Crítica
de arte
Periodo
severo
Grabado. Juan José Sebastián. Casa de los Picos. Segovia. Hasta el 26 de marzo.
Jesús Mazariegos
En la historia de la
escultura griega, al periodo comprendido entre las fases arcaica y clásica, se
le llama severo, por la seriedad que
muestran los rostros de sus estatuas de los que ha desaparecido la sonrisa
llamada eginética y, en cuyo lugar,
un prominente labio inferior expresa un sentimiento intermedio entre la
rigurosa seriedad y el cansancio llevado con dignidad, sin que falte una cierta
dosis de amargura. Es la época de la reconstrucción que sigue a las Guerras
Médicas, tiempo de esfuerzo y abnegación sin lugar para frivolidades. Muy al
contrario, en la Francia prerrevolucionaria del siglo XVIII, los primores del
rococó y la afeminada elegancia del minué muestran claramente una sociedad cuya
cabeza está a punto de rodar.
En nuestros días hay
signos que parecen predecir una decadencia planetaria. Los políticos hacen
bromas en la tribuna y a deshora, los adultos perpetran en los concursos
televisivos acciones que superan ampliamente los límites de la dignidad y del
ridículo. Ya hace tiempo que los sociólogos detectan serios síntomas de
infantilización de la sociedad.
Esta reflexión es el
paradójico resultado de la contemplación de las obras que Juan José Sebastián
(Perorrubio, Segovia, 1966) expone en la Casa de los Picos. Ellas hablan con
parquedad pero fuerte y claro, sin utilizar el falsete en ningún momento. Por
su falta de concesiones a cualquier efectismo, son la imagen misma de la
severidad; severidad de las formas y adusto cromatismo que sólo se sirve de
las gamas de la tierra. Su sobriedad y su contundencia representan la dureza,
la seriedad y la dignidad del hombre rural, del labrador y del pastor
anteriores a las subvenciones.
Juan José Sebastián, a
pesar de haber nacido en la década del desarrollismo, tiene el lenguaje bronco
de un artista de la posguerra. En su obra confluyen la sobriedad cromática de
El Paso, la concentrada coherencia formal de Chillida, la noble aspereza de
Lucio Muñoz y el amor a la materia en la obra y en la vida que Tàpies nos
enseña. Pero su personal lenguaje nace del trabajo solitario construido a
partir de la propia experiencia y de sus más incontrovertibles e
irrenunciables verdades: los imborrables recuerdos de la infancia. Porque, de
las posibles posiciones y momentos desde los que se puede mirar el mundo, Juan
José Sebastián se ha situado en las coordenadas espaciales de su lugar de
nacimiento, Perorrubio, y ha pasado hacia atrás las hojas del calendario hasta
llegar a los irrecuperables años de su infancia rural, para revivir su relación
con las sogas ásperas, con los aperos de la labranza y del pastoreo, con la
madera y el hierro en estado humanizado pero puro y con la misma tierra.
Hay algo muy puro en el
hecho construir una obra sobre las referencias formales de los objetos propios
de la única revolución cuyos resultados siguen vigentes y necesarios: la
revolución neolítica. Muchas de las formas de Juan José Sebastián proceden de
los primeros artilugios ideados por el hombre para dominar a los animales y por
la mujer para controlar la fertilidad de la tierra. Hay pocas formas de mayor
vigencia y universalidad que las que conforman ese vocabulario ahora colgado de
los muros de la Casa de los Picos: desde la elemental roza hasta la hoz, desde
el potro de herrar hasta el yugo de uncir. Todas estas referencias agrícolas y
pastoriles y otras como la tenada, la portada o la rastra, hacen de nuevo
presente un mundo aún muy cercano en el tiempo, presente todavía para algunos,
pero alejado y desconocido para la mayoría. Es el amor a las herramientas de
ayer frente a los instrumentos de hoy, pero no para hacer lo que ahora se
llama arqueología industrial sino para alumbrar un arte dotado de una pureza y
de una fuerza sólo posibles desde la autenticidad, la depuración de las formas
y la sabiduría técnica de los procesos del grabado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario