CRÍTICO DE ARTE JESÚS MAZARIEGOS

lunes, 31 de octubre de 2011

Ángel Cristóbal. EX ANGEL CRISTOBAL LUX

CRÍTICA DE ARTE
EX ÁNGEL CRISTÓBAL LUX Ángel Cristóbal Higuera. La luz de las cosas. Galería Claustro. Segovia, Hasta el 16 de agosto. Jesús Mazariegos Entre los pintores que no necesitaban viajar a lugares lejanos en busca de inspiración, Cézanne pintaba una y otra vez sus manzanas de cera o la montaña de Sainte Victoire, lo mismo que Vermeer repetía en sus cuadros la misma silla, la misma lámpara, el mismo tapete y el mismo mapa en la pared. Ángel Cristóbal (Segovia, 1948), a pesar de sus viajes a Nueva York, Venecia y otros lugares, pertenece, por naturaleza, a esta estirpe de sedentarios. A partir de un microcosmos formado por unos cuantos objetos, él crea todo un universo de pintura. Ángel Cristóbal, de formación clásica, aunque hace una neofiguración que muestra claramente la herencia del informalismo, no reniega de lo académico ni hace de su pintura un manifiesto contra la belleza, la proporción y la armonía. Jamás se ha propuesto desconcertar al espectador y, mucho menos, provocarle el vértigo o la náusea. Él sigue creyendo en el placer de mirar el mundo, la realidad. Aunque Ángel es un hombre escéptico que no pretende más laureles que los cercanos que proporciona el trabajo y la amistad, no sé si no le pide demasiado a la pintura cuando lo que busca es “un cuadro que esté bien pintado”. Ángel Cristóbal hace una buena pintura con propiedades terapéuticas, una pintura que, como decía Matisse, sea como un buen sillón que proporcione descanso y que sirva para reconciliarse con el mundo. Cuando pinta naturalezas muertas utiliza un repertorio limitado de objetos heterogéneos, algunos de los cuales no pertenecen al contexto dominante de la bandeja, la taza, el vaso y la servilleta. Así, junto al frutero y la botella, irrumpen el aerosol, la bola de billar, la grapadora de pared, el archivador o el transistor pasado de moda. Es posible que no le interese demasiado el tema, que los objetos sólo sean una disculpa para pintar, pero creo más bien que, mientras una taza o un vaso son simplemente una taza o un vaso, la bola de billar es su bola de billar y el transistor es, sin lugar a dudas, su transistor. La presencia de estos objetos introduce un cierto grado de tensión en la obra, una cierta acidez que, de cuando en cuando, asoma tras la dominante armonía. Para el paisaje ha elegido Venecia. Yo creo que Venecia es para Ángel como la bola de billar de las ciudades; es la ciudad que se lleva en el bolsillo de la memoria para compensar los chalés adosados y el tedio cotidiano. Venecia tiene además el ocre, el rosa y el salmón de sus fachadas, los verdes y los aqzules de sus puertas, el rojo de los toldos y el tembloroso espejo del agua donde todo se mira. Agua que lame las piedras de los edificios con un sonido monótono, como marcando el paso del tiempo y la caducidad de las cosas. Por eso Ángel atrapa en sus cuadros la luz de Venecia y nos la muestra hecha pintura. Una pintura para seguir creyendo en el mundo.

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