Los nuevos griegos
I Bienal de Arte Contemporáneo de la Fundación ONCE
Círculo de Bellas Artes
DICIEMBRE, 2005
Gotthold Ephraim Lessing comienza el capítulo I del Laocoonte recordando las palabras con las que Winckelmann caracteriza la belleza clásica: “noble sencillez” y “serena grandeza”. Al igual que las profundidades del mar, decía Winckelmann, permanecen siempre tranquilas por mucho que se agite y ruja la superficie, así las figuras de los griegos, sean cual sean las pasiones que representen, revelan un alma grande y serena. Así lo ve Lessing en el rostro de Laocoonte, cuya boca se abre lo suficiente como para expresar que está gritando de dolor, pero no tanto como justificaría su previsible sufrimiento mientras es mordido por las serpientes. Lo que en Virgilio, es decir, en la literatura, se expresa como un grito desgarrado, en el arte se hace más contenido a fin de evitar la descomposición del rostro y no atentar contra el decoro.
El mismo Winckelmann en sus Reflexiones sobre la imitación del arte griego, en un momento determinado se pregunta quiénes son hoy los nuevos griegos. Él se lo preguntaba en el siglo XVIII y yo me pregunto ahora quiénes son hoy los nuevos griegos. Estoy persuadido de que los artistas de esta exposición son los nuevos griegos de hoy a los que Winckelmann se refería y a los que Lessing caracteriza a partir de la célebre escultura del Laocoonte y, muy especialmente, de la expresión comedidamente angustiosa de su rostro.
Cuando hablamos del arte griego, sin embargo, inmediatamente pensamos en Platón y en la Idea de un mundo supralunar y perfecto, a la que tanta importancia concedieron artistas como Miguel Ángel y Rafael, y tratadistas como Bellori y Felibien. La Idea era el instrumento idóneo para superar la imperfección de la naturaleza y la vulgaridad de lo cotidiano. Y si hablamos de los griegos pensamos también en Policleto y en su absurdo intento de acotar la figura humana con una regla, con un canon de proporciones completamente arbitrarias. Y pensamos también en la Sección Áurea de un segmento, sección o parte cuya relación con el todo posee unas propiedades tan sorprendentes que no es extraño que los griegos pensaran que en esa relación numérica de medidas debía residir la belleza.
Pero no es por este camino de rechazar la realidad y sus contingencias ni de intentar ser perfectos por donde yo veo una actitud ante la vida digna de seguir, sino por la entereza ante el infortunio, por mantener el tipo como Laocoonte, por no perder la calma ni la compostura.
En el arte y en la vida, con frecuencia se sobrepasan los límites porque se desconocen. En el mundo de la discapacidad, con demasiada frecuencia ocurren cosas que ponen en peligro el decoro, es decir, lo procedente y lo adecuado a cada situación y a cada momento, lo socialmente aceptado. Es más, en el mundo de la discapacidad ocurren cosas que afectan directamente a la dignidad de la persona. Los artistas de esta exposición, cada uno desde su particular situación, le han plantado cara a la adversidad y no han llevado al arte más que una mínima porción del desasosiego que la vida produce. Como Laocoonte, dejan para sí lo más amargo de la existencia y ofrecen a los demás la nobleza de su arte y la grandeza tranquila de su actitud ante la vida.
Podría aportar sustanciosos argumentos referentes a cómo los discapacitados sufrimos a menudo situaciones que hacen tambalear la autoestima. Bastaría con detallar las circunstancias en las que escribo, entre patéticas y cómicas, pero prefiero ser como ellos, como los artistas, y mostrar sólo la cara amable, sin descomponer la figura ni el gesto, al menos literariamente; sin temblar, al menos por escrito.
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