CRÍTICO DE ARTE JESÚS MAZARIEGOS

lunes, 31 de octubre de 2011

Jesús Mazariegos. DISCURSO DE INAUGURACIÓN DE LA GALERÍA CLAUSTRO

Palabras pronunciadas por Jesús Mazariegos en la inauguración de la Galería de Arte Claustro, el día 13 de diciembre de 2003. El la mesa estaban también, Silvia Clemente, Ana Martínez de Aguilar, Begoña Vega y Tomás Rivilla. A todos los que estamos hoy aquí, en mayor o en menor medida, nos une el interés, la afición, o el amor al arte. Habrá quien haya venido por compromiso, pero seguro que con la esperanza de conectar. Así pues, el que más y el que menos tiene un punto de artista o de poeta que igual da; el que más y el que menos puede llegar a desear de una forma irresistible la posesión de un objeto artístico, de un cuadro. Porque el amor al arte es un amor posesivo y antiguo, un amor fetichista en el que uno siempre ejerce el papel de consentido esclavo. Sin embargo, no siempre la inmensa mayoría ha podido tener acceso, ya no a la posesión sino a la simple contemplación de las obras de arte. El siglo XVIII trajo la liberalización de la contemplación con los Salones, los cuales darán lugar a comentarios de los que surgirá la crítica de arte. El acceso a la posesión de obras de arte, fue, hasta el siglo XIX patrimonio exclusivo de los poderosos, y el arte un instrumento de poder y de doctrina. Ya entrado el siglo, el día en que Courbet, montó su tenderete en el que exponía sus obras sin reservarse el derecho de admisión, ese día cambiaron las cosas entre el arte y la inmensa mayoría. La actitud de Courbet dará paso, con los Impresionistas, a un nuevo tipo de relaciones entre el cliente y el artista, que pasarán de ser personales a ser anónimas. El artista ya no responde al encargo sino que pinta, libremente, lo que le apetece. Nació el mercado artístico propiamente dicho y el arte se convirtió cada vez más en un fenómeno impregnado de libertad. En honor a la verdad, hay que decir que antes que Courbet, fue David quien expuso al público su Rapto de las Sabinas, cobrando un franco, si mal no recuerdo, y el público acudía en masa, motivado por el deseo de ver a una célebre actriz algo entrada en carnes, a la que David había retratado como mater nutricia. La recepción visual de los generosos pechos de aquella actriz constituía un pequeño y primitivo placer, al fin y al al cabo susceptible de ser superado por la contemplación del mismo motivo en su turgente y palpitante realidad. Pero cuando lo que se quiere contemplar es el arte, el placer que promete es de esa clase de placer asociada al desciframiento de un enigma o a la coronación de una empresa. Hay que pasar primero por una dura prueba que supone de esfuerzo y abnegación, una prueba que, una vez superada, nos hace cambiar de vida. Asistimos hoy a un acontecimiento relacionado con la contemplación y con el mercado del arte, fenómenos que chocan con el abismo existente hoy día entre el arte actual y la sociedad. Ya que parece que, en esta ocasión, debo hablar como crítico, entendiendo yo que el crítico es, un poco, el puente que ayuda a salvar ese abismo, el mediador entre la obra y el espectador, el intérprete que traduce las formas a palabras, me parece adecuado que el público, sepa un poco de ese extraño oficio que es la crítica de arte y de ese raro personaje que mira los cuadros como si leyera en un libro abierto, como si los entendiera. De entrada diré que ni siquiera considero el triste fenómeno del crítico críptico, cuyo oscuro lenguaje y cuya incomprensible jerga, más que puente le convierten en infranqueable muro que nos cierra aun más el acceso hacia la comprensión de la obra de arte, y, desde luego nos enemista con la crítica. Hablaré, digo, desde mi posición de crítico, que no es más que una posición, ya que uno no se hace crítico aprobando una oposición, ni existe el título de tal, ni se estudia en parte alguna, por lo que no ha de extrañar que entre tales críticos abunden los farsantes y sean una especie social