Crítica de arte
Fotografía, vicio y verdad
Fotografías
de Antonio de Torre, Antonio Tanarro y Rosa Blanco. Casa de los Picos. Hasta el
31 de julio.
Jesús
Mazariegos
El acto de ver fotografías
puede ser uno de los pasatiempos más placenteros, aunque siempre con el riesgo
de recibir una bofetada en cualquier momento; una bofetada procedente de la
foto inesperada, de la tragedia olvidada, de la persona que amaste, de la
persona que se fue, de ti mismo más viejo, más calvo y más gordo. Aun corriendo
estos riesgos, ver fotos es un vicio adictivo y estresante, sobre todo cuando
pasan ellas solas por la pantalla, como ocurre en la pantalla instalada en el
patio de la Casa de los Picos. Otro vicio menos frenético y no menos placentero
es ver las que hay colgadas en la pared, paseando tranquilamente por el zaguán
o por el patio cubierto de la Escuela de Arte, deteniéndose en cada una lo que
uno quiera, o saltándose la que nos da mal rollo o nos refresca un recuerdo que
ha costado olvidar.
Las fotos acechan los pliegues
de nuestra memoria. Las fotos de prensa nacieron para ser flor de un día, pero
unas cuantas, las de la pantalla electrónica, mucho más las enmarcadas y no
digamos las del catálogo, se convierten en imagen indeleble, en marcadores
privilegiados de nuestra memoria, en señuelos de los recuerdos, en selección de
lo que será más fácil recordar o más difícil olvidar.
Si las fotos de los reporteros
del Norte, Antonio de Torre, Antonio Tanarro y Rosa Blanco vienen a ser como la
historia gráfica de la ciudad, teniendo en cuenta que, como dice Adam Schaft en
su libro ‘Historia y Verdad”, la
Historia no es ni puede ser objetiva, aunque siempre hay que procurar intentar
que lo sea, sería interesante ver si el reporterismo gráfico sintoniza con la
manera moderna de hacer historia.
El motivo de atención del
historiador hace años que se centra más en las masas anónimas que en las
minorías gobernantes, más en las condiciones de vida de la población y menos en
los intríngulis familiares de la élite en el poder, más en lo cotidiano que en
lo excepcional, más en la normalidad de la paz que en la anomalía –mejor
anormalidad- de la guerra.
Veamos si
estos fotógrafos hacen la historia gráfica de la ciudad conforme a las
tendencias historiográficas modernas, es decir, si se fijan en la vida
cotidiana de toda la población como enseña la Escuela de los Annales, si
descienden a lo particular y a lo pequeño como quiere la Nueva Historia
Narrativa. Veamos si reflejan que Segovia no sólo son los políticos los militares, los curas, los hosteleros, los
comerciantes, los empresarios y los sindicalistas. Segovia somos también todos
los demás, los recién nacidos, los que trabajan en silencio, los niños, los
viejos, los enfermos, los parados, los inmigrantes y, a ratos, los turistas.
Aplico métodos cuantitativos
elementales, es decir, que cuento las fotos que hay de cada clase, hago una
clasificación sin demasiado rigor, subjetiva, incluso apasionada, que es como
suelen clasificar los críticos, y veo con satisfacción que abundan las fotos de
personajes anónimos, que no es lo excepcional sino lo cotidiano lo que los
objetivos de El Norte han seleccionado, que los políticos salen lo justo, que
interesan más las personas que las cosas, que abunda la gente de fuera, que
proliferan la cultura y el deporte. Bien. Y además las fotos están muy bien
hechas. Faltaría...
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