CRÍTICO DE ARTE JESÚS MAZARIEGOS

jueves, 27 de octubre de 2011

V CertamenNacional de Grabado. 1998. UNA LECCIÓN BIEN GRABADA


                             Una lección bien grabada

Grabado. V Certamen Nacional de Grabado, 1998. Casa de los Picos. Segovia. Hasta el 23 de abril.

Jesús Mazariegos

          En La Casa de los Picos se exponen 48 obras de otros tantos jóvenes artistas selecciona­dos en el V Certamen Nacional de Grabado. Esta modalidad artística es una gran desconocida para el gran público en lo que se refiere a sus técnicas específicas. Todo el mundo tiene una cierta noción de las distintas técnicas pictóricas pero no ocurre lo mismo con las modalidades del grabado. El aguafuerte, el linóleo, la xilografía, la punta seca, la litografía o la manera negra, son nombres poco menos que enigmáticos para el común de los mortales. El grabado es un procedi­miento que permite obtener una o varias estampas a partir de una matriz. Además de la primitiva xilografía, donde se talla sobre la plancha de madera, o el aguafuerte, cuyo nombre alude al ácido que ataca la superficie metálica no protegida por la línea del dibujo, existe una extensa gama de métodos y combinacio­nes cuyo conocimiento profundo es patrimonio casi exclusivo de quienes los trabajan.
          En lo que a emociones estéticas se refiere, el grabado suele ser más contenido que la pintura, dada la general ausencia de color y sus limitaciones de tamaño. En el grabado todo es más concentrado, más matizado, no prestándose a la retórica ni a la grandilo­cuencia sino a la palabra escueta y al susurro cercano.
          Entre las múltiples opciones, no sólo técnicas, de esta exposición, no falta la figuración preciosista, fantástica o no, la abstracción informal o geométrica ni las imágenes cuya referencia a la realidad es indeterminada. Aquí cada obra permite recibir una pequeña lección y descubrir un mundo denso e inagotable que consiente y hasta requiere la cercanía y el silencio. Aquí se permite acercar la nariz a la obra para inhalar los secretos de ese mundo aprisionado contra el papel. Aquí no está mal visto pegar los ojos al cristal para percibir las armonías y las tensiones entre el blanco y el negro, entre el lleno y el vacío, entre lo liso y lo rugoso, entre lo suave y lo áspero. Observación cercana, discernimiento silencioso.
          Si tomamos una cierta distancia corremos el riesgo de descubrir aquello que no nos habíamos atrevido a imaginar, objetos e historias que todos llevamos dentro: el juguete imaginario de las aburridas tardes de domingo y el envoltorio misterioso que no depara sorpresa alguna, el personaje doliente y solitario con el que nadie quiere identificarse, el paisaje inhóspito de tantos sueños repetidos y las ruinas aprendidas en otras tantas vigilias, la sombra de un desnudo clásico y la evidencia del monstruo que todos llevamos dentro.
          No es cuestión de elegir pero se pueden sopesar la rotundidad de Laura Lío (primer premio) y el soberbio radicalismo de Alfredo Rodríguez y Said Rahabi (menciones de honor), la ironía de Nieves Galiot y la nostalgia antigua de Luis Javier Gayá. Una fatal atracción ejerce la obra del novel Guzmán Rico, tanto por el refinado horror de su vertiginosa imaginación como por la claridad y la depuración técnica de su punta seca. Frente a este planteamiento esencial, otros artistas, como Juan José Sebastián, prodigan los recursos y buscan nuevos registros expresivos para el grabado, aportando color y cualidades matéricas propias de la pintura. Entre ambos extremos queda todo lo demás.

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