CRÍTICO DE ARTE JESÚS MAZARIEGOS

jueves, 27 de octubre de 2011

Dámaris Montiel
Erótica vegetal. Galería Artcovi. Madrid. Octubre, 2006

Metáfora del gozo

Dámaris Montiel procede del ámbito de la moda, se ha dedicado al diseño de joyas y complementos, y hace tiempo que llegó, sin prisa ninguna, al mundo de la pintura. Afincada en Segovia desde hace años, su pintura revela sus raíces mesoamericanas, al tiempo que expresa, con suma originalidad, toda la fuerza vital y la exuberancia del trópico, haciendo florecer una obra propia de ambientes húmedos y cálidos en medio de los rigores mesertarios.

Dámaris, que antes pintaba figuras con vestidos de amplios vuelos, semejantes a grandes flores, desde hace un tiempo cultiva un frondoso jardín donde las flores crecen sobre los caballetes y los frutos maduran en los cuadros de la pared. Este jardín de Melibea, compendio de flores exóticas y de frutos originarios de todas las latitudes, ofrece sus manjares tanto a los amantes apasionados como a las almas solitarias.

La naturaleza proporciona frutos de muy diversas formas, tamaños y colores. Dámaris los escoge, los palpa, estima su dureza o su madurez y los dispone para que muestren sus virtudes, publiquen sus promesas y ofrezcan sus delicias. La sandía muestra su roja y vertical frescura mientras destila su jugo como un reclamo. La manzana cortada por la mitad se convierte en silueta de blancas nalgas y su corazón palpita de otro modo y con otro nombre. Son los dominios de lo cóncavo y de lo recóndito, de las grutas húmedas, misteriosas e impredecibles, de los resbaladizos laberintos de lo femenino.

También hay formas vegetales que se asocian a lo masculino. Es el territorio de las formas convexas, tangibles y manifiestas, donde la evidente arrogancia del plátano pelado excluye cualquier matiz que escape a su monolítica simplicidad. Los pepinos, sin embargo, se cortan a lo largo y muestran sus pepitas alineadas, esperando, tal vez, la recreación de una cirugía protésica.

En la pintura de Dámaris Montiel, las formas redondeadas de los frutos y las formas blandas de las flores, encuentran resonancias en el vocabulario surrealista pero en ningún momento se avienen a él. No hay aquí huesos desgastados ni piedras caprichosas ni bumeranes y tampoco hay que descender al subconsciente para percibir y entender las connotaciones sexuales que las flores y los frutos conllevan. Esta pintura no está hecha de pulsiones internas procedentes  de las entretelas de la conciencia sino de luminosa presencia, de aprecio a la vida y a lo que la vida ofrece.

La exposición es una invitación a gozar de los sentidos, a vivir plenamente, Dámaris la formula con un discurso vegetal y pictórico, espejo transitorio de lo carnal y de lo humano, donde la sensualidad y el vitalismo se hacen pintura.

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