CRÍTICO DE ARTE JESÚS MAZARIEGOS

miércoles, 26 de octubre de 2011

Francisco Lorenzo Tardón. TARDÓN, MÁS SUAVE


Crítica de arte
Lorenzo Tardón, más suave

 


Francisco Lorenzo Tardón. Pintura. Escuela de Arte Casa de los Picos. Segovia. Hasta el 6 de enero de 2006.


Jesús Mazariegos

                   La Casa de los Picos, donde Francisco Lorenzo Tardón ejerció la docencia durante años, debe tener para el pintor un tirón especial, pues ésta no es su primera exposición en este espacio privilegiado. En esta ocasión la mayor parte de las obras son de pequeño y mediano formato. En el fondo es el Tardón de siempre pero en los matices continúan los cambios que se insinuaban por primera vez en aquella única flor de la exposición de diciembre de 1998, cambios que se hicieron patentes en la de agosto de 2001. Cuatro años más tarde, continúa la evolución pero con una nueva dirección y un nuevo carácter.
Si la flor que en el 98 crecía sobre los restos de la destrucción no podía significar más que el comienzo de una dulcificación  de la temática hacia escenarios más optimistas, tal cosa quedó comprobada en la exposición de 2001, en aquellas figuras de músicos y en el menor peso de las máquinas y de la fauna mutante que puebla el ficticio espacio de los cuadros. Nadie sabe, ni siquiera el propio pintor, hasta qué punto aquel cambio fue natural o inducido, inconsciente o provocado, pero aquel cambio puso de manifiesto que no era fácil sustituir a las máquinas y a los mutantes, por el arraigo y el peso que tienen en la obra de Tardón y porque los músicos, por más que se disfrazaran de cubanos, o las damiselas, por más tules que llevaran, nunca tendrían la fuerza de ese ejército de hombres híbridos, tauromáquinas motorizadas, caballos con armadura, cabras acorazadas y chatarra y tierra quemada por doquier.
Sin embargo los cambios continúan pero ya no buscando otros temas sino volviendo sobre el ‘Corpus Tardón’, potenciando aquellos elementos más amables y ligeros como los vegetales o el celofán, y semienterrando los bidones y las chapas. En resumen, las frágiles flores han colonizado las ociosas máquinas. Sobre los restos de la batalla, renace la vida.
          Estamos, pues, ante unas obras más vaporosas y menos táctiles, que pueden llegar a incorporar demasiados elementos, unos rescatados de un pasado lejano, como ocurre con las bolas y las rocas y otros nuevos, como esa especie de gasa amarilla que vuelve unitario lo que antes era múltiple. El predominio de lo vegetal y orgánico sobre lo mineral ha redundado en una aclaración general del color y un predominio de los amarillos y de anaranjados muy vivos.
La obra más grande, un tríptico titulado ‘Motocabra’, aparte de recordarnos que los temas de siempre siguen ahí, incluso sin flores que los cubran, hace un interesante juego de engañaojos, de continuidad del espacio real, de cuadro dentro del cuadro y de interferencia entre los distintos niveles de ficción.

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