CRÍTICO DE ARTE JESÚS MAZARIEGOS

jueves, 27 de octubre de 2011

Juan José Sebastián. PERIODO SEVERO


Crítica de arte

                                      Periodo severo

Grabado. Juan José Sebastián. Casa de los Picos. Segovia. Hasta el 26 de marzo.

Jesús Mazariegos

          En la historia de la escultura griega, al periodo comprendido entre las fases arcaica y clásica, se le llama severo, por la seriedad que muestran los rostros de sus estatuas de los que ha desaparecido la sonrisa llamada eginética y, en cuyo lugar, un prominente labio inferior expresa un sentimiento interme­dio entre la rigurosa seriedad y el cansancio llevado con dignidad, sin que falte una cierta dosis de amargura. Es la época de la reconstruc­ción que sigue a las Guerras Médicas, tiempo de esfuerzo y abnegación sin lugar para frivolidades. Muy al contrario, en la Francia prerrevolu­cionaria del siglo XVIII, los primores del rococó y la afeminada elegancia del minué muestran claramente una sociedad cuya cabeza está a punto de rodar.
          En nuestros días hay signos que parecen predecir una decadencia planetaria. Los políticos hacen bromas en la tribuna y a deshora, los adultos perpetran en los concursos televisivos acciones que superan ampliamente los límites de la dignidad y del ridículo. Ya hace tiempo que los sociólo­gos detectan serios síntomas de infantiliza­ción de la sociedad.
          Esta reflexión es el paradójico resultado de la contempla­ción de las obras que Juan José Sebastián (Perorrubio, Segovia, 1966) expone en la Casa de los Picos. Ellas hablan con parquedad pero fuerte y claro, sin utilizar el falsete en ningún momento. Por su falta de concesio­nes a cualquier efectismo, son la imagen misma de la severidad; severidad de las formas y adusto cromatis­mo que sólo se sirve de las gamas de la tierra. Su sobriedad y su contunden­cia representan la dureza, la seriedad y la dignidad del hombre rural, del labrador y del pastor anteriores a las subvenciones.
          Juan José Sebastián, a pesar de haber nacido en la década del desarrollis­mo, tiene el lenguaje bronco de un artista de la posguerra. En su obra confluyen la sobriedad cromática de El Paso, la concen­trada coherencia formal de Chillida, la noble aspereza de Lucio Muñoz y el amor a la materia en la obra y en la vida que Tàpies nos enseña. Pero su personal lenguaje nace del trabajo solitario construido a partir de la propia experien­cia y de sus más incontrover­tibles e irrenunciables verdades: los imborra­bles recuerdos de la infancia. Porque, de las posibles posiciones y momentos desde los que se puede mirar el mundo, Juan José Sebastián se ha situado en las coordenadas espaciales de su lugar de nacimien­to, Perorrubio, y ha pasado hacia atrás las hojas del calendario hasta llegar a los irrecuperables años de su infancia rural, para revivir su relación con las sogas ásperas, con los aperos de la labranza y del pastoreo, con la madera y el hierro en estado humanizado pero puro y con la misma tierra.
          Hay algo muy puro en el hecho construir una obra sobre las referencias formales de los objetos propios de la única revolu­ción cuyos resultados siguen vigentes y necesa­rios: la revolución neolítica. Muchas de las formas de Juan José Sebastián proceden de los primeros artilugios ideados por el hombre para dominar a los animales y por la mujer para controlar la fertilidad de la tierra. Hay pocas formas de mayor vigencia y universalidad que las que conforman ese vocabulario ahora colgado de los muros de la Casa de los Picos: desde la elemental roza hasta la hoz, desde el potro de herrar hasta el yugo de uncir. Todas estas referen­cias agrícolas y pastoriles y otras como la tenada, la portada o la rastra, hacen de nuevo presente un mundo aún muy cercano en el tiempo, presente todavía para algunos, pero alejado y desconocido para la mayoría. Es el amor a las herramientas de ayer frente a los instru­mentos de hoy, pero no para hacer lo que ahora se llama arqueolo­gía industrial sino para alumbrar un arte dotado de una pureza y de una fuerza sólo posibles desde la autenticidad, la depuración de las formas y la sabiduría técnica de los procesos del grabado.

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