Crítica
de arte
...
nosotros maquinamos ...
Pintura. Francisco Lorenzo
Tardón. Casa de los Picos. Segovia. Hasta el 30 de
diciembre.
Jesús Mazariegos
Si el lenguaje
pictórico de Francisco Lorenzo Tardón resulta ya inconfundible para el buen
aficionado, la muestra de la Casa de los Picos tiene el doble interés de
ofrecer una larga etapa que parte de comienzos de los 70 y de mostrar muchas
obras íntimas en las que palpita de un modo especial la tensión del proceso
creativo.
El universo pictórico
de Tardón ha sido prolijamente escrito y explicado. No quisiera insistir en su
sabiduría técnica ni en sus espectaculares hallazgos cromáticos, ni volver a
inventar eufónicos términos esdrújulos, idóneos para el caso: émbolo,
cartílago; víscera maquínica; équidos con élitros; trágico, fatídico,
apocalíptico... Pero me cuesta olvidar
los totémicos toros, los caballos de cartón, supermurientes de La Batalla
de San Romano de Uccello, parcheados con los despojos de algún anacrónico
avión estrellado.
En un mundo de
sinrazón, algunas mentes cabales, como la de Francisco Lorenzo Tardón consiguen
observar la realidad con mirada crítica, a veces con cierta benevolencia. Mira
lo cotidiano, pero no los acueductos o los cestos con manzanas sino el control
de nuestras vidas por poderes en la sombra, lo que está detrás del cambio
climático, el poder tecnológico, la soledad del hombre en medio del basurero
que él mismo ha creado.
Sus seres de gasa y
escayola, hijos agrietados de los solitarios neoyorquinos de George Segal, son
el espectro de un futuro posible, viven aislados de referencias válidas y han
perdido cualquier posibilidad de creer en algo. Sus dioses decrépitos se han
convertido en monigotes de cartón y sus mitos en mecánicos toros de feria con
esparadrapos en las astas. La guerra, la violencia y la muerte se encarnan en
la figura pálida del caballo. En él cabalga el mismo jinete encapuchado que
recorrió Europa en el siglo XIV. Son caballos siniestros como la muerte y
esparcen la sangre de los inocentes mientas el buitre espera, paciente, a que
todo termine.
Los fantasmas de Tardón
no son fruto de la obsesión sino del rutinario trabajo de la mirada. Su mundo
no tiene nada de extraño, es tan de nuestro tiempo como la ruina moral
instalada allí donde la vista alcance. Pero, siendo yo un optimista convencido,
quiero pensar que Tardón no es más pesimista que Sluter o que Otto Dix, no más
que lo fueron Ensor o Paredes Jardiel. Los artistas tienen la bella facultad de
saber huir del absurdo de la existencia construyendo realidades alternativas
desde las que mirar irónicamente el mundo. Así lo hicieron los dadaístas,
aunque sus pretensiones de absurdo se quedaron muy por debajo del absurdo
infinito de la Gran Guerra. Así lo hace Francisco Lorenzo Tardón y el mundo de
sus cuadros tampoco consigue ser tan cruel como ... el neoliberalismo, pongamos
por caso.
Sus personajes, a pesar
de que pretenden ocultar sus miserias, dejan ver la soberbia del poderoso, la
necedad del listo, la contingencia de
lo que creíamos necesario, la podrida entraña que a veces se esconde detrás de
las medallas, su irrelevancia y su oquedad.
En la sociedad de la
imagen es preciso dejar constancia de la historia a través del objetivo de la
cámara del Superfotógrafo, personaje
de la estirpe de los cargados de adherencias y complementos, como el
vídeoturista con móvil incorporado, el superpolicía y el cazafantasmas. Un
complemento más: la máscara antigás.
Tardón mira con
flemática ironía hacia un mundo que se confunde con su propia imagen, y nos
enseña la auténtica realidad que aún no puede ser filmada. Al fondo del patio
cubierto de la Casa de los Picos, unas flores al pastel, lo más reciente de la
exposición, son como una promesa de dulzura y optimismo. Tal vez marquen un
giro temático en su obra. Lo veremos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario