CRÍTICO DE ARTE JESÚS MAZARIEGOS

jueves, 27 de octubre de 2011

Miguel Reyes y Chama Jiménez. AGRESIÓN Y POSESIÓN


Crítica de arte

                                                      Agresión y posesión

Pintura y escultura. Miguel Reyes y Chama Jiménez. Casa de los Picos. Hasta el 15 de febrero.


Jesús Mazariegos

        La sugerente exposición de Chama Jiménez y Miguel Reyes daría pie para volver a especular sobre los límites de la pintura y la relativa propiedad del lenguaje respecto a la clasificación de las artes. Denomínense o no pinturas las chapas, ciertamente pintadas, de Miguel Reyes, es una cuestión semántica que dice mucho de la obsolescencia del diccionario a la hora de poner nombres a los nuevos comportamientos artísticos. En menor medida, las obras de Chama Jiménez tampoco se ajustan a los materiales ni al concepto tradicional la escultura. De todo esto se podría hablar si no hubiera nada mejor que decir.
        Pero hay razones que obligan a acercarse a unas piezas, a un tiempo sencillas y depuradas, más lo segundo que lo primero, cuya fuerza, originalidad y equilibrio merecen atención y prometen recompensa estética.
        Las piezas exentas, es decir, las de Chama Jiménez, son la expresión de lo filtrado sin alambicamiento y del equilibrio dentro de la tensión. Tales valores son perceptibles en las depuradas formas de sus característicos volúmenes, en sus ásperas pero cuidadas texturas, en su color y su diseño, y en sus soportes metálicos en los que nada sobra. Estos extraños péndulos con escasa vocación cinética, cuya masa tiene algo de sarcófago o de relicario de algún extraño culto, defienden su secreto mediante sencillos mecanismos cuya sólida presencia aleja cualquier intención curiosa.
        Es fácil relacionar los cuadros de Miguel Reyes con el camino que Lucio Fontana abrió con un punzón en 1949. Aludir a esta obvia relación no significa darle más importancia que a toda la historia no escrita de la relación entre el hombre que lleva en sus manos un cuchillo o un clavo y las superficies en las que dejar sus huellas. Más que un hombre, un niño que además tiene, como Arman, la manía de la ardilla, el afán de recoger palos desgastados y otros objetos. A Miguel Reyes, la atracción que siente por la chapa de hierro le arrastra a clavarle una y otra vez mil objetos punzantes. Las piedras y las maderas ajadas son el objeto de su amor posesivo y los sujeta al cuadro fuertemente, con un alambre nuevo, de un modo refinado y cruel.
        En las pasadas infancias rurales, un buen campo de juego era la tierra húmeda, el terreno en el que clavar viejos y grandes clavos para marcar el territorio, como en un rudimentario Palé. Aquella práctica de clavar y traspasar podía ejercerse también en las maderas o en las hojalatas. Si el objeto de posesión era una chapa de botella, se procuraba no herirla demasiado, sólo lo suficiente como para poder ensartarla en un gran alambre que actuaba como señuelo de prestigio y de poder.
        El fondo de una lata convertida en regadera, la chapa que reforzaba la destartalada puerta, la pieza del labrador sobre la vieja máquina, los herrajes, las artesas, los bidones, todo un mundo de objetos a punto de ser olvidados por unos y desconocidos para siempre por otros, se hacen aquí presentes a unos pocos.
        Las chapas agujereadas, recortadas, claveteadas, pintadas y esmeriladas de Miguel Reyes, donde pequeñas zonas de caos se ordenan, según el origen de sus heridas, en un conjunto armónico, obtienen del hierro laminado algo más que determinadas posibilidades como soporte pictórico. Si la pintura matérica ha servido para abrir los ojos a la belleza de los viejos muros, estas obras, dotadas de la misma solidez que la realidad a la que recuerdan, superan la función alusiva para convertirse en experiencia real y presente de una vieja relación entre el ser humano y el metal.
        Menos inmediata, más refinada y secreta, es la mágica historia que apenas puede adivinarse en las depuradas formas suspendidas de Chama Jiménez, columpios sin niña, mástiles sin bandera, horcas soportando un exquisito enigma que no es preciso descubrir.

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