Crítica de arte
Lorenzo Tardón, más suave
Francisco Lorenzo Tardón. Pintura. Escuela de Arte Casa de los Picos.
Segovia. Hasta el 6 de enero de 2006.
Jesús
Mazariegos
La Casa de los Picos, donde Francisco Lorenzo
Tardón ejerció la docencia durante años, debe tener para el pintor un tirón
especial, pues ésta no es su primera exposición en este espacio privilegiado. En
esta ocasión la mayor parte de las obras son de pequeño y mediano formato. En
el fondo es el Tardón de siempre pero en los matices continúan los cambios que
se insinuaban por primera vez en aquella única flor de la exposición de
diciembre de 1998, cambios que se hicieron patentes en la de agosto de 2001.
Cuatro años más tarde, continúa la evolución pero con una nueva dirección y un
nuevo carácter.
Si la flor que en el 98 crecía
sobre los restos de la destrucción no podía significar más que el comienzo de
una dulcificación de la temática hacia
escenarios más optimistas, tal cosa quedó comprobada en la exposición de 2001,
en aquellas figuras de músicos y en el menor peso de las máquinas y de la fauna
mutante que puebla el ficticio espacio de los cuadros. Nadie sabe, ni siquiera
el propio pintor, hasta qué punto aquel cambio fue natural o inducido,
inconsciente o provocado, pero aquel cambio puso de manifiesto que no era fácil
sustituir a las máquinas y a los mutantes, por el arraigo y el peso que tienen
en la obra de Tardón y porque los músicos, por más que se disfrazaran de
cubanos, o las damiselas, por más tules que llevaran, nunca tendrían la fuerza
de ese ejército de hombres híbridos, tauromáquinas motorizadas, caballos con
armadura, cabras acorazadas y chatarra y tierra quemada por doquier.
Sin embargo los cambios continúan pero ya no
buscando otros temas sino volviendo sobre el ‘Corpus Tardón’, potenciando
aquellos elementos más amables y ligeros como los vegetales o el celofán, y semienterrando los
bidones y las chapas. En resumen, las frágiles flores han colonizado las
ociosas máquinas. Sobre los restos de la batalla, renace la vida.
Estamos, pues, ante unas obras más vaporosas y menos
táctiles, que pueden llegar a incorporar demasiados elementos, unos rescatados
de un pasado lejano, como ocurre con las bolas y las rocas y otros nuevos, como
esa especie de gasa amarilla que vuelve unitario lo que antes era múltiple. El
predominio de lo vegetal y orgánico sobre lo mineral ha redundado en una
aclaración general del color y un predominio de los amarillos y de anaranjados
muy vivos.
La obra más grande, un
tríptico titulado ‘Motocabra’, aparte de recordarnos que los temas de siempre
siguen ahí, incluso sin flores que los cubran, hace un interesante juego de
engañaojos, de continuidad del espacio real, de cuadro dentro del cuadro y de
interferencia entre los distintos niveles de ficción.
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