Crítica de arte
Pintar como respirar
Juan Pablo
Sánchez. Pintura. Casa de los Picos. Hasta el
Jesús
Mazariegos
Lo
que más me admira de Velázquez es que, siendo, como era, un pintor a tiempo
parcial, tuviera esa técnica aparentemente tan fácil, casi como desganada, y
consiguiera resultados tan insuperables. Ignoro en qué virtudes o en qué
vicios, y en qué medida, emplea Juan Pablo Sánchez el tiempo que no dedica a la
pintura, pero su obra siempre me ha llevado a pensar que pinta con gran
facilidad, tanta, que da la impresión que los temas le dan casi lo mismo y que
los cuadros le salen como churros y sin esfuerzo, afirmación ésta con la que ni
Juan Pablo ni el churrero estarán de acuerdo, aunque no les asista la razón. Y
la razón no les asiste porque sólo he afirmado que pinta con gran facilidad; de
lo demás, sólo ‘da la impresión’.
Las
obras que Juan Pablo Sánchez presenta en la Casa de los Picos, estoy seguro de
que le habrán costado desvelos y sudores, búsquedas y dudas, frenazos,
acelerones y volantazos. Pero su maestría técnica, sus pinceladas, sueltas
separadas y oblicuas, dan como resultado una obra viva y jugosa que, en esta
exposición, muestra una progresiva reducción de la anécdota, consecuencia de la
creciente disolución de las figuras y de una mayor unificación del color.
Una
exposición de gran unidad, quizás de demasiada unidad, sumergida en ocres y
grises, sólo rota por el colorido más encendido de unas pocas obras, fundamentalmente
las de papel. Está claro que lo que importa al pintor es que el cuadro funcione
plásticamente, por eso, a cierta distancia, la obra muestra sus composición, su
luz y su color, su fuerza plástica, como una abstracción, sin revelar el asunto,
de modo que una mancha puede ser una figura humana o un jarrón con flores, y el
horizonte de un paisaje puede resultar ser la cima de un muro o la lima de un
tejado.
A
pesar de todo, no deja de haber unos cuantos temas recurrentes: el paisaje, la
naturaleza muerta, el interior, el desnudo..., pero el paisaje, con frecuencia,
raya la abstracción, el bodegón muestra una indefinida realidad poliédrica, y
el interior puede prescindir del espacio para descargar toda la fuerza en un
aparador rescatado de las estancias de la niñez. Los desnudos en el baño
pierden su condición curvilínea bajo la estructura de las pinceladas, pero
conservan los lazos con una realidad dionisíaca y desmesurada, sin un ápice de
clasicismo. Los desnudos yacentes, no se sabe bien si aún jadean entre sábanas
de seda o si tiritan bajo cartones en un sueño camino de la nada.
La
misma sensualidad que un desnudo tiene el jamón delante de la ventana,
convertido en fetiche de placer y de vida. Ese jamón no es el de los bodegones
al uso, con su corte cárdeno y con su pan a punto, éste es un jamón
‘bardemiano’ aunque no mida tres metros y no vaya en un remolque, es como el
toro de Osborne, un jamón macho y solitario, condenado a lucir
improductivamente sus posibilidades.
Buena
exposición en cuyos cuadros más recientes parece que Juan Pablo atisba nuevos
caminos para su pintura, nuevos pero suyos. No me atrevería a aventurarlo pero
es posible que la anécdota se reduzca aún más y que el color se densifique y
avive. O lo contrario. Lo veremos.
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