mal vista y envidiada sotto voce, solo por la posibilidad que tienen de poner a escurrir al primer artista que se cruce en su camino, cosa que a todo el mundo le gustaría poder hacer, pero sin restricciones, extendiendo la condición de artista a toda la humanidad, que, al fin y al cabo, es lo que proponía Duchamp. El crítico, ciertamente, tiene un determinado poder que le obliga a ejercer su ministerio con libertad, con responsabilidad, y con cierta dosis de benevolencia. Esa cabeza prodigiosa que es Ángel González García, en un artículo algo cruel con los artistas, aunque menos desconcertante de lo que acostumbra, decía que las obras de algunos pintores, lo más imaginativo que tienen es el precio, pero bien se le puede consentir porque , inmediatamente, volvía el sarcasmo contra sí mismo: cuando uno no sirve para nada, se hace pintor, y si ni siquiera sirve para pintor, se hace crítico. En otro pasaje Ángel González García, decía irónicamente: Si eres crítico, haces una crítica de una exposición y pones al pintor por las nubes, el pintor dirá que no le has puesto suficientemente bien y que no has expresado con claridad esto y que no has acabado de entender aquello. Y si le pones mal, lo que pasa es que no tienes ni la menor idea de lo que es la pintura. Robert Hughes, el crítico más famoso del mundo, americano nacido en Australia, que publica en la revista Time, tabajaba en un periódico, donde se encargaba de la sección de deportes, hasta que un buen día se puso enfermo el encargado de escribir sobre las exposiciones. El jefe invitó a que alguien a reemplazarlo por unos días y ahí le tenemos. Las publicaciones de las recopilaciones de sus críticas se han convertido en best sellers. Por otra parte, conocida es la leyenda de que los críticos somos pintores fracasados, lo cual es menos malo, creo, que no haber tenido nunca un pincel en la mano, cosa, por otra parte, inocua. Si para ser crítico hubiera que ser pintor, no habría críticos sino pintores que escribirían crítica, lo cual podría convertir el género e un arma de doble filo. Creo sinceramente que la palabra “crítico” puede que en determinados casos y momentos, tenga sentido, pero ahora mismo, además de ser palabra antipática, no responde a la realidad. Sería más adecuado algo que significara “mediador entre el artista y el público, o entre la obra y el público. El crítico frecuenta a los artistas y acaba siendo amigo de los artistas, generalmente de los artistas en los que cree y a los que apoya. Por otra parte, el crítico, aunque sea o pueda ser historiador, cuando hace de crítico no hace de historiador. El crítico no es un científico y no trabaja con la objetividad como horizonte. En cierta ocasión, en una sala de exposiciones, oí decir a alguien que lo que tiene que hacer un crítico es ser objetivo. Nada más lejos de la verdad y pocas cosas más imposibles. Si Diderot dejó muy claro que la crítica no es una ciencia exacta sino un juicio subjetivo y pasajero, una impresión fugaz, Baudelaire va más allá afirmando que la crítica tiene que alser parcial, apasionada y política. Baudelaire entendía la crítica como convertir el entusiasmo en sabiduría. No es que quisiera saber más sobre la obra sino, comprendiendo el arte y comprendiendo al artista, saber más de sí mismo. El crítico no es ningún juez que determina lo que está bien y lo que está mal, es más bien un intérprete. El crítico señala un camino que el propio lector ha de seguir. El crítico de arte, que siempre ha de tener algo de artista, transmite al público las razones del artista, intenta derribar el muro invisible que hay entre la obra y el espectador y sacar a éste de su pasividad. Si lo que se quiere es que la obra de arte saque al público de su indiferencia, el crítico tiene que empezar motivando a ese mismo público con su palabra escrita. De algún modo, eso es lo que vengo intentando desde hace un rato, esta vez hablando. Muchas gracias.

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