CRÍTICO DE ARTE JESÚS MAZARIEGOS

jueves, 27 de octubre de 2011

Raúl Bravo. EL CALOR DE LA MIRADA


Crítica de arte
El calor de la mirada

 


Raúl Bravo. Pintura. Escuela de Arte Casa de los Picos. Segovia. Hasta el 5 de junio.


Jesús Mazariegos

Hace tiempo que La Casa de los Picos es una referencia obligada para el visitante de las exposiciones, especialmente desde que Caja Madrid ha encontrado aquí un magnífico espacio en el que mostrar las obras seleccionadas en sus certámenes, siendo este lugar, también, un ámbito en el que devolver a la sociedad las comisiones, los gravámenes, los gastos y otras pequeñeces, en forma de mecenazgos y patrocinios.
En este espacio, pues, pueden verse variadas muestras entre las que no faltan muestras variadas, como deja ver la que nos ocupa. La exposición de Raúl Bravo es pródiga en obra, en temas, en formatos y en maneras de hacer; generosa en documentación y bien provista de resolución y empuje, como corresponde a un joven que no lo es sólo por sus pocos años.
Para Raúl Bravo, según ilustra con versos de Valente en uno de sus folletos, todo es objeto de la mirada, no sólo los campos bajo el cielo, no sólo el mar azul, no la montaña, no la casa, no los animales ni los seres humanos. No ha de verse sólo el bosque, sólo el árbol, sino las pasiones que su espesura oculta; no el campo sembrado sino el recibir la benéfica lluvia que el labrador espera; no el exterior del mar, el mar que no es mar, sino la fría oscuridad de su fondo; de la montaña, sus flujos interiores; de la casa, los recuerdos infantiles; de los cuerpos, la respiración y la humedad de los alientos; de la piel, el latido que estremece la blancura de las carnes mórbidas.
Raúl Bravo ve el calor de los cuerpos y el aura de las mentes, los pulsos y el frío de la tierra, el magnetismo del amor y los nubarrones del odio.
En los paisajes de gran formato, el pintor echa mano de las formas convencionales, como esa nube llovedora que Baixeras hizo suya, como la sucesión de cumbres convertida, muy propiamente, en sierra. No es una nube, no es el agua de lluvia ni la montaña, sino su imagen mental depurada y genérica, convertida en óvalo festoneado, en guiones oblicuos o en una serie de triángulos planos, símbolos de todas las nubes, de todas las lluvias y de todas las montañas, pero, sobre todo, símbolos de la especial relación que cada uno tenga con las tardes grises, con el olor a tierra mojada y con toda forma capaz de derivar en triángulo, sea pecho de la tierra, o erecta cima de un cuerpo palpitante.
Los paisajes de gran formato, los radiadores eléctricos, los fondos marinos con cefalópodos y los retratos, alcanzan una síntesis en lo que me parece lo mejor de la exposición, una serie de cuadros en los que la fecunda ambigüedad de los significados, se esconde bajo una apariencia formal de gran coherencia y eficacia plástica. Este chico promete.

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