Crítica de arte
Pintura viva, ¡Viva la pintura!
Pintores pensionados del Palacio de Quintanar.
Pintura. Casa de los Picos. Segovia. Hasta el 31 de Agosto.
Jesús Mazariegos
Un año más, los
pintores del curso de paisaje muestran sus obras en la Casa de los Picos.
Después del Conceptual, del Povera, del Land, del Videoart, de las
instalaciones y de las performances, uno se pregunta si tiene sentido aplicar
colores en cierto orden sobre una superficie rectangular y plana. La respuesta,
desde un punto de vista metafísico, podría ser negativa; pero la que me sale
del alma, no sólo es afirmativa, sino que, al ver a los pupilos veraniegos de
Ángel Cristóbal y Pompeyo Martín, renuevo mi fe en el rectángulo plano al ver
cómo la pintura se muestra inagotable y proteica, incluso condicionada por el denominador
común del paisaje.
En un momento en el
que ya no cabe hablar de escuelas ni tendencias, los distintos lenguajes de
estos jóvenes pintores y pintoras, me inducen a agruparlos en categorías inventadas
‘ad hoc’, nada académicas, aunque sólo sea por no referirme a ellos en orden
alfabético.
El grupo más
numeroso es el que podríamos llamar ‘los naturales’, con la enseñanza de
Cézanne bien aprendida pero sin mostrarla de manera expresa. Entre el acierto
temático y la precisión fresca y nada lamida de Gustavo Domínguez, están la
soltura y las licencias gestuales de Noelia Antúnez, la bucólica placidez
campestre y la vertiginosa vista urbana de Ramón Louro, las amplias y luminosas
campiñas de Jorge Muñoz, y la franqueza de Mª Carmen Palomo, que resume el
paradigma del grupo: un paisaje realista con una pincelada levemente disciplinada
y constructiva. En el caso de Rocío Arévalo, la aplicación del color está
terminada con toques ligeros e
insistidos, en busca de efectos texturales.
Abundando en el
carácter independiente de la pincelada, en su mayor autonomía y en un cierto
efecto quebrado, con un muy buen resultado de fuerza, estaría el grupo de ‘los
enérgicos’, formado por Ignacio Jiménez, cuyos contrastes de luz le proporcionan
un tono dramático, por Javier Riaño, el cual, dentro de su fuerza expresiva,
con constantes citas del informalismo, tiene tantos registros como cuadros
pinta, y por Carlos Sosa, con obras de gran potencia, predominantemente monócromas,
construidas a base de amplios golpes de espátula y originales texturas.
Un tercer grupo
surge de un tratamiento contrario al anterior, en lo que a la autonomía de la
pincelada y a los contrastes se refiere. Es el grupo de ‘las nebulosas’ o ‘las
atmosféricas’. Ellas son, Vanessa Estefa, donde la acuarela conserva su
carácter líquido, fresco y caprichoso, con magníficas, sumarias y dramáticas
visiones de la ciudad; María Carbonell en la que el aire, casi visible,
trasciende la realidad aportándole cierta magia; Isabel Sola consigue delicados
efectos con un fuerte sustrato dibujístico y ligeras veladuras.
Participando de los
parámetros vistos hasta ahora, pero utilizando varios o añadiendo alguno más,
estaría un cuarto grupo de ‘heterogéneos’ o ‘multirregistros’, formado por
Ondina García, que formula sus distintos lenguajes con la misma frescura y
naturalidad, por Rocío Naranjo, que añade una visión ingenua y positiva del
mundo, y por Miguel Montesinos, que comparte el carácter de los ‘enérgicos’
pero lo lleva a un nivel constructivo muy cercano a la abstracción y en
formatos fragmentados.
Antes del último
grupo, veamos tres individualidades. El ‘constructivista’ por antonomasia es
Antonio González, en el que una equilibrada geometría domina sobre una mínima
referencia arquitectónica. Aitor Lajarín, en sus escenarios vacíos, representa
la soledad del habitante urbano, en una línea similar a la tradición de Hopper.
A Tomás Odión lo bautizamos como ‘neobizantino irónico’, por sus milagrosos
iconos con dorados, y por la importancia que concede al contenido, impregnado
de conscientes citas de Chagall y de discretas irreverencias tipo Sandro Chia.
El último grupo, totalmente
femenino, como el tercero, es el de las ‘expresionistas, abstraizantes y visionarias’.
Más visionaria que abstraizante es Beatriz Sumelzo, de un expresionismo casi
alemán, que hace respirar a los muros mientras el agrio colorido le aporta un
acento dramático. Expresionistas, vibrantes y libres de color son los agitados
paisajes de Aída Rubio. Hisae Yanase fragmenta su visión del paisaje en
delicadas, intensas y silenciosas impresiones cromáticas, texturales y
geométricas. Cristina Campo, al borde de la abstracción total, aplica
pinceladas amplias y resolutivas, reduciendo al mínimo la referencialidad y mostrando
una energía que recuerda a Guerrero. María Luisa López no es la más visionaria
ni la más expresionista ni la más abstraizante, pero posee las tres cualidades
y un ramalazo de visceralidad que hacen de su pintura una de las propuestas más
personales.
No hay comentarios:
Publicar un comentario