CRÍTICO DE ARTE JESÚS MAZARIEGOS

lunes, 31 de octubre de 2011

Luis Mayo. ATARDECER

CRÍTICA DE ARTE Atardecer Luis Mayo. Los árboles. Pintura. Galería Claustro. Segovia. Hasta el 11 de diciembre. JESÚS MAZARIEGOS Cuando Luis Mayo (Madrid, 1964) titula su exposición “Los árboles”, con el artículo determinado delante del nombre, parece referirse a unos árboles muy concretos con los cuales el pintor haya tenido una especial relación. Sabemos que esos árboles son viejos conocidos por cuestiones de vecindad. Luis Mayo los ha retratado en grupo numeroso, como los retratos corporativos de los holandeses, o en grupos reducidos, como si fueran retratos de familia, incluso en pareja o individualmente. Cuando el pintor y el retratado son viejos conocidos, suele ocurrir que aquél consiga expresar en el cuadro ciertas cualidades o aspectos psicológicos que se transmiten a través de la mirada o de la postura. También puede darse el caso de que el pintor valore al retratado en grado sumo y no crea necesario añadir escenografía alguna, acercándose al retratado en su sencillo ser, llegando a penetrar en él de tal manera que algunos de sus rasgos puedan parecer exagerados, incluso que asome algún viso de sus defectos, por juzgarlos insignificantes al lado de sus virtudes o por considerarlos como natural consecuencia de los años. Ésa parece haber sido la actitud de Luis Mayo al retratar a los pinos arrabaleros de la Dehesa de la Villa, ese pinar suburbano que ni es parque regio como el Retiro ni tiene un nombre eufemístico como la Casa de Campo, que esconde su condición de monte bajo, sino que tiene un nombre sencillamente equivocado o que el tiempo ha vuelto impropio, ya que, si alguna vez lo fue, hace mucho que sus formaciones vegetales no son las propias de la dehesa. Las espaciadas encinas debieron desaparecer mucho antes de que, a finales del siglo XIX, se repoblara con pinos piñoneros. Luis Mayo debe conocer la historia de este ‘bosque en la ciudad’, como gustan llamarle sus defensores, siempre perdiendo superficie ante el avance de la urbe, escenario de encarnizados combates en la Guerra Civil y también lugar de fiestas y celebraciones populares; pero no ha querido hacer un reportaje descriptivo sino más bien un retrato psicológico de los árboles de la Dehesa. Un retrato que no deja de ser una proyección de la visión subjetiva del propio artista, una visión profunda y melancólica del viejo amigo árbol, convertido en paradigma de individuo frágil y maltratado, de acogedor espacio para el paseo o para el juego, de cercano refugio para el retiro o de nocturno cómplice para el amor. Por eso los cuadros de Luis Mayo están sumidos en luces difusas de días nublados, en la dudosa luz del amanecer o en los ambarinos reflejos de la tarde; por eso estos cuadros tienen nombres de santos eremitas que llaman al recogimiento y al retiro, o de divinidades paganas que prometen pasiones desatadas y violentas. Por eso estas imágenes de un pinar doméstico se subliman en visiones románticas de la naturaleza que reflejan fielmente las ilusiones, las carencias y los miedos del hombre contemporáneo, en este atardecer de la civilización que nos ha tocado vivir.

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