAMOS


Crítica de arte

... nosotros maquinamos ...

Pintura. Francisco Lorenzo Tardón. Casa de los Picos. Segovia. Hasta el 30 de diciembre.

Jesús Mazariegos

          Si el lenguaje pictórico de Francisco Lorenzo Tardón resulta ya inconfundible para el buen aficionado, la muestra de la Casa de los Picos tiene el doble interés de ofrecer una larga etapa que parte de comienzos de los 70 y de mostrar muchas obras íntimas en las que palpita de un modo especial la tensión del proceso creativo.
          El universo pictórico de Tardón ha sido prolijamente escrito y explicado. No quisiera insistir en su sabiduría técnica ni en sus espectaculares hallazgos cromáticos, ni volver a inventar eufónicos términos esdrújulos, idóneos para el caso: émbolo, cartílago; víscera maquínica; équidos con élitros; trágico, fatídico, apocalíptico...  Pero me cuesta olvidar los totémicos toros, los caballos de cartón, supermurientes de La Batalla de San Romano de Uccello, parcheados con los despojos de algún anacrónico avión estrellado.
          En un mundo de sinrazón, algunas mentes cabales, como la de Francisco Lorenzo Tardón consiguen observar la realidad con mirada crítica, a veces con cierta benevolencia. Mira lo cotidiano, pero no los acueductos o los cestos con manzanas sino el control de nuestras vidas por poderes en la sombra, lo que está detrás del cambio climático, el poder tecnológico, la soledad del hombre en medio del basurero que él mismo ha creado.
          Sus seres de gasa y escayola, hijos agrietados de los solitarios neoyorquinos de George Segal, son el espectro de un futuro posible, viven aislados de referencias válidas y han perdido cualquier posibilidad de creer en algo. Sus dioses decrépitos se han convertido en monigotes de cartón y sus mitos en mecánicos toros de feria con esparadrapos en las astas. La guerra, la violencia y la muerte se encarnan en la figura pálida del caballo. En él cabalga el mismo jinete encapuchado que recorrió Europa en el siglo XIV. Son caballos siniestros como la muerte y esparcen la sangre de los inocentes mientas el buitre espera, paciente, a que todo termine.
          Los fantasmas de Tardón no son fruto de la obsesión sino del rutinario trabajo de la mirada. Su mundo no tiene nada de extraño, es tan de nuestro tiempo como la ruina moral instalada allí donde la vista alcance. Pero, siendo yo un optimista convencido, quiero pensar que Tardón no es más pesimista que Sluter o que Otto Dix, no más que lo fueron Ensor o Paredes Jardiel. Los artistas tienen la bella facultad de saber huir del absurdo de la existencia construyendo realidades alternativas desde las que mirar irónicamente el mundo. Así lo hicieron los dadaístas, aunque sus pretensiones de absurdo se quedaron muy por debajo del absurdo infinito de la Gran Guerra. Así lo hace Francisco Lorenzo Tardón y el mundo de sus cuadros tampoco consigue ser tan cruel como ... el neoliberalismo, pongamos por caso.
          Sus personajes, a pesar de que pretenden ocultar sus miserias, dejan ver la soberbia del poderoso, la necedad del listo, la contingencia de lo que creíamos necesario, la podrida entraña que a veces se esconde detrás de las medallas, su irrelevancia y su oquedad.
          En la sociedad de la imagen es preciso dejar constancia de la historia a través del objetivo de la cámara del Superfotógra­fo, personaje de la estirpe de los cargados de adherencias y complementos, como el vídeoturista con móvil incorporado, el superpolicía y el cazafantasmas. Un complemento más: la máscara antigás.
          Tardón mira con flemática ironía hacia un mundo que se confunde con su propia imagen, y nos enseña la auténtica realidad que aún no puede ser filmada. Al fondo del patio cubierto de la Casa de los Picos, unas flores al pastel, lo más reciente de la exposición, son como una promesa de dulzura y optimismo. Tal vez marquen un giro temático en su obra. Lo veremos.

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