Crítica de arte
Catalizadores de la memoria
Fotografías
de Antonio de Torre, Antonio Tanarro y Rosa Blanco. Casa de los Picos. Hasta el
Jesús
Mazariegos
La memoria humana es frágil y hay episodios de
la propia vida que se borran por completo sin dejar rastro. Pero a menudo, a
partir de una pista, somos capaces de rememorar cosas que, de otro modo, jamás
hubiésemos vuelto a recordar. No sabíamos que todavía éramos dueños de ese
recuerdo porque estaba almacenado en los corredores más profundos de nuestro cerebro,
donde se guardan los datos de todo lo vivido.
Esos datos incluyen lo que
ocurre a nuestro alrededor, en el ámbito de nuestra ciudad, de la provincia,
del Estado o del Mundo, pero si intentáramos recordar acontecimientos que
fueron objeto de noticia en el año 2006, difícilmente llegaríamos a la docena y
es muy posible que tuviéramos problemas con el antes y el después.
La memoria visual, puramente
descriptiva, de las cosas que vemos, es más objetiva que la literaria, aunque
la interpretación de esos signos evidentes que son las imágenes, puede llegar
mucho más lejos que la que parte de esos otros signos recónditos que son las
letras. Pero la imagen almacenada en nuestra mente es difusa y cambiante y
nunca alcanza el grado de objetividad y fijeza que la imagen fotográfica.
Es precisamente la fotografía
la que nos refresca la memoria de lo visto y, a partir de ahí, de los hechos,
historias, ideas, emociones y todo lo que esa imagen conlleva en cuanto a sus
relaciones con otros hechos y con otros ámbitos
Si mal no recuerdo, en Química,
un catalizador es un elemento que favorece una reacción sin pasar a formar
parte del resultado. Del mismo modo, las fotografías de los reporteros gráficos
de El Norte de Castilla, son como catalizadores de la actividad neuronal que
favorecen la afloración de los acontecimientos del año 2006 a las galerías
próximas de la memoria. Antonio de Torre, Antonio Tanarro y Rosa Blanco son los
alquimistas artífices de esa concreción y fijación de lo sucedido, a través de
sus fotografías. Cabría argumentar que, una vez vista la exposición, de nuevo
quedan las imágenes y los recuerdos al albur de la contingencia humana y de la
fragilidad de la memoria, pero para eso está el catálogo, que aunque no
reproduce la totalidad de las fotos expuestas, tiene la ventaja de que la
fotografía, al pasarla al libro, solamente pierde en tamaño. Este catálogo es
como la agenda gráfica del año 2006, como la colección de pistas que ayudan a
recordar, como los hilos que nos llevan al ovillo de nuestra existencia
individual y colectiva.
Me quedo con las fotos de feliz
momento, esas que se obtienen captando el instante irrepetible y que tampoco se
consiguen por casualidad. Me quedo con la expresión de los rostros, con los
gestos, con las miradas, aunque sea en los actos oficiales. Y me quedo con las
caras y con la memoria de las Trece Rosas Rojas.
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