CRÍTICO DE ARTE JESÚS MAZARIEGOS

miércoles, 26 de octubre de 2011

Mario Antón Lobo. POLVO ENAMORADO


Crítica de arte

Polvo enamorado


Mario (Mario Antón Lobo). Fotografía y dibujo. Casa de los Picos. Hasta el 17 de febrero.


Jesús Mazariegos

          Numeroso público ha visitado, al reclamo de las fotografías visibles desde la calle, la exposición en la que Mario Antón Lobo. Este profesor de Música, a pesar de ser de carne mortal y vivir en nuestros días, arrastra un origen, al parecer, mítico, pues nació prodigiosamente en Cabezuela y en Aguilafuente y, aunque los documentos señalen 1936 como fecha de su nacimiento, no aparenta tener más de 40 años. Además se hace llamar por su nombre de pila, como algunos hombres singulares, Rafael o Miguel Ángel, o como su homónimo, el cónsul popular del siglo I a. C. que mantuvo una guerra civil contra Sila y el Senado. Sin embargo hace fotos y dibujos, frutos de sus atentas andanzas y de sus ensoñadas estancias. Los primeros, grandes fotografías sobre divón, llenan el vestíbulo y hacen las delicias de un público que disfruta identificando las localizaciones, casi todas de Segovia capital, algunas de la provincia y otras de la comunidad, como el Claustro del Monasterio de Silos, con las inconfundibles aves de sus capiteles, origen de las que vemos en los pórticos de estos lares.
Son bellas fotografías sin pretensión metafísica ni conceptual, sin claves que descifrar ni secretos que descubrir. Tal vez admitieran ser leídas como un elogio de las estaciones, donde el Otoño se llevaría la mejor parte.
Otra cosa muy distinta son los dibujos colgados en el patio, segunda parte de la exposición, la de la quietud y la ensoñación, la visionaria e introspectiva, pero sin embargo ligera, amable y optimista. Hay en estas obras mucho de dibujo semiautomático de los que se hacen en las reuniones tediosas, en las clases insulsas y en las conferencias aburridas, aunque se presentan, digamos, 'pasados a limpio'. Por fortuna para Mario, el autor no asiste a tantos eventos insufribles como para tener que remediarse con tantos dibujos, sino que los hace conscientemente pero dando entrada al azar en un primer trazo incontrolado que condiciona el resto, y dejándose llevar, a ratos, por esa tendencia al 'horror vacui' y a la repetición que todos tenemos alunas veces, creando tramas, redes, cuadrículas, aguas y todo tipo de superficies donde las gruesas líneas negras se combinan a iguales con el blanco del fondo.
Pero también hay aquí conscientes tomas de decisión, que aportan a cada dibujo su carácter propio, casi siempre con elementos antropomórficos, zoomórficos o de paisaje, lo cual acaba insuflando cierta vida a lo que era una trama de líneas. Asoman por doquier elementos blandos, de filiación surrealista, que son un fruto natural de esta manera de proceder. Estas formas que, por el carácter plano del dibujo, no llegan a ser cartilaginosas, aportan elasticidad a unos iconos que, por regla general mantienen el esquema de una figura con base sobre la que reposar, y una estructura más o menos ramificada.
Aún queda un recurso más que es la inclusión de texto escrito, muy bien traído y aplicado en la pieza que contiene un soneto de Miguel Hernández y otro de Quevedo, el que empieza: 'Cerrar podrá mis ojos la postrera...', que Mario prolonga indefinidamente, repitiendo las últimas palabras del último verso, no sé si de forma totalmente inocente. Por supuesto, el amor está presente. Y también el humor.

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