CRÍTICO DE ARTE JESÚS MAZARIEGOS

jueves, 27 de octubre de 2011

Las edades del hombre, 2003. LAS EDADES DEL ARTE


Crítica de arte

Las edades del arte
El Árbol de la Vida.  Catedral de Segovia.


Jesús Mazariegos

          La exposición El Árbol de la Vida, sea cual sea su disposición, su oportunidad o su intención, sea cual sea su número de visitantes y su composición por edad, sexo y profesión, sea cual sea el contexto sociopolítico, no es necesario unirse a los corifeos que entonan la continua loa con fundamento o sin él, y la sistemática hipérbole, según la cual cada muestra es a un tiempo insuperable y superior a la anterior, para apreciar las distintas formas de belleza y el alto nivel artístico de las mayoría de las obras que forman parte de la exposición.
          Puesto que ni el más escueto de los resúmenes podría sintetizar la muestra, veamos el proceso de formación de la imagen religiosa piadosamente eficaz. Rompamos un poco los viejos tópicos que no sirven con nuevas ideas basadas en la moderna investigación.
          Primera: el carácter didáctico que tradicionalmente se atribuye a la imagen religiosa, especialmente en la Edad Media, es más que relativo. Las imágenes no son el libro de los iletrados. Así, muchas obras accesibles al público llevan explicaciones escritas y, por el contrario, abundan las imágenes en lugares a los que sólo tenían acceso los monjes, que sabían leer, como son los claustros y los códices miniados.
          La segunda idea es que el hombre medieval tenía una moral libérrima y no estaba, en absoluto, obsesionado por la religión. Los juicios finales de los tímpanos, por ejemplo, eran para él un mundo de fantástica belleza, como lo eran para los monjes las ilustraciones de los códices. Esto está muy bien recreado en ‘El nombre de la rosa’ de Umberto Eco, pero ya lo decía San Bernardo en la segunda mitad del siglo XII.
          Como ejemplo, aunque de época posterior, pueden servir las vidrieras de la Catedral. Pocas personas serían capaces, tanto ahora como en el siglo XVI, de identificar los temas y, mucho menos, de asociar cada tema de la ventana central con las dos prefiguraciones de las ventanas laterales, a pesar de la cartela que titula cada ventana. Lo que la gente veía y ve es la belleza de los colores que tiñen la luz cuando traspasa el cristal. Todo esto quiere decir que los hombres y las mujeres siempre se han maravillado ante la belleza y las obras de arte, la mayor parte de las veces desconociendo o confundiendo su significado.
          El modelo de imagen religiosa tal y como ahora la entendemos,  madura a partir de la segunda mitad del siglo XVI. En el Renacimiento español apenas hay clasicismo, pues las obras, o bien arrastran rémoras góticas o bien son ya manieristas. Así, el patetismo germano-borgoñón congeniará en el gótico con el recio carácter castellano y, en el segundo tercio del siglo XVI, conectará muy bien con el nerviosismo y la agitación de Alonso Berruguete, cuya extravagancia y alejamiento de la realidad, genuinamente manieristas, impedirán que sus imágenes sean piadosamente eficaces.
          Será otro manierista, Juan de Juni, más bien un protobarroco, muy bien representado en la exposición, quien dote a sus figuras, más corpulentas y realistas, de una mayor expresión, a veces patética. En esta línea marcada por Juni en su ‘Santo entierro’ y en su ‘Virgen de las angustias’ o ‘de los cuchillos’, están no pocos calvarios del siglo XVI en los que el dolor gesticulante de sus personajes es lo más alejado de la armonía clasicista. En el Barroco, esta línea, digamos, ‘dura’, culminará en las llagas sangrantes y en los cristos muertos de Gregorio Fernández, así como en los cadáveres descompuestos de Valdés Leal.
          Si la línea anterior tiene que ver con la ascética, la otra vía, la dulce y gratuita, está más cerca de la mística. Arranca del Jesús tierno y algo empalagoso de Juan de Juanes, pasa por el bellísimo y conmovedor ‘Jesús con la cruz acuestas’ de El Greco, con sus ojos inundados, culmina en las ‘Purísimas’ de Murillo y se prolonga en la ñoña imaginería romántica y posterior, cuyo representante más conspicuo es el ‘Corazón de Jesús’.
          El dolor contenido que no puede con la belleza, lo que sería una vía intermedia entre las dos anteriores, está representada por la ‘Piedad’ de Morales, y por la magnífica ‘Dolorosa’ de Pedro de Mena. No cabe duda de que los modelos barrocos son nuestro principal referente de la imagen piadosa, comunicativa, suasoria, dulce o áspera pero siempre conmovedora, nunca indiferente.
          Es difícil saber si hoy siguen ejerciendo su función desde los altares y si, en esta exposición, ni más ni menos que como cualquier obra de arte en otras exposiciones de masas, no se habrán convertido también en meros objetos de consumo cultural.

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